MIS TRES ÚLTIMAS COLUMNAS EN SUR
SE LLAMA JAVIER
En la dependencia hay nombres, rostros y miles de historias con
toneladas de ternura y sacrificio
Se llama Javier, pero ustedes
pueden añadir los nombres que seguro que
conocen por un vecino, compañero de trabajo, conocido o familiar. En todos los
casos se produce la reunión de sentimientos y emociones más singular que
conozco, ya que con altibajos, se prolonga en el tiempo (a veces toda una vida)
y ponen al mismo nivel el amor al ser querido, la rabia e impotencia ante lo
irreversible y la capacidad de sacrificio más extrema. No hablo de heroicidades
que aparecen en los medios de comunicación, no tendrán monumentos ni calles
dedicadas, pero son miles de personas que todos los días, a todas horas, sin
fiestas ni sábados ni domingos, batallan con las secuelas de un asalto cruel a
la memoria por el Alzheimer, con una persona que quiere vivir en un cuerpo que
no se mueve por culpa de un accidente o una enfermedad, o simplemente que no
dan más de sí por los muchos años acumulados.
La dependencia, queridos
lectores, es muy sufrida, casi siempre callada, pero si queremos construir una
sociedad decente, esta dura realidad no puede ser olvidada. Los dependientes y
los cuidadores deben formar parte de las agendas públicas porque cada vez habrá
más personas que con carácter permanente (por edad, enfermedad o discapacidad)
perderán su autonomía y necesitarán la atención de los cuidadores. Hace poco,
en esta misma columna, escribía sobre la austeridad, que en mi opinión implica
gastar en la cuantía y en los conceptos que son necesarios para llevar una vida
digna. Si los recursos son escasos, como siempre pasa, la austeridad exige
marcar prioridades en el gasto público, y no me cabe duda que dedicar recursos
a que los cuidadores puedan ayudar a los dependientes a desarrollar sus actividades
básicas de la vida diaria, es el dinero mejor gastado de este mundo, junto al
dedicado a la sanidad, educación, o a la lucha contra el paro y la pobreza. Los
defraudadores, los corruptos que saquean los dineros públicos o los
derrochadores que los dilapidan por caprichos de un ego desmedido que todos
pagamos, los inmensamente ricos que son incapaces de deletrear las palabras
fraternidad y justicia, los especuladores que ponen de rodilla a los gobiernos
para que recorten gasto social y así financiar sus chantajes con la deuda; en
fin, toda esta cuadrilla de inmorales son los culpables; de ahí hay que sacar
los recursos junto con el fomento de la actividad económica, y no recortando a
los que no han creado a crisis, sino que la sufren.
Como dije al principio, tienen
nombre, tiene rostro. Les cuento el que mejor conozco porque es mi sobrino y es
autista, Javier, el niño (con sus 22 años) más cariñoso del mundo aunque vaya a
su bola cuando quiere o sea capaz de repetir algo con una constancia agotadora.
Mi hermano, mi cuñada, y el hermano de Javier lo han pasado mal y seguro que
les quedarán muchos sinsabores, pero no han renunciado jamás a captar una
sonrisa de este grandullón desde que era un bebé. El autismo no ayuda, aísla,
lo pone difícil, muy difícil, pero las familias se han conjurado para que estos
niños y jóvenes tengan derecho a ser felices en su mundo más o menos limitado.
Lo mismo que los padres que quieren que su hijo en silla de ruedas puedan
contar con algún momento de felicidad, o las hijas (casi siempre son mujeres)
que se desviven para que a sus mayores la vejez no se convierta en sinónimo de
pesadilla y soledad. Y podíamos seguir con miles de ejemplos, con miles de
historias, con toneladas de ternura y sacrificio.
Mi reconocimiento a los
dependientes que sufren (conscientemente o en su mundo), a sus familias y
cuidadores, a las asociaciones que han formado. Todos luchan por sus seres
queridos sin autonomía personal y se dedican en cuerpo y alma a su cuidado para
que ellos, dentro de las limitaciones, también puedan disfrutar de la vida. Mi
admiración a esos padres que viven con
modestia y ahorran para preparar (cuando ellos falten) las mejores condiciones
para que Javier (o Pepe, Manolo o María) sigan viviendo rodeados del cariño, el
mismo que ellos aportan a los que los quieren. Aunque a veces el ciclo se
altera, y me van a permitir por eso un
emocionado abrazo a unos queridos amigos de Alicante, que hace poco han sufrido
la pérdida anticipada e inesperada de su niño grande, Dios lo tenga en su
gloria.
Es la Nación
española la titular de la soberanía nacional, y el único cuerpo político
capacitado para decidir, modificación la Constitución , una
eventual independencia de Cataluña.
Son miles de personas las que en
varias ocasiones han llenado las calles para protestar por la política de
recortes del gobierno del PP, y yo, que he participado en muchas de ellas y
alguna experiencia tengo en manifestaciones, les aseguro que hacía tiempo que
no asistía a movilizaciones de tal calado; esto debería hacer reflexionar a los
que nos gobiernan y llevan a la ruina actuando al dictado de especuladores sin
rostro ni patria, frente a los que hay que poner en valor la soberanía
nacional, que recordemos, reside en el pueblo español, no en el andaluz,
catalán o vasco.
Considero que es una maniobra de
distracción la que protagoniza otro gobierno de derechas, el encabezado por
Artur Mas en Cataluña, que ha impulsado el pasado 11 de septiembre, con gran
éxito, una cadena humana de miles de ciudadanos en las calles para pedir que
Cataluña se separe de España y así “solucionar sus problemas”, cuando sus
problemas son los mismos que los de los demás españoles, y los causantes son
los que están desmantelando el Estado Social de Derecho a golpe de
decretos-leyes, da igual que se llamen Mariano Rajoy o Artur Mas. Sin embargo,
leyendo y escuchando declaraciones de algunos de los asistentes, me entra la
duda de si las centenares de miles de personas que salieron a la calle son
todos independentistas, o cabe integrar en ese amplio colectivo a posiciones
más matizadas (federalistas). Llamativo también resulta el entusiasmo en el
apoyo a esta cadena humana del actual Gobierno catalán, y más en concreto Artur
Mas, presidente de la federación Convergència i Unió y de Convergència
Democràtica de Catalunya y actual presidente de Cataluña, grupo político que
hasta ahora había mantenido una calculada ambigüedad en esta materia, es más,
ha defendido el Estatuto de Cataluña, que no es otra cosa que una Ley Orgánica
del Estado Español del que ahora quieren separarse.
¿Porqué este giro soberanista
ahora? Estoy convencido que este impulso
de la causa independentista no es espontáneo, y llama la atención el que esté
encabezada por un gobierno nacionalista conservador que se ha caracterizado por
iniciar su andadura en 2010 con la mayor política de recortes sociales que ha
sufrido Cataluña, hasta el punto de que al gobierno del PP le ha servido de
modelo en el acelerado (alocado diría yo) proceso de desmantelamiento del
sistema de servicios públicos; y ahora resulta que de todos los males de
Cataluña es culpable España y no la política de derechas pura y dura que
ejecuta Mas y sus nacionalistas; parece que la jugada le ha salido bien, y una
parte importante de la opinión pública catalana piensa así. Ojalá los catalanes
mantengan la suficiente conciencia ciudadana para identificar a los causantes
de tanto paro y crisis económica en sus verdaderos responsables, las
oligarquías económicas (incluidas las catalanas), y no en el conjunto de los
españoles, que sufrimos la crisis igual que ellos.
Dicho lo anterior, sería una
hipótesis de laboratorio pensar que la independencia de Cataluña depende solo
de los catalanes, ya que esto sería simplemente imposible en términos
constitucionales; es la Nación
española (es decir el pueblo español) la titular de la soberanía (art. 1 de la CE ), y en consecuencia el único
cuerpo político capacitado para decidir, a través de la correspondiente modificación
de la Constitución ,
una eventual separación de Cataluña del Estado español, y la propia sentencia
del Tribunal Constitucional respecto al Estatuto de Autonomía de Cataluña ha
cerrado cualquier duda jurídica al negar la naturaleza de Nación a esta Comunidad
Autónoma.
En cualquier caso, me distancio y
repruebo cualquier intento de criminalización política de este movimiento de
apoyo a la independencia de Cataluña, ya que se ampara en el pluralismo
político que inspira nuestro Estado Social y Democrático de Derecho y
constituye legítimo ejercicio de la
libertad ideológica (art. 16 CE), libertad de expresión (art. 20 CE) y de
manifestación (art. 21 CE). Por el bien de un proyecto en el que creo, la España unida en el modelo
federal y solidario, quiero que este movimiento independentista no tenga ningún
éxito, pero en la misma proporción espero por nuestra España democrática, que
las amenazas y brabuconadas de sectores de ultraderecha se queden en mero
testimonio de la España
negra que entre toda la gente de bien hemos desterrado a la historia.
La austeridad no
debe ser un valor de la crisis, debe inspirar la gestión pública en todo
momento
Son tiempos de crisis, y entre otras cosas
ésta incorpora al lenguaje cotidiano, y en especial a la jerga institucional,
la utilización masiva de frases y términos que aparecen como talismán para
situar a quien las utiliza como alguien apegado al terreno; así no se les cae
de la boca a muchos representantes institucionales la manida afirmación de “en
época de crisis hay que ser austeros”. Siempre que la escucho o leo reacciono
de la misma manera, ¡no sólo en época de crisis, hay que ser austeros siempre,
con crisis o con bonanza”. Esta máxima, que un servidor defiende con total
convicción, se practica poco, y comprobamos como grandes excesos de otros
momentos, o se mantienen en el presente o incluso, con gran cinismo, se
utilizan como excusa para recortes a prestaciones sociales, decididos
curiosamente por los mismos que antes malgastaron.
La austeridad significa que hay que gastar
solo en la cuantía y en los conceptos que son necesarios para llevar una vida
digna, y como a nivel personal o como nación, no siempre contamos con la
garantía de unos recursos estables, todo el ahorro que acumulamos en los
momentos de más ingresos nos sirve para atender esas necesidades básicas en los
momentos de crisis. Por eso, la austeridad no puede ser un valor de la crisis,
debe ser un principio estructural presente en el día a día, y en especial entre
los que gestionan la cosa pública.
En lo individual, siempre he creído que las
necesidades personales, (sea cual sea el contexto de cada uno) tienen un
límite. Nunca defenderé que la solución pase por una generalización de la
miseria; será lícito el nivel de vida derivado del trabajo honesto de cada
cual. Sin embargo, considero inmoral los derroches que algunos mantienen, no
para atender sus necesidades (que las tiene más que cubiertas) sino por un
“exhibicionismo social” propio de los que han escondido su conciencia tan bien
que ya no saben donde la tienen. Medir la calidad de vida en consumir
millonadas simplemente porque se lo
pueden permitir, abofetea la dignidad de
muchas personas que podrían vivir mejor con esos recursos malgastados. Esos
personajes no le dan “glamour” ni
bienestar a ninguna ciudad o colectividad, más al contrario lo que hacen es
desprestigiar todo lo que tocan. Por otra parte no hay que ser ingenuos, las
riquezas de personajes (que, en muchos casos, unen un escaso talento y
laboriosidad a su profunda indecencia), no siempre tienen un origen lícito y se
corre el riego de acoger y potenciar socialmente a una cuadrilla de
delincuentes.
En el plano público, la austeridad debe ser
un mandato jurídico que inspire toda la actuación administrativa. Abogo por su
articulación legal, de tal modo que sea posible su control al igual que la
estabilidad presupuestaria o la disponibilidad de crédito en el Presupuesto.
Hoy en día, si se tiene consignación, se sigue el procedimiento y no se incurre
en un delito o en una manifiesta ilegalidad, se puede gastar todo lo que se
quiera y en lo que se quiera, y así nos encontramos aeropuertos sin aviones,
sueldos inmorales, museos que son un pozo sin fondo, cargos manifiestamente
innecesarios, viajes oficiales donde se apunta hasta el último mono, lujosas
ediciones que nadie lee y se acumulan en los almacenes, excesos en el protocolo
que no responden a la necesaria hospitalidad y dignidad del cargo, …; son
gastos formalmente legales pero que no respetan la necesaria austeridad. Esos
recursos malgastados son los que después faltan para políticas sociales,
aquellas que deberían convertirse en derechos irreversibles, sanidad, educación
o seguridad social. Paradójicamente, PP y PSOE cambiaron la Constitución para consagrar
la “estabilidad presupuestaria” (que, entre otras cosas, pone límites a los
gastos sociales).
Hay que convertir en operativo el artículo
31.2. de la Constitución ,
que dice: “El gasto público realizará una asignación equitativa de los recursos
públicos, y su programación y ejecución responderán a los criterios de
eficiencia y economía”; se trata de que los controles internos (jurídicos y
económicos) y el judicial puedan evitar derroches que superen con creces las
necesidades objetivas y legítimamente definidas en los programas políticos de
los que gobiernan. No se trata, ni mucho menos, de sustituir las prioridades en
el gasto que deben definir los elegidos (directa o indirectamente) por el
Pueblo, pero si evitar los gastos que no resistan un elemental contraste con la
equidad. En síntesis, planteo la necesidad de reformas para que no pueda ser
legal un gasto caprichoso e insostenible mientras millones de ciudadanos no
tienen cubiertas sus necesidades básicas.