lunes, 18 de agosto de 2014

ALIMENTAR FANÁTICOS ENGORDA A CRIMINALES


ALIMENTAR FANÁTICOS ENGORDA A CRIMINALES

Mi columna de hoy en el diario SUR

Los musulmanes y los integristas asesinos son realidades muy distintas. Al igual que lo son los judíos respecto a los sionistas que matan palestinos en Gaza. Los derechos humanos no tienen color, raza, nacionalidad, religión e ideología. Quien los patea son mi enemigo y quien los protege merece mi apoyo. Lo que resulta indecente es seleccionar que grito de dolor merece apoyo y cual indiferencia. 

Sicarios del llamado Estado Islámico, autoproclamado Califato, y que ocupa parte de Irak y de Siria, están cometiendo brutales asesinatos y otros actos atroces (violaciones, esclavitud sexual, torturas) contra personas integrantes de las minorías étnicas y religiosas del norte de Irak (grupo étnico shabak, turcomanos, seguidores del credo yazidí y cristianos) y han obligado a un desplazamiento masivo de estas gentes para evitar caer en sus garras. El pasado viernes el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobó, por unanimidad, una resolución que condena a los grupos radicales islámicos que actúan en Irak y Siria  y exige que “cesen todo tipo de violencia y actos terroristas y se desarmen y disuelvan con efecto inmediato”. Se imponen sanciones contra seis personas que la ONU considera que aportan capital a los grupos y se hace un llamamiento a los Estados para combatir el reclutamiento de nuevos miembros de estos grupos.

Ojalá esta unanimidad también se hubiera dado hace 30 años, cuando para EEUU y algunos de sus aliados el panorama era distinto. Estos fanáticos sanguinarios son los hijos de los que en los años 80 del pasado siglo eran aclamados por EEUU como “luchadores por la libertad” en Afganistán. Eran igual de sectarios y criminales pero eso no le importaba a la CIA, que los financió a espuertas (unos 40.000 millones de dólares según "The Cost of an Afghan 'Victory'", en The Nation). En esa época mataban a los comunistas y otros sectores laicos que, con luces y sombras, intentaban modernizar un país preñado de brutalidad y opresión desde siglos, en especial contra la mujer. El “gran crimen” de Najibullah, último presidente en esta etapa, fue intentar que las mujeres pudieran estudiar o proteger el patrimonio cultural del país; no era un santo, participaba del clima general de violencia y tenía unos “aliados” interesados, las tropas soviéticas (que iban a lo suyo en la guerra fría de la época), pero con lo que está cayendo en Afganistán era una esperanza de civilización. Murió castrado, torturado y colgado por los talibanes, primos hermanos de los que ahora crucifican y entierran vivos a capricho en el norte de Irak. Osama bin Laden y otros “pájaros” de similar calaña hicieron su carrera de terroristas bien pertrechados de las armas y suministros de la CIA y bajo el manto protector inicial de un Estado, Arabia Saudí, que nunca ha hecho asco a estos chicos de gatillo fácil y fanatismo sin límites, quizás por que ellos lo practican en su propio territorio, eso sí, con todas las bendiciones del Tío Sam. Los rusos han seguido también su juego siniestro, clamando contra estos terroristas pero callando y apoyando a Bashar al-Assad en Siria a pesar de que este tipo colecciona crímenes contra su pueblo.

Hillary Clinton, en una entrevista en la cadena Fox TV, reconoce con rotundidad que Estados Unidos (a través de Pakistán) creó a sus actuales enemigos en Afganistán cuando “combatíamos contra los soviéticos”, suministrando armas y millones de dólares a los muyahidines. Haqqani (jefe del grupo que ahora mata marines en Afganistán) y los suyos eran recibidos en la Casa Blanca por Ronald Reagan, que en un arranque de “profunda” reflexión nos dejó esta perla: "Ver los valientes afganos luchadores por la libertad contra modernos arsenales con simples armas de mano es una inspiración para aquellos que aman la libertad".  Estos “luchadores por la fe”, aparte de asesinos, también llevaban su contabilidad particular, pues parece que una parte importante de las ayudas se destinaban a compensar al matarife dependiendo de la categoría de la víctima, algo parecido a los incentivos en términos salariales, lo que los convierte más bien en mercenarios de la muerte. No soy muy amigo de la teoría de la conspiración, pero “Fahrenheit 9/11”, documental del cineasta estadounidense Michael Moore, te hace pensar sobre las causas de los actos terroristas del 11 de septiembre, la invasión de Irak y los supuestos vínculos económicos entre la familia Bush, y los Bin Laden.

Cuando vimos a las torres gemelas caer y nuestros trenes volar en Atocha, nos dimos cuenta que alimentar fanáticos engorda a criminales. Pero Bush y compañía estaban preocupados por el petróleo de Irak más que por las armas químicas que nunca aparecieron. Esa guerra, ilegal e inmoral, provocó miles de víctimas y un caldo de cultivo para el nuevo “califa”. Creo que es necesario recordar estos hechos cuando nos escandalizamos ante el avance de esta nueva “guerra santa”. Y ante todo no se debe alimentar la hostilidad contra los musulmanes, cuya inmensa mayoría repudia esta violencia gratuita y en muchas ocasiones son víctimas también de ella. 





lunes, 11 de agosto de 2014

A GOLPE DE IGUALDAD


A GOLPE DE IGUALDAD

Mi columna de hoy en SUR

La igualdad a golpe de educación, para parar la desigualdad a golpes de dolor y sangre.

Otra vez. Se llamaba Ana María. Siempre espero no repetirlo, que sea la última mujer asesinada por su “compañero sentimental”, sea ex o el monstruo esté en activo. ¡Menudos compañeros y menudos sentimientos! Una vidas por delante, unas vidas que parece molestaban a los  descerebrados que las mataron. A veces hay hijos por medio, testigos y víctimas y con toda una vida por delante para sufrir por una madre asesinada y por un padre asesino. Una mujer más, otra vida a la cuneta de la muerte, otro nombre a esa lista siniestra de dolor, a esa lista que acumulan los malos bichos que solo se sienten bien pegando, humillando,….matando. Otro ser humano que ya no será porque a un indeseable se le va la mano ante la ausencia de cabeza y corazón, pero una gran acumulación de malas tripas.

El machismo no es una “gracieta” inocente. Nace en las cabezas huecas y en los corazones helados, se reproduce con la bilis acumulada, los complejos no resueltos y no muere si no se erradica con educación y con conciencia social. Y cuando menos te lo esperas, mata. Esto es cosa de todos, de todos los decentes. Los indecentes son los creen que las mujeres son de su propiedad, para “uso” y “abuso”. En teoría no tendría que pasar. Una sociedad civilizada, un Estado de Derecho, una opinión pública cada vez más concienciada frente a la violencia machista, un tejido asociativo activo y con capacidad de respuesta ante esta lacra. Unas autoridades que incluyen en sus agendas públicas la prevención y reacción para poner coto a la violencia de genero. Pero pasa.

Todos los años hacemos recuento del dramático listado de mujeres asesinadas y nos juramentamos para que el que viene esa  relación de vidas truncadas se reduzca o desaparezca. He participado en muchísimas, en demasiadas manifestaciones para protestar contra la violencia de género. En todas se leen manifiestos, hablan víctimas, familiares y representantes de sus  asociaciones; veo caras de mujeres, de hombres, de niños que ojalá cuando sean mayores no necesiten manifestarse por esto. Me encuentro con personas muy diversas, que votan a opciones muy dispares, que rezan a Dios con distintos rituales, con nombres diferentes, o simplemente no practican religión alguna. Todos y todas guardamos minutos de silencio y nos sentidos atacados ante ese titular terrible que pone nombre y apellidos a historias de golpes, humillaciones, de denuncias o de silencios. Quiero creer que casi toda la sociedad se retuerce ante estos crímenes, ¿por qué falla la prevención?

Aún no hemos soltado lastre de siglos y siglos de minoría de edad, violencia, desprecio y desigualdad. Es verdad que en la actualidad no queda resquicio alguno en nuestras leyes de aquellos ominosos años de capacidad jurídica limitada de la mujer, y aquellas escenas de policías recomendando paciencia a las mujeres machacadas a palos por el marido cuando se atrevían a denunciar son ya propias de documentales. Pero los hombres, en nuestras cabezas, en nuestros hábitos necesitamos un profundo cambio de acciones y omisiones, reafirmando nuestra masculinidad en una visión más simple, más entrañable, y que no es otra que la de tratar a las mujeres de la forma que nos gustaría que nos trataran a nosotros. Lo he escrito y repito ahora, cuando consigamos que las diferencias biológicas y emotivas no se conviertan en amables excusas para un tramposo reparto de cargas, y el instinto materno o la sensibilidad femenina sean libres expresiones vitales y no asignación, en régimen de monopolio, del cuidado de hijos o ascendientes, seguro que daremos un gran paso. El ritmo en el cambio de mentalidad que tenemos que asumir los hombres irá en directa proporción al reconocimiento que hagamos de que casi todos participamos de esa losa sobre las mujeres, puede que difusa, puede que inconsciente, pero pesada e injusta. De nosotros depende que algún día para nuestras mujeres sea un mal recuerdo y para nuestras hijas una anécdota. Pero el sufrimiento no tiene fronteras ni color, y mientras una mujer en el mundo sufra ablación, matrimonios forzados o asesinatos “por honor”, tenemos que tomarnos su defensa como algo personal ni queremos seguir llamándonos seres humanos.

La igualdad jurídica entre hombre y mujer ha constituido un paso formidable, es imprescindible pero no es suficiente. La solución estará en no desaprovechar ningún instrumento para logra la igualdad real y efectiva, la que nos haga a los hombres tratar a las mujeres como iguales no por miedo a la sanción sino por un imperativo moral asumido en nuestra identidad como varones. La desigualdad genera, en mayor o menor medida, violencia, la necesaria para mantenerla. La igualdad a golpe de educación, para parar la desigualdad a golpes de dolor y sangre.

lunes, 4 de agosto de 2014

COMO EN BOTICA

COMO EN BOTICA

Mi columna de hoy en diario SUR

Prefiero a un D. Hilarión con oficina abierta y sabiduría en su trabajo antes que medicamentos vendidos como un “todo a 100”.

D. Hilarión, en “ La verbena de la Paloma”, dedicaba sus inútiles esfuerzos de galanteo a las jóvenes Susana y Casta. Pero además era boticario, un profesional sanitario que a veces pasa desapercibido en la batalla diaria contra la enfermedad; es el que investiga, fabrica y facilita las “municiones” que en vez matar, salvan vidas, que en vez producir dolor, lo elimina o atenúa. Podemos tener los mejores médicos, enfermeros y demás profesionales sanitarios, que dan con la tecla de lo que tenemos, que nos diseñan un tratamiento, que nos operan, que nos cuidan con un magnífico trabajo de enfermería o rehabilitación, pero si faltan los medicamentos y los productos sanitarios, la eficacia de esas prestaciones se reduce drásticamente.

El medicamento de uso humano (dejando a un lado productos sanitarios o los cosméticos) es toda sustancia o combinación de sustancias con propiedades para el tratamiento o prevención de enfermedades en seres humanos o que sirve al fin de restaurar, corregir o modificar las funciones fisiológicas. Alguien tiene que investigar para que esas sustancias se organicen de forma científica, se verifique su eficacia y alcancen las propiedades que nos hagan la vida más saludable. Otros tendrán que invertir, fabricar y distribuir estos medicamentos para contar con existencias suficientes. Es la farmacéutica una industria muy importante a la que, salvando excepciones, le sobran intereses económicos (legítimos dentro de un orden) y le falta corazón. Es razonable que para que sea viable, planifiquen la investigación y la producción en términos de rentabilidad, pero, como todo en la vida, lo deberían hacer dentro de un orden y con unos límites para hacer compatible su propia existencia con la alta función social que tienen sus productos. En otras palabras, los formidables beneficios de los grandes laboratorios justifica más que sobradamente que dentro de su política de inversiones existan líneas de trabajo de marcado carácter social (enfermedades raras, rebaja de precios para colectivos o países empobrecidos) más allá del exitoso cuadro de resultados económicos. Hasta la presente la autorregulación o las recomendaciones han dado pocos resultados, por lo que ha llegado la hora las regulaciones imperativas nacionales e internacionales con el objeto de que exista un sano equilibrio entre los millones de dólares en productos para embellecer a ricos y los dedicados a medicamentos para salvar la vida de millones de pobres.

El farmacéutico de a pie, el boticario de toda la vida, es el que día a día abre su farmacia para prestar un servicio esencial para la comunidad. Quiero hablar de los que estudian, no para “vender” medicamentos (eso lo puede hacer igual o mejor un buen comercial) sino para realizar el acto profesional de la dispensación, poner un medicamento a disposición del paciente de acuerdo con la prescripción médica mediante receta y con sistemas personalizados para mejorar el cumplimiento terapéutico en los tratamientos. En muchos casos el boticario se conoce al dedillo los avatares clínicos de sus clientes, que confían en su saber y orientación. Es el que trabaja en un hospital pero en especial el que tenemos en nuestros barrios, al que acudimos cuando nos hace falta y que tanto se echa de menos cuando está cerrado o nos pilla lejos. Las oficinas de farmacia tienen la consideración de establecimientos sanitarios privados de interés público, y esto es así no solo porque lo diga la ley, que lo dice, sino porque sin ese híbrido de base privada de interés general no tendría sentido alguno su existencia. Por decirlo de otra forma, es un negocio, pero no es un negocio cualquiera. No todo puede ser la cuenta del resultados ya que el interés público condiciona de manera directa la regulación y práctica de esta actividad profesional. El farmacéutico titular de la oficina de farmacia es la persona con la licenciatura (y ahora grado) de Farmacia para la cual se autoriza la instalación y funcionamiento de la mencionada actividad. Formación, control público, agentes necesarios del sistema sanitario, presencia de oficinas en todo el territorio, reserva de actividad, todo esto existirá si los boticarios mantienen en sus farmacias la esencial tarea de garantizarnos a todos los medicamentos que necesitamos con dedicación y eficacia. Seguro que la inmensa mayoría lo hacen, pero “hay de todo, como en botica”.

Los enemigos de los boticarios no son ni los controles públicos ni las regulaciones (que siempre se podrán mejorar o rectificar); lo será un mercado desbocado que no atienda a nada que no sea el dinero rápido y fácil y al que le encantaría que los grandes almacenes pronto contaran con una planta de farmacia y el servicio “liberalizado” a mayor gloria de la libertad de empresa. Yo prefiero a un D. Hilarión con oficina abierta y sabiduría en su trabajo, antes que medicamentos vendidos como un “todo a 100”.