lunes, 8 de julio de 2013


 
"EL PATRIMONIO SENTIMENTAL"

Mi columna de hoy en SUR. 8-7-2013

Todos compartimos nuestra común condición de seres efímeros en la Historia, pero únicos e irrepetibles

Todos tenemos una idea más o menos formada sobre los sentimientos humanos, lo que llamo el “patrimonio sentimental personal” que todos aspiramos a formar a lo largo de la vida y donde hay que distinguir varios supuestos. Las cargas, el elemento pasivo de cualquier patrimonio, son las personas que por su maldad generan en nosotros una aptitud de rechazo activo; los conocemos para nuestra fatalidad, y no generan sentimiento alguno de simpatía ni se comparte nada con ellos. He constatado que por desgracia muchos de estos impresentables consumen más de nuestro tiempo que las buenas personas, conocidas y por conocer. Frente a estos “perlas” la mejor aptitud es la indiferencia, pero hay ocasiones especiales donde lo más recomendable es decir “quieto y parao”, y ponerlos en su sitio. Nunca he compartido el relativismo moral que trata igual a los buenos que a los malvados para quedar bien con todo el mundo, ya que al final las malas personas se salen con la suya y cometen con impunidad sus fechorías. Es obvio que este planteamiento general de indiferencia no es aplicable a los muchos genocidas de toda calaña que ha sufrido y sufre la humanidad y a otros delincuentes como maltratadores, asesinos, corruptos..; con éstos sujetos, como decía Serrat, tengo “algo personal”.

Otro grupo, el más numeroso, son los desconocidos. Está claro que nos moriremos sin conocer a la mayor parte de nuestros semejantes en este mundo; somos muchos millones, y además hablamos idiomas distintos y estamos en lugares muy distantes. Lo anterior no quiere decir que no podamos sentir de manera muy profunda y con pesar los dramas que muchas de estas personas sufren en este puñetero mundo (hambre, miserias, violación de los derechos humanos, catástrofes naturales..); todos compartimos nuestra común condición de seres efímeros en la Historia, pero únicos e irrepetibles. Hay mujeres y hombres desconocidos (y que seguro no conoceré porque algunos han fallecido) que me causan una enorme admiración por su trayectoria científica, social, política o artística (cuanto me hubiera gustado conocer, entre otros muchos, a un genio como Leonardo da Vinci, a un poeta como Antonio Machado, a filósofos como Manuel Sacristán o a muchos modestos obreros que con su lucha consiguieron derechos que ahora están retrocediendo). Un grupo distinto pero muy parecido al anterior son las personas de las que tenemos constancia que existen y alguna vez hemos cruzado un breve saludo (directo o virtual) y poco más; los podemos llamar “conocidos”, a los que, como es natural, podemos aplicar lo mismo que a los desconocidos, añadiendo la cordialidad que hay que tener en los esporádicos contactos que se puedan entablar en la vida social, sin renunciar a que formen parte de tus amigos si llega el caso.

El “núcleo duro” de tus sentimientos lo constituye, sin duda alguna, la familia más directa (en el caso de tener la fortuna de contar con ella), es decir, tus hijos, tu pareja, tus padres y tus hermanos; dependiendo de los casos y de la opción libre de cada uno, este núcleo se extiende o se reduce, o simplemente se sustituye por allegados que pueden jugar similar papel. Estas relaciones y sentimientos, en caso de normalidad, son las que te permiten levantarte cada día con ganas de afrontar el futuro que tienes por delante, y son de una fuerza ilimitada.

Para el final he dejado el complejo mundo de la amistad, que como el amor, es libre ya que existe cuando uno ofrece y otro acepta ese noble sentimiento humano. En la amistad hay una graduación lógica que depende de la intensidad con la que se comparten sentimientos; no depende del número de veces que te reúnes con los amigos, es más, mantengo grandes amistades con pocos contactos directos, pero sabemos que podemos contar el uno con el otro cuando haga falta. La esencia de la amistad está en compartir ideas y avatares de la vida. Cuando digo ideas no me refiero a una completa identificación en creencias políticas, sociales o religiosas, tengo buenos amigos en todos los partidos políticos y colectivos o que no pertenecen a ninguno y me siento cerca en la amistad de muchos católicos, pero también de evangelistas, musulmanes, judíos o simplemente ateos. Pero tengo claro que no tengo nada en común con las personas que desprecian o maltratan a sus semejantes. La prueba del algodón de la amistad estriba en que sean los mismos los que se alegran con los éxitos y los que apoyan en las malas rachas. En todo caso, siempre hay que seguir la máxima de Cicerón: “Este es el primer precepto de la amistad: pedir a los amigos sólo lo honesto, y sólo lo honesto hacer por ellos”.

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