MIS ANTERIORES COLUMNAS EN SUR.
UN GOBIERNO DE
UNIDAD
Es necesario un
Gobierno de unidad nacional que esté dispuesto a marcar una hoja de ruta de
mínimos para conseguir una salida de la crisis, y que después las urnas vuelvan
a hablar.
Septiembre de 1977, con las primeras
elecciones democráticas recién celebradas, un país en crisis económica (la
inflación desbocada y un paro que no paraba de aumentar) y un proceso
constituyente que daba sus primeros pasos, el PCE, en boca de Carrillo, sus
secretario general entonces, clamaba por un “Gobierno de concentración nacional”,
como instrumento para superar la crisis económica sobre la base de un pacto
político y económico; ni la UCD
ni el PSOE entraron al trapo, y lo más cercano a esa idea fueron los famosos
“pactos de la Moncloa”,
que a 35 años vista, hay que reconocer que dotaron de un cierto grado de
cohesión económica a una España que se movía en una incipiente democracia
vigilada aún por los restos del franquismo en el aparato del Estado. Peor acabó
en Italia el intento de compromiso histórico del PCI y la Democracia Cristiana,
con Aldo Moro, uno de sus defensores junto a Berlinguer, asesinado. Como joven
militante comunista entonces no tenía muy claro que un gobierno conjunto de
centristas (presididos por uno de los últimos ministros del Movimiento, Adolfo
Suárez), socialistas (con su explícito deseo de ocupar en solitario el espacio
de la izquierda a costa del PCE) y los comunistas, fuera viable por la enorme
distancia ideológica entre los tres partidos y por la clara convicción, que aun
mantengo, de que el PCE tenía una legitimidad democrática muy por encima de los
otros debido a su incuestionable papel en la lucha contra la dictadura. A estas
alturas, creo que Carrillo tenía razón (este hombre tenía una gran lucidez
institucional, en directa proporción a su autoritarismo interno en el
partido).
En la España de 2013, con más de 5 millones de parados,
una crisis económica que devora amplios sectores productivos, una parte
importante de la población en peligro de caer en la exclusión social, un
desmantelamiento de los servicios públicos y donde no se escuchan más
argumentos políticos que no sea el continuo reproche sobre los aberrantes casos
de corrupción, me parece que es necesario un Gobierno de unidad nacional, un
ejecutivo que esté dispuesto a marcar una hoja de ruta de mínimos para
conseguir una salida de la crisis, y que después las urnas vuelvan a hablar. Se
trata de elevar la política a su máxima expresión, ponernos de acuerdo en los
elementos básicos que generen confianza interna y externa, y eso pasa por
defender el programa social de la Constitución, la sociedad democrática avanzada
que recoge el preámbulo de nuestra carta magna. La austeridad no puede implicar
echar a la cuneta social a miles de personas con la privatización irresponsable
de servicios básicos como la sanidad o con recortes brutales en educación; el
aumento de ingresos públicos se consigue luchando contra el fraude fiscal y
haciendo pagar a todos en proporción a la capacidad económica (art. 31 CE). La
recuperación del empleo exige mayor inversión pública (lo tuvo claro Roosevelt
con su New Deal), e incentivar la inversión empresarial, pero no con reformas
laborales para facilitar y abaratar el despido. Y hay que erradicar la
corrupción con mayores y mejores controles internos de las Administraciones y
de los partidos políticos, y con un Poder Judicial con más recursos para poner
coto a cualquier golfo que confunda su cuenta corriente con el dinero público.
A diferencia de algunos, a mi las Cortes
Generales si me representan, y creo que deben hacer un esfuerzo por dotar al
país de un gobierno de todos (PP, PSOE, IU, UPYD y nacionalistas), que tenga en
cuenta los resultados electorales (el PP ganó las elecciones, aunque no me
guste) y que en un periodo razonable y con esos mínimos comentados, pongan a
España en la salida del túnel de la crisis, y después, que de nuevo el Pueblo
decida con sus votos, y contrasten democráticamente las distintas opciones
políticas. Pero sin engañarse, hablo de Política, de partidos como expresión
del pluralismo político e instrumentos esenciales de participación de los
ciudadanos en la cosa pública (art. 6 de la CE), no de un gobierno de “técnicos” a los que
nadie ha elegido. Ahora a los tradicionales paladines contra la Política, los fascistas, se unen algunos defensores a ultranza del
mercado, no libre, sino desbocado, que aborrecen de cualquier intervención
pública (si éstas defienden a los más débiles claro, si les dan una buena
subvención a sus Bancos, no hay problema) porque se sienten muy cómodos en la “selva”,
sin reglas, sin control; solo acatan una Ley, la del más fuerte, las otras les
sobran.
14
de abril
La República vivió sus grandezas y sus miserias con la voluntad institucional de
que convivieran todos lo españoles; el franquismo significó la eliminación del
oponente mediante la muerte y el terror. Esa es la diferencia
82 años ofrecen suficiente perspectiva para
valorar con serenidad el periodo de mayor intensidad política, social y
cultural de nuestra historia contemporánea, apenas 8 años donde una generación
de españoles de amplio espectro ideológico protagonizó un sincero cambio de
rostro a un país agotado por una monarquía caduca y corrupta, que en sus
últimos años no dudó en ofrecer la correspondiente cobertura institucional a
una dictadura como la de Primo de Rivera; por eso, el advenimiento del nuevo
sistema de gobierno contó con el decidido respaldo de la mayor parte los
españoles de la época. Es más que conveniente desmontar tópicos insostenibles
sobre la pretendida “ convulsión” institucional durante el régimen republicano,
salvo que un manifiesto esfuerzo por modernizar el país, implantar una tímida
reforma agraria o incrementar de forma espectacular los recursos destinados al
Magisterio Nacional, deban ser consideradas como “peligrosas medidas” que al
fin al cabo solo pretendían implantar elementales reglas de Justicia social en
una España donde esas palabras sonaban a “subversivas” consignas de Moscú. Otra machacona y simplona
visión identifica la España
de 1931 a
1939 con unos gobiernos títeres al servicio del comunismo internacional; con la República hubo gobiernos
de centro izquierda, de derechas y un frente popular de amplia base política y
hegemonía de izquierdas, todos ellos producto de las urnas, y por tanto
españoles que aplicaron su programa político en una sociedad deprimida social y
económicamente. A todos ellos cabe reproches sin lugar a dudas, ¡claro que hubo
sombras!, pero si en la historia fuera posible el “experimento” propio de las ciencias
naturales, sería muy significativo comprobar como los ahora civilizados y
serenos españoles de 2013 nos comportaríamos en esa España clasista hasta lo
indecente, y con una Iglesia a la que no adornaba precisamente la piedad y la
solidaridad con los pobres sino más bien una identificación inquebrantable con
las oligarquías de la época. Por eso, se puede comprender que la llamada
“cuestión religiosa” era inevitable en esos momentos y la solución de la Constitución de 1931
era quizás la más equilibrada, aunque ahora nos pueda parecer muy radical; por
supuesto la quema de Iglesias y la persecución y asesinatos de religiosos eran
actos criminales y hay constancia histórica de que las autoridades republicanas
lo intentaron frenar con mayor o menor
fortuna. El descontrol de ciertos elementos, que al amparo del ambiente de
desconcierto provocado por la sublevación militar, cometieron desmanes de toda
índole, son igualmente condenables y por justicia histórica hay que recordar
uno de los partidos que más insistió en la necesaria disciplina y control de
las milicias fue el PCE, aunque todos
los gobiernos del Frente Popular, en especial el de Negrín, adoptaron medidas
en tal sentido.
Por eso, a 82 años vista, quiero rendir un
homenaje a todos los españoles, a todos, sean de una ideología u otra, que en
esas difíciles circunstancias, hicieron lo que entendían mejor para su país,
inspirados en la asignatura pendiente desde siglos de regenerar una España con
mucho cacique y herederos del Santo Oficio, y caminar por el sendero de la cultura y la apertura al
mundo exterior; basta comprobar como quedó nuestra Universidad, Institutos y
escuelas después del asesinato, exilio y depuración de miles de docentes.
Franco tenía claro quien era su enemigo.
A las luces y sombras de la República, le sucedió la
oscuridad total de una rebelión militar, que a sangre y fuego sometió a nuestro
país, instaurando un régimen inspirado en la moda de la época (nazis y
fascistas), pero que a diferencia de éstos, duró mucho, demasiado en el poder,
mediante la represión y la negación de todo lo que nuestra Constitución
consagró a los 3 años de la muerte de Franco, la libertad, la igualdad, la
justicia y el pluralismo político. Esa es la diferencia, queridos lectores, la República, vivió sus
grandezas y sus miserias con la voluntad institucional de que convivieran todos
lo españoles, sin embargo, para el franquismo sobraba el que no llevara bajo
palio al dictador y significó la eliminación física del oponente político
mediante la muerte y el terror planificado y ejecutado desde el Estado.
Por eso ayer, junto a otros ciudadanos,
ofrecí mi modesto reconocimiento a los que hace 82 años creyeron que todos
cabíamos en España.
Jaque mate
La irresponsabilidad penal del monarca prevista en la Constitución ha dado
lugar a una sensación de impunidad para su persona y entorno familiar. No veo
proclamada la República
en España en los próximos años, es difícil, pero para las generaciones que
vienen, no lo veo imposible sino más bien irreversible.
El Rey es el Jefe del Estado,
“símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular
de las instituciones, asume la más alta representación del Estado español en
las relaciones internacionales..”, así comienza el artículo 56 de nuestra Constitución;
el panorama que en los últimos años ha mostrado la institución, a través de sus
protagonistas, el Rey y su familia, no permite augurar un brillante futuro a la Monarquía es nuestro
País. Vayan por delante dos consideraciones. La primera es que, en mi opinión,
los escándalos conocidos (los desconocidos duermen el sueño de los justos) sobre el Rey y su entorno son producto de un
diseño constitucional de la
Corona cerrado en falso. La irresponsabilidad del monarca
prevista en el apartado tercero del citado artículo, entendida de forma
mayoritaria como la imposibilidad de persecución penal del Rey, ha dado lugar a
una sensación de impunidad para su persona y entorno familiar, favorecida por
una, hasta hace poco, protección mediática, social y política, que ha permitido
situaciones nada edificante tanto en la actuación personal del monarca como de
sus allegados.
La segunda es que estoy
convencido que más allá de la honestidad de unas personas en concreto, el
problema estriba en el anacronismo que significa el mantenimiento de una forma
política basada en la
Monarquía, en la que la Jefatura del Estado se determine por razones
estrictamente genéticas, y con ausencia absoluta de legitimidad democrática en
tan alta institución, a diferencia de países como Italia o Alemania, donde el
Jefe del Estado, Presidente de la
República en Italia y Presidente Federal en Alemania, son
elegidos por asambleas parlamentarias, es decir por los representantes del
Pueblo. El antecedente constitucional español anterior a la sublevación
franquista de 1936, la segunda República, también nos permite concluir que el
derecho comparado y nuestra historia constitucional puede fundamentar alternativas
que permitan la reconciliación entre democracia y Jefatura del Estado en
España. En esta línea iba mi propuesta personal de modificación de la Constitución
publicada en las páginas de este mismo periódico hace unos meses, que, entre
otros aspectos, implicaría un cambio de contenido y denominación del Título II
de la Constitución
relativo a la Corona,
así como del artículo 1.3 en el sentido de consagrar a la República como la forma
política o de gobierno del Estado
Español. Otros aspectos, como la naturaleza presidencialista o parlamentaria
del nuevo sistema propuesto, merecen un comentario más detallado, pero
cabe adelantar que apuesto por un modelo
parlamentario más en la línea de Italia, Alemania o nuestro precedente, la
segunda República, y no tanto por el presidencialismo propio de Estados como Francia,
algunos Estados Hispanoamericanos o
EEUU.
No piense el lector que, preso de
un entusiasmo alocado e impropio de mi edad, vea proclamada la República en España en
los próximos años. Sé que es difícil, muy difícil; sin embargo, no tanto para
mi generación como para las que vienen, no lo veo imposible sino más bien
irreversible. Hasta la presente, los argumentos principales para la defensa de la Monarquía eran el apoyo
social a la institución y su consagración constitucional y consiguiente
respaldo popular derivado del referéndum de la Constitución. El
apoyo social tiene abierto fisuras importantes que se irán agrandando a medida
que conozcamos más sobre una Casa Real opaca en su funcionamiento, y sobre la
“legitimidad constitucional” de la institución, hay que ser claro, la Corona “iba en el paquete”.
La alternativa en 1978 no era Monarquía o República, era Democracia o
Dictadura, y los constituyentes, con buen criterio, apostaron por la Democracia aunque
incluyera a una monarquía que, no nos olvidemos, hasta ese momento existía en
virtud de la aceptación del actual Rey, mediante juramento ante el Dictador, de
los principios fundamentales del Movimiento. Por tanto, posible es, y como
antes he dicho también difícil. Los requisitos que exige la Constitución
(artículo 168) para que la reforma prospere son duros, aprobación por mayoría
de dos tercios de ambas Cámaras y ratificación popular por referéndum, pero son
las reglas del juego. El amplio debate que lleve a un consenso será el camino,
la serenidad y la valentía será el mejor pavimento de esa senda.
LA PROTESTA
Si la protesta se
queda en el “derecho al pataleo”, el debate se limita a las “formas” y ya no se
habla del fondo; como expresión de libertad,
está sometida al límite de la ley y el respeto a los derechos de los demás, y en ese difícil
equilibrio es donde se mide la madurez democrática de un Pueblo.
La protesta, ya sea social,
laboral o política es incómoda en sí misma, sobre todo para los que protestan
en la medida en que refleja desagrado, indignación o incluso desesperación,
todo ello frente a unas medidas (o una ausencia de éstas) que les afecta de
manera directa y que puede generar un movimiento de solidaridad del resto de la
ciudadanía. Pero si la vulneración de derechos e intereses (desahucios,
despidos, recortes), es de por sí dura y
dramática porque estás convencido de que tienes razón y se lesionan con esas
medidas tu esfera vital básica, en mi opinión, la protesta no debe ser un mero
cauce de desahogo sin mayor alcance, donde uno se limite a soltar todo lo que
lleva dentro y la pésima opinión que te merece los gobernantes o los causantes
directos de tus desgracias. Esa vertiente de la protesta es la que en fondo
prefieren los destinatarios de las mismas, ruidos y pocas nueces, y mil excusas
para esconder las verdaderas razones del conflicto; si se queda en el “derecho
al pataleo”, el debate se limita a las “formas” y cuando te quieres dar cuenta,
ya no se habla del fondo. ¿Quién gana en estos casos?, casi siempre los
causantes de las medidas que provocan las protestas, salen airosos, se ha
desviado el debate, y eso es lo que querían, solo se habla del asalto a supermercados,
no del hambre que sufren muchas personas, no se profundiza en las leoninas e
inmorales cláusulas de algunos contratos hipotecarios, sino en determinada
“forma” de defender el derecho a la vivienda.
Es evidente que la protesta ha de
tener repercusión mediática y social para ganar en efectividad, pero, ¿qué
repercusión?; supongo que todos coincidiremos que la positiva, la que genera
apoyos, la que permite difundir las razones de la protesta, y no la que
desprestigia una causa justa por lo poco acertado de su defensa. No quiero
decir con esto que la protesta deba reflejar el más depurado estilo del
protocolo diplomático, ¡no!, no es esa la vida real, el conflicto es duro, las
situaciones humanas de desesperación y sufrimiento no admiten remilgos, cuando
se pierde el empleo en un ERE, cuando pierdes tu vivienda, cuando tus ahorros
se han evaporado con las ”preferentes”, no hay margen para la exquisitez, sobre
todo cuando ves que los culpables de esas situaciones disfrutan de impunidad por sus fechorías.
Cuando los huelguistas informan a sus compañeros que van a trabajar, les
trasladan que ellos, los que ejercen el derecho a la huelga, están perdiendo
salarios por defender los intereses de todos los trabajadores, y si consiguen
sus reivindicaciones, lo que se gana lo disfrutarán todos, los que han
arriesgado y los que no; es compresible que el diálogo en la puerta de los
centros de trabajo en esos casos no sea siempre sereno, hay muchas emociones e
indignación por medio.
La protesta, en un Estado de
Derecho, es por definición legítima, se tenga o no razón (algo siempre
opinable, en base a la libertad de conciencia), las hay con un fondo más que
dudoso que han tenido éxito y apoyo popular, y al contrario, movilizaciones
cargadas de justicia que nunca han conseguido el respaldo merecido. Pero las
cosas son así, y deben ser así, no hay una “maquina de la verdad” que nos
certifique que tal o cual manifestación es más o menos legítima, nuestra
Constitución reconoce y ampara el derecho a la protesta en sus variadas
vertientes (manifestación, libertad de expresión, huelga, derecho de petición)
sin exigir una “prueba” de las razones, el mero hecho de querer mostrar el
desacuerdo es suficiente. Por esto, la libertad de protestar, como todos los
derechos, está sometida a límites, el más básico es el respeto a la ley y a los
derechos de los demás, y en ese difícil equilibrio es donde se mide la madurez
democrática de un Pueblo, y el nuestro, el español, ha demostrado en muchas
ocasiones que tiene esta cualidad. Por eso, estimados/as lectores/as, no es lo
mismo la legítima muestra de indignación para defender el derecho a la vivienda
que la coacción directa a las personas; lo primero merece aplauso y apoyo, lo
segundo es un delito. Y aunque todos tengamos derecho a la libertad de
expresión, a los gobernantes hay que exigirles moderación para no caer en el
disparate de vincular a la plataforma de afectados por las hipotecas con el
mundo de ETA, perla que se le ocurrió a la Delegada del Gobierno en Madrid. Además existe el
delito de calumnias.
EL PADRE, EL HIJO
Y …
Cuando vienen, tus
hijos se convierten en segundos en las personas más importantes de tu vida.
Cada generación tiene su entorno cultural y social, y no puedes comprender
siempre a tus hijos, al igual que ellos no se pueden poner en tu piel para
compartir todo.
No busquen más, el Espíritu Santo tiene su
ámbito, pero no opera para el común de los mortales, no hay terceros de
envergadura que se puedan poner al mismo nivel en las relaciones
paterno-filiales; madres, padres, hijas e hijos conforman una relación humana
primaria y compleja a la vez, con obligaciones y derechos, que dependiendo de
la antigüedad pasan de una naturaleza jurídica a una moral, pero que en general
asumimos con naturalidad. No tomen los lectores la omisión de lo femenino en el
título como una desconsideración, lo exigía la cita bíblica, como tampoco
entiendan por descortesía el que en estas líneas se refleje el modelo más
habitual de organización familiar (padre, madre e hijos/as), es el mío y el que
por tanto conozco en primera persona, aunque entiendo que las reflexiones que
siguen son comunes para las familias monoparentales o cuando la pareja es del mismo sexo. Hay
quien piensa que puede resultar perturbador para la crianza de los hijos el
hecho de que sus progenitores compartan cuchilla de afeitar o rímel de los
ojos, como si la libre orientación sexual fuera incompatible con la responsabilidad
y el amor a los vástagos; sinceramente, creo que cometen gran injusticia los
que quieren privar a los homosexuales de esta vertiente, ser padres y madres,
que cuando se asume voluntariamente, es tan esencial en un ser humano, que no
hay convenciones ni leyes que lo puedan impedir.
Esto de ser padres puede ser producto de una
planificada definición de tu entorno afectivo, “ampliar la familia”, pero no
faltan situaciones en que vienen los hijos “sin que se esperen”; da igual, en
todos los casos se produce el fenómeno emotivo más rápido que podamos conocer,
ya que con arrugas y vociferantes en el parto o en la foto para la adopción, se
convierten en segundos en las personas más importantes de tu vida. Los padres
que hemos tenido la suerte de asistir al nacimiento de nuestros hijos (las
madres son de obligada y sufrida presencia) sabemos de este “flechazo”
inmediato. En definitiva, mientras que el enamoramiento o la amistad exige, por
lo general, un proceso gradual, los padres queremos a nuestros hijos en cuanto
nacen (aunque por su edad, no nos den mucha conversación al principio; bueno,
de mayores, a veces tampoco es que hablen mucho).
Pero si hay algo que caracteriza a la
relación paterno-filial, es la intensidad. Salvo situaciones de ruptura
extrema, los padres estamos dispuestos para hacer por nuestros hijos todo lo
que se nos pida, incluso el máximo sacrificio; muy pocos padres o madres
tardarían más de un segundo en poner en peligro su vida a cambio de mantener la
de su retoño. No hay duda de que las mayores alegrías (y también las penas)
vienen vinculadas a los hijos, sus éxitos
son los tuyos y sus fracasos a veces los interiorizas más que ellos
mismos, al pensar que tendrías que haber hecho algo más para que tu hija o hijo
no pasara por un mal trago. Y aquí viene una cuestión delicada, ¿cómo compartir tus experiencias sin pasarte
o quedarte corto?; confieso que como padre tengo una visión intervencionista en
esta materia, moderada eso sí por la sabia contención de mi esposa, partidaria
de un mayor grado de autonomía en el diseño del futuro de nuestros hijos.
Aprovecho para explicar mi posición. Entiendo que los padres/madres tenemos el
derecho y el deber de transferir a nuestras hijas e hijos nuestros valores y
experiencias, las que nos han hecho mejores y en las que hemos metido la pata,
y siempre con el objetivo de no ver reproducidos en tu descendencia los malos
momentos o la pérdida de una oportunidad de ser felices. Hay que hacerlo con
talento y talante, siendo consciente que cada generación tiene su entorno
cultural y social, y que hay que admitir que, por mucho que leas, no puedes
comprender siempre a tus hijos, al igual que ellos por muy maduros que sean, no
se pueden poner en tu piel para compartir todo al 100%. En definitiva, que
aunque nos queramos a rabiar, somos personas distintas. Como contrapeso a este
“intervencionismo” paterno, está claro que los hijos tienen derecho a la
“legítima defensa”, es decir a cribar, de acuerdo a su conciencia y
experiencia, ese irrefrenable deseo que algunos tenemos de organizarles la vida
hasta la jubilación. Yo ejercí con mis padres esa “legítima defensa”, y no hay
palabras para decir como los quiero; ojalá nuestros hijos ejerzan similar
derecho y con el mismo resultado.
INTEGRISMO, NO
GRACIAS
El integrista no
necesita escuchar, lo sabe todo y es un consumado especialista del monólogo. El
“blindaje” de las ideas no las convierte en mejores, las empobrece porque no
respiran el aire del debate
El integrista no necesita escuchar, lo sabe
todo; lo tiene fácil porque su universo del saber es cortito, 4 ó 5 frases bien
aprendidas lo convierten en un consumado especialista del monólogo que no
admite preguntas, ni las suyas propias. Es más, cuando el integrista se
pregunta algo que se salga del guión, ¡malo!, hay señas de traición y debilidad
mal vistas por sus compañeros de secta. Este fenómeno se alimenta de la
ignorancia como dogma y de un mesianismo enfermizo, ambiente donde no hay
fundada orientación, hay órdenes incuestionables en forma de consignas que
“descubren” todos los días el
mediterráneo. El integrismo religioso y político a lo largo de la historia ha
adoptado intensidades distintas, pero ninguna etapa se ha librado de ellos,
tampoco la nuestra. Sabemos que las crisis económicas son caldo de cultivo
propicio para que estos “dueños de la verdad” adquieran vocación de expansión,
y es cuando el fanatismo (versión violenta del integrismo) engrasa sus máquinas
para que la razón y la decencia se arrojen a la basura al hilo de los “gritos
de rigor” que ahogan los gritos de dolor de los que no hicieron nada porque
cuando iban a buscar a su vecino no estaban afectados, y cuando fueron a por
ellos ya no quedaba nadie para defenderlos (¡ya lo decía Brecht!). No descubro
nada si recuerdo el contexto económico en el que nazismo y fascismo tomaron las
riendas de varios países (el nuestro entre ellos) para llevarlos a la ruina
moral y política, con millones de personas como víctimas.
Me preocupa el auge de los movimientos
fascistas (en sus diversas expresiones) en Estados vecinos, con su entrada en
los Parlamentos, institución a la precisamente tienen tan poco apego; pero lo
que realmente me inquieta es que estos sujetos pasen de la “fantochada” más o
menos molesta, al sutil proceso de la “honorabilidad”, es decir, pasar por
respetuosos con la Ley
y la democracia, hasta que tienen la ocasión de pisotearlas con sus botas. La
historia es buena consejera para no dejarnos engañar, y así recordar como los
nazis y los fascistas se presentaron como lo que no eran y a la debilidad de
algunos demócratas que les dejaron hacer por miedo, se añadió la complicidad de
las oligarquías económicas que tan bien tratadas fueron durante los años del
terror. España, afortunadamente, es una democracia asentada, con una opinión
pública que seguro rechaza veleidades facciosas, pero también la nación europea
donde gobernó y murió en la cama el último compinche de Hitler y Mussolini, en
1975, tarde, demasiado tarde. Yo he visto y sufrido en la transición a
fascistas desbocados por la impunidad de la que gozaban, por eso el mejor
antídoto contra esta enfermedad es el Estado de Derecho, la Ley, la policía, y la
tolerancia cero. Los ataques a inmigrantes, a “sin techos”, en general a los
que no piensan como ellos, no son hechos aislados sino reflejo de redes
criminales inspiradas y financiadas por algunos de esos grupos que ahora quiere
adquirir “respetabilidad” y dejan el trabajo sucio a brutos borrachos de
violencia.
Pero termino por donde empecé, con el
integrismo; creo que hace falta en España una decidida voluntad de arrinconar
la retórica de las verdades absolutas, de las que no admiten matices y que
convierte en enemigo a batir al adversario político. La confrontación es
legítima y necesaria en una democracia, pero no debe impedir el intercambio de
opiniones, incluso con el “peligro” de asumir que las del oponente no son tan
descabelladas. El “blindaje” de las ideas no las convierten en mejores, al
contrario, las empobrece porque no respiran el aire del debate. Y queridas/os
lectoras/es, no creo que quien suscribe sea sospechoso de relativismo
ideológico, 36 años de militancia comunista me sitúa claramente, dentro del
escenario político, en el lugar donde quiero estar, una posición de izquierda
en la tarea de trabajar por una sociedad más fraternal y justa, pero sin caer
en la arrogancia de querer asumir el monopolio de esos valores. No me gusta lo
que hace el gobierno del PP, creo que su política denota un integrismo
neoliberal dañino para los españoles y quiero, democráticamente, sacarlos del
poder, pero como no me considero integrista, no se me ocurre llamarlos
fascistas, ofendiendo a personas honestas que no piensan como yo. Eso sí, como
la canción de Serrat, con los corruptos y con los totalitarios, “tengo algo personal”.
NUESTROS MUERTOS
Todos conocemos casos del dolor más intenso que los humanos pueden
padecer, sufrir como sus hijos se van antes que ellos. El tiempo es el mejor
aliado y te permite convivir mejor con ese doloroso pesar de la ausencia de los
que sigues queriendo sin estar.
No se despega de nosotros en
ningún momento, y yo al menos, ni nombrarla quiero. Pero es inútil, con una
lealtad perruna, no nos deja ni a sol ni a sombra, siempre al acecho. No
podemos burlarla, nos conoce demasiado bien, es de hecho la única realidad
humana (común no obstante a todo lo que vive) que en lo sustancial no ha
cambiado desde los orígenes de nuestra especie. Con una paciencia infinita
espera su oportunidad y a veces ésta viene demasiado pronto, y se lleva a vidas
incipientes, pero que en días, meses o en pocos años han logrado que su mero
recuerdo te provoque un latigazo en la columna porque piensas en como hubiera
sido ese niño o ese joven si ésta, la innombrable, no se hubiera metido por
medio a la temprana oportunidad que se le ofreció. Todos conocemos casos del
dolor más intenso que los humanos pueden padecer, sufrir como su proyecto más
vital, su hija o hijo, se van antes que ellos. A veces la parca tiene más paciencia y te permite organizar un
trayecto más dilatado en la vida, con éxitos y fracasos, y es frecuente y
saludable que nos olvidemos de ella, aunque diariamente tenemos noticias de
muchas de sus fechorías. El caso es que nunca actúa de motu propio, siempre
cuenta con un cómplice que la convierte en consecuencia y no causa; en el mejor
de los casos su aliado es el paso de los años, los seres vivos tenemos fecha de
caducidad y siendo siempre doloroso, el final de un veterano se muestra más
soportable. Nuestro propio cuerpo y sus patologías se lo pone fácil a pesar de
las trincheras que todos los días defienden con su ciencia la profesión
sanitaria, a ellos y ellas mi homenaje más sentido. Pero dejando a un lado la
fatalidad de los accidentes, no nos engañemos, los principales compinches de
esta indeseable compañía somos nosotros mismos, los seres humanos, la máquina
más perfecta a la hora de dañar y matar a sus semejantes en los más depurados y
diversos estilos que las mentes criminales han parido a lo largo de la
historia.
Como se afronta lo inevitable es
cosa individual y no admite reglas generales, pero estoy en una edad en la que
ya no paso una semana sin visitar el cementerio para despedir a un semejante, y
más de una neurona he gastado en intentar racionalizar la pérdida de un ser
querido, esfuerzo inútil ya que en estos malos momentos la emoción y los sentimientos encuentran su
lugar en tu vida, es curioso, los mismos que te hacen felices en otras
ocasiones, paradójico resulta que el llanto sirva en la alegría y en la pena. En mi caso, y cuando me ha tocado el
duro papel de recibir los pésames (en especial con mi hermano y mi padre)
confieso que la fe ayuda ya que soy creyente, es más, siempre he admirado a los
que sin creer que hay algo después de la vida, dan la suya por los demás
sabiendo que sus propias convicciones no admiten una segunda oportunidad. Pero
es el tiempo el mejor aliado (unos meses, unos años); te permite convivir mejor
con ese doloroso pesar de la ausencia de los que sigues queriendo sin estar,
convivencia que cada cual construye con recuerdos que al principio te dejan sin
habla y con los ojos vidriosos pero que llega un momento (si todo va bien y la
melancolía no te ataca) que te sirven para rememorar los días en los que la
persona que falta te hizo reír y disfrutar con una mirada, palabra, o cualquier
otra forma de expresar el cariño. Cuando el tiempo suaviza, y parece que los
humanos estamos programados para que así sea, la vida se hace más soportable y
conseguimos una pequeña victoria frente a la innombrable; nuestros muertos
siguen en nuestro corazón con nombre y apellidos, y a veces consiguen que
algunos intentemos ser mejores personas, con el deseo de que cuando nos toque
(de esto no se libra nadie) te recuerden por algo más que una inscripción en el
Registro Civil. La paz de los justos en vida hace que el descanso eterno sea
algo más que una frase de consuelo.
Convertir el dolor por su
ausencia en bondad como homenaje a su recuerdo
es el mejor servicio que la persona puede dar en el último paso. Los que
seguimos aquí podemos incrementar nuestro “patrimonio sentimental”, con más
amistad y ternura en nuestro entorno y sin que el aumento del patrimonio
convencional se convierta en nuestro único objetivo, ya que, como le pasaba al
señor Scrooge (legendario personaje de Dickens), se corre el riego de
convertirse en el más rico del cementerio.
DAMAS Y CABALLEROS
Lo reconozco, pertenezco a una secta a la que no le gusta ver a mujeres
con miedo y con moratones producto de “amores” que matan
La cercanía del
Día Internacional de la Mujer
y la polémica suscitada por las declaraciones de un diputado-actor (por
separado) me impulsa a dedicar estas notas a las mujeres, mitad de la población
que en los últimos años ha protagonizado avances espectaculares en sus
derechos, pero que aún no ha soltado lastre de siglos de minoría de edad,
violencia, desprecio y desigualdad, losas que en mayor o menor medida hemos
puesto la mayoría de los hombres, y que no se remueven sólo con leyes justas e
igualitarias, necesarias pero insuficientes si no hay un profundo cambio de
acciones y omisiones (convertidas en iconos de nuestra identidad masculina),
reafirmando nuestra masculinidad en una visión más simple, más entrañable, y
que no es otra que la de tratar a las mujeres de la forma que nos gustaría que
nos trataran a nosotros. El día que nuestro desprecio por la ausencia de escrúpulos o la ambición
desmedida no tenga sexo (y no se incremente, por tanto, cuando tenga falda y
maquillaje), daremos un pasito. Cuando consigamos que las diferencias
biológicas y emotivas no se conviertan en amables excusas para un tramposo
reparto de cargas, y el instinto materno o la sensibilidad femenina sean libres
expresiones vitales y no asignación, en régimen de monopolio, del cuidado de
hijos o ascendientes, seguro que daremos un gran paso. El ritmo en el cambio de
mentalidad que tenemos que asumir los hombres irá en directa proporción al
reconocimiento que hagamos de que casi todos participamos de esa losa machista,
puede que difusa, puede que inconsciente, pero pesada e injusta. De nosotros
depende que algún día para nuestras mujeres sea un mal recuerdo y para nuestras
hijas una anécdota.
Se equivocó (espero que sea error
y no convicción) el Sr. Cantó en sus declaraciones; confundió un hecho objetivo
(el que puedan existir denuncias falsas de violencia de género), con un
supuesto acoso a los hombres y que la culpa de ambas cosas la tienen las
medidas legales contra la violencia machista, impulsadas, según parece, por un
“peligroso lobby” de feministas radicales. Ahora resulta que dotarse de normas
para erradicar el crimen machista es una expresión de sectarismo; pues bien, lo
reconozco, pertenezco a esa secta, la que no le gusta ver a mujeres con miedo,
con moratones producto de “amores” que matan, a niños que son testigos (y
víctimas) de humillaciones diarias. Pero a los de mi secta también nos repugna
que alguien utilice denuncias falsas, simulando lo que miles de mujeres sufren
y haciendo pasar por delincuente a personas inocentes; es más, esas falsedades
se erradicarán cuando se refuercen los medios para que jueces, fiscales y
policías puedan investigar mejor y así depurar cualquier uso ilícito de la
lucha institucional y ciudadana contra la violencia de género. Por todo esto,
aún queda mucho que hacer para atajar la violencia de cobardes que solo sacan
valentía para pegar a mujeres indefensas, criminales que convierten a sus
parejas en dianas de sus frustraciones e insuficiencias, las mismas que los
convierten en sumisos en otras facetas de la vida donde no cuentan con la
impunidad del “secreto” doméstico. No es una lucha de hombres contra mujeres,
sino de personas decentes frente a desaprensivos, y como en toda lucha, no todo
vale, tampoco el uso fraudulento de la denuncia penal en situaciones que tienen
como solución el acuerdo o en su caso la tutela civil de los tribunales.
Pero no todo es violencia,
también está esa losa, más rígida o sutil dependiendo de los casos, que antes
comentaba; frente a ésta, todas y todos, en especial nosotros, tenemos como
campo de prueba la vida cotidiana, los gestos, las palabras, los silencios, las
miradas, la convivencia entre la pasión en el
amor y la serenidad en el desamor. Ese “día a día” en la pareja hay que
administrarlo desde el respeto mutuo y la deliberada voluntad de los varones en
progresar adecuadamente en la difícil asignatura de la igualdad. Hay que
conseguirlo consolidando los avances, censurando los retrocesos y con una
amplia visión de lo que es importante: pasar de la igualdad formal a la real. Y
si es posible, evitando que la necesaria presencia de lo femenino en la
expresión oral y escrita se haga a costa de un castellano comprensible o no
confundiendo la caballerosidad (vertiente de la cortesía) hacia las mujeres con
un donjuanismo trasnochado.
MI COLUMNA DE HOY EN SUR.
TRICORNIOS EN EL CONGRESO
La Democracia se la debemos a una generación digna, que
no confundía la justicia con la venganza, que no envenenó a sus hijos con el
odio.
Todo era muy
confuso y poco creíble; la radio hablaba de guardias civiles que entraban en el
Congreso, que puede que lo hicieran para defender a los diputados de un
atentado de ETA. La evidencia de que aquello no era una anécdota me impulsa a
que, antes de que mi padre se entere de
lo que realmente pasa, me quitara de en medio con la excusa de buscar unos
apuntes a casa de un amigo. Tenía prisa y sabía que una vez que se supiera que
aquello era un golpe de Estado, se decretaría concentración bajo llave en casa
hasta que se aclarara el panorama. No había cumplido aún 17 años y mi
militancia comunista había pasado de una clandestinidad familiar en los
primeros años a una tolerada a regañadientes en el último, bajo promesa de
prudencia extrema. La democracia era frágil en la España de esos años. Mi
“búsqueda de apuntes” tenía un objetivo, poner a resguardo las fichas de
afiliados ante un posible registro de las sedes del PCE, y llegando a la de
calle Churruca, en el malagueño barrio de la Trinidad, me encuentro a
un veterano militante, Fernando, hombre curtido en la clandestinidad y persona
muy sensata que me intenta convencer de que volviera a casa, pero con el
que al final acuerdo repartir las fichas
(él las del PCE y yo las de la
UJCE) y que las conservaríamos, salvo peligro directo de
requisa de los golpistas, en cuyo caso, ¡al fuego!. Noche de radio, de rumores,
de prudencia y recuerdos de los que, como mi padre, habían sufrido la represión
franquista (huérfano a los 13 años, con mi abuelo republicano abatido en el
muro de S. Rafael), y noche también de rabia de una generación más joven que se
juramentaba para que la democracia no fuera un efímero episodio, pero no
caíamos en el pequeño detalle de que los tanques no se paraban a pedradas.
Durante aquella larga noche, me acordé
de mi tío, oficial de la guardia civil, hombre entrañable y al que jamás me
imaginaría secundando en sus tropelías a un loco como Tejero, y no olvidé a los
guardias que asaltaron el Congreso, y
que alguno puede que se encontrara en el dilema de no obedecer alguna orden
criminal de masacre de los secuestrados representantes del Pueblo. El golpe
fracasa, la vida sigue, y el 24 hay examen de francés, un compañero de clase
situado en la extrema derecha muestra una sincera alegría al verme, había
pasado mala noche pensando en que me pudiera pasar algo.
Pasados 32 años desde aquello,
pienso que mi microhistoria personal, junto a otras miles, ponen de manifiesto
que 1981 no era 1936, que la mayoría de los españoles éramos capaces de
defender la democracia y hacerlo desde el respeto a los demás, que a pesar de
que habían humillado a la soberanía popular, uno era capaz de pensar en el
futuro de esos guardias civiles que encañonaban a los diputados y en intentar
encontrar una eximente a su criminal actuación (obediencia debida) y que
incluso unos miserables como Tejero, Milans, Armada y otros de la cuadrilla de
“salvapatrias”, merecían un juicio justo y en cualquier caso nunca un final a
los pies de una tapia, destino que ellos sin embargo tenían reservado a los
demócratas. Pero también era significativo que mi compañero de estudios, el
“facha”, no participara de ese deseo demente de una “noche de los cuchillos
largos” que después se demostró que tenían preparada bandas de fascistas
(algunos aún en la policía y en el ejército), y que en Málaga tenía como
objetivo una “lista negra” de militantes de izquierda, entre los que estaba mi
añorado Leopoldo del Prado. Y si en la España de
1981 la inmensa mayoría de los ciudadanos no estábamos dispuestos a matarnos
(salvo los facciosos y los etarras), estoy convencido de que se lo debemos a una
generación callada, digna, sin estridencias, que no confundía la justicia con
la venganza, que no envenenó a sus hijos con el odio, que se alegraba de cada
paso de la democracia porque se alejaba sus recuerdos de sangre y miedo, unos
hombres y mujeres que querían para sus hijos lo que ellos no habían tenido. Una
generación como la de mi padre, al que se le cambiaba la cara cuando veía a
Franco en la tele, la misma cara que ponía ante los asesinatos terroristas;
tenía la bondad y sabiduría de no distinguir, el dolor es el mismo para todos.
Mi homenaje a esos padres, que fueron niños de una España negra, y que han
permitido que para nuestros hijos el 23-F sea un lejano tema de la
historia.
TRICORNIOS EN EL CONCRESO
La Democracia se la debemos a una generación digna, que
no confundía la justicia con la venganza, que no envenenó a sus hijos con el
odio
Todo era muy
confuso y poco creíble; la radio hablaba de guardias civiles que entraban en el
Congreso, que puede que lo hicieran para defender a los diputados de un
atentado de ETA. La evidencia de que aquello no era una anécdota me impulsa a
que, antes de que mi padre se entere de
lo que realmente pasa, me quitara de en medio con la excusa de buscar unos apuntes
a casa de un amigo. Tenía prisa y sabía que una vez que se supiera que aquello
era un golpe de Estado, se decretaría concentración bajo llave en casa hasta
que se aclarara el panorama. No había cumplido aún 17 años y mi militancia
comunista había pasado de una clandestinidad familiar en los primeros años a
una tolerada a regañadientes en el último bajo promesa de prudencia extrema. La
democracia era frágil en la
España de esos años. Mi “ búsqueda de apuntes” tenía un
objetivo, poner a resguardo las fichas de afiliados ante un posible registro de
las sedes del PCE, y llegando a la de calle Churruca, en el malagueño barrio de
la Trinidad,
me encuentro a un veterano militante, Fernando, hombre curtido en la
clandestinidad y persona muy sensata que me intenta convencer de que volviera a
casa, pero con el que al final acuerdo
repartir las fichas( él las del PCE y yo las de la UJCE) y que las
conservaríamos, salvo peligro directo de requisa de los golpistas, en cuyo
caso, ¡al fuego!. Noche de radio, de rumores, de prudencia y recuerdos de los
que, como mi padre, habían sufrido la guerra civil (huérfano a los 13 años, con
mi abuelo republicano abatido en el muro de S. Rafael), y noche también de
rabia de una generación más joven que se juramentaba para que la democracia no
fuera un efímero episodio, pero no caíamos en el pequeño detalle de que los
tanques no se paraban a pedradas. Durante aquella larga noche, me acordé de mi tío, oficial de
la guardia civil, hombre entrañable y al que jamás me imaginaría secundando en
sus tropelías a un loco como Tejero, y no olvidé a los guardias que asaltaron
el Congreso, y que alguno puede que se
encontrara en el dilema de no obedecer alguna orden criminal de masacre de los
secuestrados representantes del Pueblo. El golpe fracasa, la vida sigue, y el
24 hay examen de francés, un compañero de clase situado en la extrema derecha
muestra una sincera alegría al verme, había pasado mala noche pensando en que
me pudiera pasar algo.
Pasados 32 años desde aquello,
pienso que mi microhistoria personal, junto a otras miles, ponen de manifiesto
que 1981 no era 1936, que la mayoría de los españoles éramos capaces de
defender la democracia y hacerlo desde el respeto a los demás, que a pesar de
que habían humillado a la soberanía popular, uno era capaz de pensar en el
futuro de esos guardias civiles que encañonaban a los diputados y en intentar
encontrar una eximente a su criminal actuación (obediencia debida) y que
incluso unos miserables como Tejero, Milans, Armada y otros de la cuadrilla de
“salvapatrias”, merecían un juicio justo y en cualquier caso nunca un final a
los pies de una tapia, destino que ellos sin embargo tenían reservado a muchos
demócratas. Pero también era significativo que mi compañero de estudios, el
“facha”, no participara de ese deseo demente de una “noche de los cuchillos
largos” que después se demostró que tenían preparada bandas de fascistas
(algunos aún en la policía y en el ejército), y que en Málaga tenía como
objetivo una “lista negra” de militantes de izquierda, entre los que estaba mi
añorado Leopoldo del Prado. Y si en la España de
1981 la inmensa mayoría de los ciudadanos no estábamos dispuestos a matarnos
(salvo los facciosos y los etarras), estoy convencido de que se lo debemos a
una generación callada, digna, sin estridencias, que no confundía la justicia
con la venganza, que no envenenó a sus hijos con el odio, que se alegraban de
cada paso de la democracia porque se alejaban sus recuerdos de sangre y miedo,
unos hombres y mujeres que querían para sus hijos lo que ellos no habían
tenido. Una generación como la de mi padre, al que se le cambiaba la cara
cuando veía a Franco en la tele, la misma cara que ponía ante los asesinatos
terroristas; tenía la bondad y sabiduría de no distinguir, el dolor es el mismo
para todos. Mi homenaje a esos padres, a todos, con o sin color político, que
han permitido que para nuestros hijos el 23-F sea un lejano tema de la
historia
LA VIVIENDA
DE TU VIDA
No podemos permanecer impasibles ante
esta sangría de sufrimiento colectivo
La dación en pago evita que se prolongue
la agonía económica de las familias después de perder su vivienda
La
vivienda es el lugar de inicio y retorno en la noria diaria que es la vida, el
espacio donde, reímos, lloramos, amamos, acumulamos recuerdos tangibles, soñamos
nuestro futuro y el pasado reúne trienios que tu espejo refleja en esas arrugas
que conviven con las fotos de juventud en una caja de zapatos, junto a tus libros, los que has leído y los
que quieres seguir leyendo en tu sillón. Hay que ponerse en la piel de quien
recibe una notificación anunciándole que todo eso tiene fecha de caducidad, que
le quedan meses para recoger y apurar imágenes en su cerebro del sitio del que
te echan después de haber vivido ahí casi toda tu vida (literalmente en el caso
de los niños). No recibes ese papel porque seas un gorrón o quieres derechos
sin obligaciones; es más simple, te has quedado en paro, has caído enfermo o tu
modesto negocio no aguanta esta crisis. No puedes aguantar más las preguntas de tus hijos de
por qué se tienen que cambiar de colegio o las tuyas, ¿en qué he fallado?. Y te
quiebras como el cristal, cierras los
ojos a la esperanza y una cuerda en el cuello cierra tu vida. Hace unos meses
José Miguel Domingo dio el paso del que no se vuelve; no podía con los recibos
mensuales de la hipoteca y la angustia pudo más que la razón que nos impone el
instinto de conservación; por desgracia después han venido varios suicidios más
relacionados directamente con los desahucios.
Descansen
en paz estos conciudadanos, pero por un mínimo ético no podemos permanecer
impasibles ante esta sangría de sufrimiento colectivo que padece España (paro, desahucios, recortes..). No soy dado a
las explicaciones simplistas del maniqueísmo (buenos y malos); estoy seguro que
ningún ser humano (salvo un demente o un criminal) desea que pasen estas cosas,
pero tampoco soy neutral en la clara distinción que hay que hacer entre
los responsable de esta crisis y los que
la padecen; conocen mis lectores (espero tener alguno) mis convicciones
políticas de izquierdas. Además, como profesor de Derecho no me canso de
señalar a mis alumnos que un valor esencial del ordenamiento jurídico español,
junto a la libertad, igualdad y pluralismo político, es la JUSTICIA (art. 1 de la Constitución), y que
España es un Estado Social de Derecho; por tanto la Justicia es social, o no
es Justicia, y no se pueden diseñar, aprobar ni aplicar las Leyes sin tener
presente ese dato. Bienvenida por tanto la Iniciativa legislativa
Popular que a duras penas ha iniciado su trámite en el Congreso, y que debería
culminar, en mi modesta opinión, con una
reforma de la legislación hipotecaria que recoja la dación en pago para no prolongar la agonía económica de las
familias después de perder su vivienda, y moratorias legales que sin perturbar
la regla general del cumplimiento de las obligaciones asumidas, tenga en cuenta
elementos objetivos como el paro y otras circunstancias socioeconómicas y
permitan que el cumplimiento en plazo y sin dilaciones de las citadas obligaciones
no se convierta en un anticipo de la “ muerte civil” de muchas personas (y a
veces, como hemos comprobado, la física). Hay en definitiva que tener, en la
creación y en la aplicación del Derecho, una visión social que permita
compatibilizar la Seguridad Jurídica
(principio constitucional, art. 9 CE) y la Justicia. El
Legislador, los jueces, los poderes públicos y los ciudadanos en general
debemos hacer comprender a las oligarquías económicas (que no crean riqueza y
no hay que confundirlas con las verdaderas empresas) que no vamos a permanecer
impasibles ante este ataque frontal a la soberanía nacional y al Estado de
Derecho, y que frente al abuso de unos “mercados” (singular forma de denominar
a unos chantajistas) que se creen por encima de todo y de todos, vamos a poner en valor a la Constitución y al
Derecho. Hay que afrontar esta realidad evitando que miles de personas caigan en la cuneta de la exclusión social, y
eso exige fuertes dispositivos públicos que garanticen unos mínimos de equidad
social; más solidaridad social y menos “mano invisible” del mercado (Adam
Smith), que al final parece en vez una mano, recordando a la película “Torrente”, el brazo tonto del capitalismo.
Inicio
con ilusión este encuentro semanal con los lectores de SUR; espero acertar en
mi empeño de escribir lo que a mi gusta leer en los demás, un castellano
correcto, con una línea expositiva en la cual emociones,
sentimientos y argumentos convivan en sana armonía y donde el necesario rigor
no se convierta en “rigor mortis”.