lunes, 27 de mayo de 2013


 

"LAS BATAS BLANCAS", mi columna de hoy en SUR

 Cuando esté enfermo quiero ver una bata blanca y no una del color del dinero

 Normalmente es lo primero que nos encontramos cuando nacemos (aunque eso nos lo cuentan, que entre berridos no estamos para muchos recuerdos) y lo último que veamos en el paso final; sí, hablo de las batas blancas, el  uniforme de ese peculiar ejército que para iniciar su oficio juran, apelando al griego Hipócrates, que defenderán la vida y salud de sus pacientes, de todos nosotros, que de una manera u otra lo seremos a largo de la vida. También la bandera blanca permite el cese, aunque temporal, de las hostilidades dentro del llamado derecho humanitario en los conflictos armados. Es un color que denota paz y ayuda a los semejantes, y ahora salen a la calle, como una marea blanca, para confluir con el color verde de los que se dedican al noble oficio de la enseñanza y el naranja que reúne a los profesionales del Trabajo Social y que día a día se dejan la piel para evitar que muchos conciudadanos caigan a la cuneta de la exclusión social. Estas mareas, junto a otras de similar naturaleza, quieren ponerle color a la indignación de un País que no se resigna a que la cuenta de resultados de unos especuladores internacionales se ponga por encima de la salud, la educación y el bienestar social de la gente.

He tenido el honor de asistir a varios actos donde jóvenes licenciados en Medicina se incorporaban a la práctica de su profesión mediante la incorporación al Colegio de Médicos; procuraba fijarme en sus caras y gestos, chicas y chicos que llevaban ya una mochila de mucho flexo y pestañas quemadas con el “Harrison”, el “Lehninger” y otros mamotretos similares, mucho laboratorio, y exámenes MIR; y lo que tenían por delante, años de formación sanitaria, y cuando se quieren dar cuentan, se acercan los 40 y aún no le han dado la oportunidad de demostrar su valía para un puesto fijo en la sanidad pública porque se congelan las oposiciones. Pero ese día eso no importa, son ya médicos y juran defendernos frente a la enfermedad y convertir nuestra salud en su batalla diaria. Cada uno lo hará en su especialidad, ya que son muchos los frentes que tienen por delante porque los seres humanos somos de cristal y nuestros cuerpos y mentes sufren muchos ataques, tantos que la ciencia no da abasto para responder al cien por cien. ¡Qué vulnerable somos ante la enfermedad!, desde el maldito tumor que tratan de parar los oncólogos a esa chica preciosa que cae en la anorexia porque su mente le deforma lo que el espejo le dice y destroza su cuerpo ante el terror de seres querido. Los médicos, junto a los profesionales de la Enfermería, Farmacia, Odontología, y de otras actividades sanitarias, lo que piden es que los recortes y la privatizaciones no les obliguen a rendirse frente a la enfermedad, que al menos tengan la oportunidad de plantar cara al dolor humano, de evitarlo o al menos atenuarlo y si la cosa no tiene remedio, que nos ayuden a irnos  con dignidad. No se puede perder ni un día, cada batalla ganada a la enfermedad es esperanza y vida, cada derrota suele ser irreversible para el enfermo afectado y hay que procurar que al menos no sean producto de la falta de recursos.

“La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”, este ambicioso principio es el primero que recoge el texto de la Constitución de la Organización Mundial de la Salud, organismo especializado de Naciones Unidas que en julio de 1946 ya lo proclamaba, antes incluso de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. De eso se trata precisamente, de entender que la protección de la salud (artículo 43 de la Constitución) es un derecho humano esencial, muy por encima del negocio y la rapiña. No soy un integrista del estatalismo, creo que la iniciativa privada tiene su legítimo papel, pero éste nunca puede ser el desmantelamiento de los dispositivos públicos que garantizan la igualdad y equidad para aumentar el negocio de algunos a costa de la salud de las personas. No nos engañemos, en esa espiral una parte importante de la población (con los inmigrantes a la cabeza) será carne de cañón, y ahí está el sistema sanitario de EEUU para comprobarlo, sin olvidar, por supuesto, que los recursos son escasos y que hay que utilizarlos con sentido común y sin derroches.

En resumen, cuando esté enfermo quiero ver una bata blanca en el diagnóstico y  tratamiento, en el cuidado de enfermería y para expedir los medicamentos, blanca, insisto, y no del color del dinero.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

sábado, 25 de mayo de 2013


 Mi columna en SUR el lunes pasado

la niebla de ninguna parte

 Videla ha muerto, la indecencia y la maldad cuentan con un militante menos en este mundo.

 “¿Qué es un desaparecido?...mientras sea desaparecido no puede tener ningún tratamiento especial, es una incógnita, es un desaparecido, no tiene entidad, no está, ni muerto ni vivo, está desaparecido”. Esta declaración, cargada de maldad y desprecio por el sufrimiento humano, es del general Videla, de profesión criminal y Jefe de la primera Junta Militar durante la dictadura que asoló Argentina de 1976 a 1983; fusilamientos no, era mejor la desaparición, no dejaba rastro, él no iba a cometer el error de Pinochet, los vuelos de la muerte o las fosas clandestinas ahorraban muchas preguntas, y sobre todo evitaban toda respuesta. “¿Dar a conocer dónde están los restos? ¿Pero, qué es lo que podemos señalar? ¿En el mar, el Río de la Plata, el riachuelo? Se pensó, en su momento, dar a conocer las listas. Pero luego se planteó: si se dan por muertos, enseguida vienen las preguntas que no se pueden responder: quién mató, dónde, cómo”. No se crean ustedes  que estas frases las pronunció el recientemente fallecido dictador como un desahogo a su inexistente conciencia, se limitaba a describir su modus operandi, era un innovador, mataba con discreción, no como otros colegas matarifes de su misma calaña; lo suyo era más limpio, un coche con varios militares secuestraban a “peligrosos” subversivos, los llevan a centros clandestinos de detención, los torturaban con las refinadas técnicas aprendidas en la “Escuela de las Américas” (centro de formación militar de EEUU) y después, “van a la niebla de ninguna parte”, como dijo uno de los verdugos quizás recordando el "Decreto Noche y Niebla" que los nazis aplicaban a la resistencia en los países ocupados. Otro bandido, el  general Ibérico Saint Jean (Gobernador de la Provincia de Buenos Aires), resumía  en mayo de 1977 los objetivos de estos delincuentes, “Primero mataremos a todos los subversivos, luego mataremos a sus colaboradores, después... a sus simpatizantes, enseguida... a aquellos que permanecen indiferentes, y finalmente mataremos a los tímidos”. Ambición no les faltaba a esta cuadrilla de fascistas, trabajaban a destajo, sin descanso, hacían lo que más les gustaba, torturar, aterrorizar a personas indefensas, asesinar, y además les ponían sueldo por eso, y un bonito uniforme que lucían por el día, ya que por la noche, que es cuando de verdad trabajaban, se ponían ropa de faena, resistente para aguantar tanto lavado de sangre. Nada que ver con esos pringados que se dejaban la piel defendiendo a sus compatriotas (trabajo teórico de los militares), ¡no!, que vulgaridad, lo de estos matones era liquidar civiles, que es menos arriesgado. Lo tenía claro el capitán Alfredo Astiz, consumado torturador de la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada), rindiendo su posición en la guerra de las Malvinas sin pegar un solo tiro, ¡oiga!, que estos soldados ingleses te pueden hacer daño, no es lo mismo que patear hasta la muerte a un rojo, pensaría con buen criterio este “valiente”.
La dictadura argentina de 1976 a 1983 fue una más de las que han jalonado por desgracia la historia de la humanidad, homicidas que dan rienda suelta a su vocación asesina y que se organizan para tal fin mediante el terrorismo de Estado. En España tuvimos nuestra ración, con la diferencia de que Franco se murió en la cama y no en la cárcel como Videla. Lo de Argentina se incardinó en la llamada Operación Cóndor,  plan de coordinación de asesinatos organizado por las dictaduras militares del Cono Sur de América en los años 70, que contó con complicidad de la CIA, como demuestra documentos desclasificados de la Administración de EEUU. Estas bestias pardas aprendieron bien lo que les enseñaron, hasta el punto de que, como dice el senador demócrata Martin Meehan (Massachusetts), “Si la Escuela de las Américas decidiera celebrar una reunión de ex alumnos, reuniría algunos de los más infames e indeseables matones y malhechores del hemisferio”.
Videla ha muerto en la cárcel; no lo ejecutaron, no lo hicieron desaparecer (práctica tan querida por este miserable), tuvo un proceso justo y se respetaron sus derechos, a él, que tanto esfuerzo dedicó para pisotear los de los demás. Nunca me he alegrado de la muerte de nadie, pero hay que decir que la indecencia y la maldad cuentan con un militante menos en este mundo. Como dijo el fiscal Julio César Strassera en el juicio a las Juntas militares en 1985, “Señores jueces, quiero utilizar una frase que pertenece ya a todo el pueblo argentino: Nunca más.”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

lunes, 13 de mayo de 2013


 MI COLUMNA DE HOY EN SUR

LOS SINDICATOS

 

El conflicto capital-trabajo existe, y la cobertura legal de los derechos laborales es producto de la lucha del movimiento obrero y sus sindicatos.

 

De un tiempo a esta parte se ha instalado un clima de hostilidad manifiesta hacia los sindicatos, y algunos  no  desaprovechan coloquios, conversaciones de café, o que se  les ha caído un lápiz al suelo, para despotricar contra los malvados sindicatos, causantes de casi todos los males por su aptitud irresponsable y por derrochones. Es tal el “animus injuriandi” del que hacen gala estos cruzados antisindicales que no les queda tiempo ni ganas para criticar a los defraudadores a la Hacienda, los que no dan de alta en la Seguridad Social a sus trabajadores, los que han destrozado las instituciones financieras y empresas que han administrado o algunos gestores públicos que han practicado el clientelismo y la lapidación de recursos públicos (en este caso, el olvido depende sobre todo del color político). Aguerridos tertulianos llegan a proponer que desaparezcan los sindicatos o en su caso se les ate corto, puede que tengan nostalgia de las concentraciones en el Bernabéu, con bailes regionales que expongan las peculiaridades folclóricas de nuestros probos “productores” (lo de trabajador suena muy rojo) en sana armonía con el capital, como establecía el Fuero del Trabajo de Franco al imponer la afiliación obligatoria a la Organización Sindical, inspirada en el corporativismo del fascismo italiano y donde empresarios y trabajadores convivían (de forma forzosa) ya que se negaba la contraposición capital-trabajo.

No estoy ni he estado afiliado a ninguna organización sindical por razones que no vienen al caso, pero desde 1976 hasta la presente he participado en muchas manifestaciones, huelgas, movilizaciones y actos  convocados por los sindicatos, y creo que mi trayectoria política en el PCE pone de manifiesto mi compromiso en la defensa de los trabajadores. Sin embargo, lo anterior no impide que pueda compartir algunas críticas justas hacia la actuación de las direcciones sindicales en España, caracterizada demasiada veces por un acomodamiento en su perfil institucional frente al necesario activismo en los centros de trabajo, con una política de pactos, que si en su sentido general comparto, a veces les ha llevado, por ingenuidad o simple entreguismo, a cerrar acuerdos lesivos a los trabajadores, y con una falta de reacción temeraria al progresivo descenso en la afiliación, el deterioro de la representatividad y prestigio que acumularon en su lucha por la democracia (con personajes míticos como Marcelino Camacho) o la  dependencia en exceso de la financiación institucional. Además se tendría que haber controlado a determinados dirigentes sindicales que han desprestigiado a todo el colectivo, con horas sindicales mal utilizadas, caraduras que han utilizado su cargo sindical para medrar y conseguir beneficios personales inmerecidos y en casos extremos sinvergüenzas que han cometidos delitos como en el execrable caso de los ERE fraudulentos.

Siendo lo anterior verdad, ¿podemos descalificar por eso a decenas de miles de afiliados y dirigentes sindicales honrados que dedican mucho tiempo y esfuerzo para defender a sus compañeros de trabajo?; no hace falta recordar que cuando se quiere cometer un atropello laboral en una empresa  la resistencia por lo general reside en esos hombres y mujeres que al amparo de la libertad sindical, dan la cara por los trabajadores, y asumen en muchos casos represalias por ejercer esa noble tarea. Es probable que algunos de esos críticos feroces de todo lo que  huela a sindicalismo, si se encontraran inmersos en una dificultad laboral acudan en demanda de apoyo a los mismos que despellejan con tanto entusiasmo.

No nos engañemos, sin sindicatos activos la ofensiva neoliberal de desmantelamiento del Estado Social que consagra nuestra Constitución sería un verdadero paseo militar. El conflicto capital-trabajo existe, y la cobertura legal de los derechos laborales (aunque debilitada en los últimos tiempos) es producto de la lucha del movimiento obrero y sus sindicatos. La limitación de la jornada laboral, el descanso semanal o la prohibición del trabajo de los niños no fueron gratuitas, costaron mucha sangre y lágrimas de anónimos sindicalistas. Warren Buffet, una de las personas más ricas de EEUU, en un alarde de sinceridad afirma que  “la lucha de clases sigue existiendo, pero la mía va ganando“. Sin sindicatos no habría resistencia, solo rendición incondicional.   

domingo, 12 de mayo de 2013

TRAGEDIA DE BANGLADESH.

Esta foto es una estremecedora muestra de cómo un desmedido e indecente ánimo de lucro puede causar muerte y destrucción. Alguien en las grandes empresas de distribución y venta de ropa tendría que preguntarse cómo obtienen suministros a precios tan ventajosos, y además deben tener la suficiente sensibilidad para verificar en qué condiciones laborales trabajan los millones de trabajadores que en muchas partes del mundo son explotados de forma miserab...le para garantizar bienes de consumo a buen precio a los países más acomodados.
Espero que caiga todo el peso de la Ley a los responsables directos e indirectos de la tragedia de Bangladesh, donde centenares de trabajadores murieron en el edificio de ocho plantas Rana Plaza en Savar (Dhaka) que se derrumbó. Trabajaban en un inmueble sin las mínimas condiciones de seguridad. La responsabilidad social de la empresa en firmas afamadas, españolas extranjeras, exige que no compren en fábricas textiles ni de otro orden que no garanticen unas condiciones dignas laborales y de seguridad, y si lo hicieron sin adoptar esas elementales reglas de ética en los negocios, que respondan ante la sociedad, es decir, ante nosotros los consumidores, sin perjuicio de que la normativa internacional establezca de forma eficaz la responsabilidad jurídica que disuade a los “ halcones” de los negocios de que no todo cabe para obtener beneficios.

martes, 7 de mayo de 2013


IMPUTACIÓN DE LA INFANTA CRISTINA. ¿IGUALDAD DE TRATO CON EL RESTO DE LOS CIUDADANOS?

 

La AUDIENCIA PROVINCIAL, SECCIÓN SEGUNDA, PALMA DE MALLORCA, ha dictado hoy el A U T O NÚM. 256/2013, donde se acuerda : “ESTIMAR en parte el recurso de apelación interpuesto por el Ministerio Fiscal y al que se han adherido la defensa de la Infanta Doña Cristina de Borbón y Grecia, la Abogacía del Estado y las representaciones de Don Iñaki Urdangarín Liebaert y de Don Luis Carlos García Revenga, contra el auto de fecha 3 de abril de 2013, dictado por el Juzgado de Instrucción número 3 de Palma y recaído en la causa DP 2677/08 (Pieza 25), y en su virtud, se deja sin efecto la citación de la Infanta para que comparezca a prestar declaración en calidad de imputada por los hechos que le atribuye el auto apelado con relación a la participación de la Infanta en las actividades presuntamente delictivas del Instituto Nóos, suspendiendo sin embargo dicha imputación, de momento, respecto del posible delito contra la hacienda pública y/o blanqueo de capitales y condicionando la misma a las aclaraciones que a la vista de lo acordado en el Fundamento Séptimo de esta resolución pueda solicitar el Juez

Instructor de la A.E.A.T…”

En román paladino, como habla el pueblo con el vecino, significa que respecto a todos los delitos investigados ( salvo el  posible delito contra la hacienda pública y/o blanqueo de capitales, donde se suspende), se deja sin efecto la citación de la Infanta Cristina para que declare como imputada

 

Quiero aclarar desde el principio que no entro en el fondo jurídico del asunto porque una instrucción tan compleja como ésta solo se puede abordar con rigor por las partes (acusación y  defensa) y el juez instructor y la Audiencia, que son los que conocen todas las vertientes del sumario en profundidad; defiendo por principio la presunción de inocencia garantizada en la Constitución y no me alegro en lo más mínimo del sufrimiento que puedan padecer los afectados por todo esto, o por cualquier proceso penal.

Pero precisamente porque entiendo lo delicado de estas cuestiones, me parece esencial que la igualdad sea el nervio básico con el que actúen los poderes públicos, entre ellos el ministerio fiscal. ¿Se trata a la infanta Cristina en este caso igual que  situaciones análogas?; ¿es habitual que el ministerio fiscal impugne un acto de citación para declarar como imputada, y que probablemente tendría que haber adoptado la forma de providencia y no de auto?. La respuesta estas preguntas son la prueba del algodón de que no se ha vulnerado la igualdad entre todos los ciudadanos reconocida en el Art. 14 de la CE

 

No tengo respuesta a estas preguntas, pero me parecen muy significativas las palabras del voto particular del magistrado de la Audiencia que discrepa del parecer mayoritario de la Sala: “Dado que el recurso comienza invocando el principio de igualdad parecería lógico conocer el número de recursos contra citaciones para prestar declaración en calidad de imputado que ha formulado en los últimos años el Ministerio Público. Ello contribuiría a descartar que un recurso como el presente es insólito y facilitaría la comprensión de la referencia al principio de igualdad que se realiza.”

 

EL TRISTE PROFESIONAL

 

El optimismo no es una cinta que nos cierra los ojos frente a la realidad, es la capacidad de encontrar una oportunidad para la felicidad

 

Hace poco volví a ver la película “La vida de Brian”, del grupo  inglés Monty Python, una obra maestra del humor, en cuya escena final un grupo de crucificados en las últimas, acaban cantando una pegadiza “Always Look on the Bright Side of Life” (Mira siempre el lado bueno de la vida); la verdad es que esta divertida e inteligente parodia del mesianismo me ha llevado a dedicar la columna de esta semana al optimismo y a su más enconado enemigo, el triste profesional. Conviene aclarar desde un principio que no cabe confundirlos con las personas que han sufrido graves y dramáticas situaciones que les provoca una inevitable amargura, ellas merecen apoyo y compresión; tampoco me refiero a los que son tímidos, prudentes o simplemente serios de carácter,  aunque en muchos casos tengan un sentido del humor muy apreciable. No, queridos/as lectores/as, hablo de los que consideran una herejía las más mínima concesión a la relajación, al humor, o al optimismo; son imperialistas, no solo tienen una cara de palo estructural sino que pretenden con tozudez que todos participemos de su particular representación cotidiana de la lorquiana casa de Bernarda Alba; nunca es el momento de la ironía, solo hay un monotema, la parte negra de la vida, la individual y la colectiva, y solo cabe una legítima reacción, el lamento cansino y con una constancia militante, desayuno, merienda, cena, mañana, tarde y noche. Convierten la razonable preocupación por la grave crisis que sufrimos en una oda a la tristeza, son plañideras sin retribuir que no dejan resquicio a la esperanza. Y el optimismo es su enemigo, ya que lo consideran una muestra de debilidad, de ausencia de realismo y de resignación. ¡Qué gran error cometen estos tristones! 

La debilidad precisamente estriba en entregarse a la autoflagelación, hay que ser muy fuerte para responder con ánimo a las adversidades, son débiles los que crean un círculo vicioso de esperanzas quebradas que imposibilitan cambiar las cosas a mejor. El optimismo no es ni mucho menos una cinta que nos cierra los ojos frente a la realidad, es la capacidad de encontrar una oportunidad para tu felicidad y la de los demás (es muy difícil ser feliz en solitario, salvo que seas un egoísta consumado) y dedicar las máximas energías en mejorar tu vida y tu entorno, y no a machacar a tus semejantes con una descripción masoquista de lo que todos sabemos y padecemos.

El realismo no exige renunciar a que podamos cambiar la duras circunstancias que nos ha tocado vivir, eso es resignación, precisamente lo que nos reprochan a los optimistas. Hay que temer a los tristes profesionales cuando te dan su receta mágica, el “sangre, sudor y lágrimas” de Churchill (pero sin II guerra mundial por medio), y como las malas películas del oeste, con tantos tiros que al final muere hasta el apuntador. Me queda la duda de qué harían estos tristones en el caso de que embargados del ardor guerrero que predican, el común de los mortales nos lanzáramos a la carga como aguerridos kamikazes para asaltar palacios de invierno; me temo que como el “capitán araña”, siempre estarían en la retaguardia, tranquilitos y seguros para seguir dando la matraca.

Por eso soy optimista queridos lectores, porque no renuncio a cambiar esta injusta sociedad; Hay motivos más que sobrados para la preocupación, pero nunca para la resignación, ésta sería el triunfo de los miserables que nos han puesto el pie en el cuello para que nuestra cabeza sólo nos sirva en los gestos de sumisión que esperan de nosotros. Conozco personas de mucha edad que han vivido tiempos mucho peores, y nosotros estamos aquí porque ellos no se rindieron, plantaron cara a los querían que los niños de 10 años trabajaran en las minas o a las bestias pardas que asolaron el mundo y querían que todos desfiláramos al ritmo del paso de la oca. Y lo hicieron, como el bueno de Antonio Gramsci (comunista italiano y teórico de talla universal), sacando optimismo de la voluntad a pesar de que la inteligencia nos presenta un panorama desolador.

Si me permiten un consejo, mientras acumulamos fuerzas para sacudirnos de esta crisis y de sus culpables, vale la pena practicar, e incluso cantar, la melodía mencionada al principio de la columna, “mira siempre el lado bueno de la vida”, es más divertido y eficaz que hacerlo con el lado malo de la vida, ¡éste ya nos mira a nosotros por su cuenta!

jueves, 2 de mayo de 2013


MIS ANTERIORES COLUMNAS EN SUR.
 
 
 
UN GOBIERNO DE UNIDAD

 

Es necesario un Gobierno de unidad nacional que esté dispuesto a marcar una hoja de ruta de mínimos para conseguir una salida de la crisis, y que después las urnas vuelvan a hablar.

 

Septiembre de 1977, con las primeras elecciones democráticas recién celebradas, un país en crisis económica (la inflación desbocada y un paro que no paraba de aumentar) y un proceso constituyente que daba sus primeros pasos, el PCE, en boca de Carrillo, sus secretario general entonces, clamaba por un “Gobierno de concentración nacional”, como instrumento para superar la crisis económica sobre la base de un pacto político y económico; ni la UCD ni el PSOE entraron al trapo, y lo más cercano a esa idea fueron los famosos “pactos de la Moncloa”, que a 35 años vista, hay que reconocer que dotaron de un cierto grado de cohesión económica a una España que se movía en una incipiente democracia vigilada aún por los restos del franquismo en el aparato del Estado. Peor acabó en Italia el intento de compromiso histórico del PCI y la Democracia Cristiana, con Aldo Moro, uno de sus defensores junto a Berlinguer, asesinado. Como joven militante comunista entonces no tenía muy claro que un gobierno conjunto de centristas (presididos por uno de los últimos ministros del Movimiento, Adolfo Suárez), socialistas (con su explícito deseo de ocupar en solitario el espacio de la izquierda a costa del PCE) y los comunistas, fuera viable por la enorme distancia ideológica entre los tres partidos y por la clara convicción, que aun mantengo, de que el PCE tenía una legitimidad democrática muy por encima de los otros debido a su incuestionable papel en la lucha contra la dictadura. A estas alturas, creo que Carrillo tenía razón (este hombre tenía una gran lucidez institucional, en directa proporción a su autoritarismo interno en el partido).  

En la España de 2013, con más de 5 millones de parados, una crisis económica que devora amplios sectores productivos, una parte importante de la población en peligro de caer en la exclusión social, un desmantelamiento de los servicios públicos y donde no se escuchan más argumentos políticos que no sea el continuo reproche sobre los aberrantes casos de corrupción, me parece que es necesario un Gobierno de unidad nacional, un ejecutivo que esté dispuesto a marcar una hoja de ruta de mínimos para conseguir una salida de la crisis, y que después las urnas vuelvan a hablar. Se trata de elevar la política a su máxima expresión, ponernos de acuerdo en los elementos básicos que generen confianza interna y externa, y eso pasa por defender el programa social de la Constitución, la sociedad democrática avanzada que recoge el preámbulo de nuestra carta magna. La austeridad no puede implicar echar a la cuneta social a miles de personas con la privatización irresponsable de servicios básicos como la sanidad o con recortes brutales en educación; el aumento de ingresos públicos se consigue luchando contra el fraude fiscal y haciendo pagar a todos en proporción a la capacidad económica (art. 31 CE). La recuperación del empleo exige mayor inversión pública (lo tuvo claro Roosevelt con su New Deal), e incentivar la inversión empresarial, pero no con reformas laborales para facilitar y abaratar el despido. Y hay que erradicar la corrupción con mayores y mejores controles internos de las Administraciones y de los partidos políticos, y con un Poder Judicial con más recursos para poner coto a cualquier golfo que confunda su cuenta corriente con el dinero público.

A diferencia de algunos, a mi las Cortes Generales si me representan, y creo que deben hacer un esfuerzo por dotar al país de un gobierno de todos (PP, PSOE, IU, UPYD y nacionalistas), que tenga en cuenta los resultados electorales (el PP ganó las elecciones, aunque no me guste) y que en un periodo razonable y con esos mínimos comentados, pongan a España en la salida del túnel de la crisis, y después, que de nuevo el Pueblo decida con sus votos, y contrasten democráticamente las distintas opciones políticas. Pero sin engañarse, hablo de Política, de partidos como expresión del pluralismo político e instrumentos esenciales de participación de los ciudadanos en la cosa pública (art. 6 de la CE), no de un gobierno de “técnicos” a los que nadie ha elegido. Ahora a los tradicionales paladines contra la Política, los fascistas,  se unen algunos defensores a ultranza del mercado, no libre, sino desbocado, que aborrecen de cualquier intervención pública (si éstas defienden a los más débiles claro, si les dan una buena subvención a sus Bancos, no hay problema) porque se sienten muy cómodos en la “selva”, sin reglas, sin control; solo acatan una Ley, la del más fuerte, las otras les sobran.

 

 

 

      

 

 

 

 

 

 

 

14 de abril

 

La República vivió sus grandezas y sus miserias con la voluntad institucional de que convivieran todos lo españoles; el franquismo significó la eliminación del oponente mediante la muerte y el terror. Esa es la diferencia

 

82 años ofrecen suficiente perspectiva para valorar con serenidad el periodo de mayor intensidad política, social y cultural de nuestra historia contemporánea, apenas 8 años donde una generación de españoles de amplio espectro ideológico protagonizó un sincero cambio de rostro a un país agotado por una monarquía caduca y corrupta, que en sus últimos años no dudó en ofrecer la correspondiente cobertura institucional a una dictadura como la de Primo de Rivera; por eso, el advenimiento del nuevo sistema de gobierno contó con el decidido respaldo de la mayor parte los españoles de la época. Es más que conveniente desmontar tópicos insostenibles sobre la pretendida “ convulsión” institucional durante el régimen republicano, salvo que un manifiesto esfuerzo por modernizar el país, implantar una tímida reforma agraria o incrementar de forma espectacular los recursos destinados al Magisterio Nacional, deban ser consideradas como “peligrosas medidas” que al fin al cabo solo pretendían implantar elementales reglas de Justicia social en una España donde esas palabras sonaban a “subversivas”  consignas de Moscú. Otra machacona y simplona visión identifica la España de 1931 a 1939 con unos gobiernos títeres al servicio del comunismo internacional; con la República hubo gobiernos de centro izquierda, de derechas y un frente popular de amplia base política y hegemonía de izquierdas, todos ellos producto de las urnas, y por tanto españoles que aplicaron su programa político en una sociedad deprimida social y económicamente. A todos ellos cabe reproches sin lugar a dudas, ¡claro que hubo sombras!, pero si en la historia fuera posible el “experimento” propio de las ciencias naturales, sería muy significativo comprobar como los ahora civilizados y serenos españoles de 2013 nos comportaríamos en esa España clasista hasta lo indecente, y con una Iglesia a la que no adornaba precisamente la piedad y la solidaridad con los pobres sino más bien una identificación inquebrantable con las oligarquías de la época. Por eso, se puede comprender que la llamada “cuestión religiosa” era inevitable en esos momentos y la solución de la Constitución de 1931 era quizás la más equilibrada, aunque ahora nos pueda parecer muy radical; por supuesto la quema de Iglesias y la persecución y asesinatos de religiosos eran actos criminales y hay constancia histórica de que las autoridades republicanas lo  intentaron frenar con mayor o menor fortuna. El descontrol de ciertos elementos, que al amparo del ambiente de desconcierto provocado por la sublevación militar, cometieron desmanes de toda índole, son igualmente condenables y por justicia histórica hay que recordar uno de los partidos que más insistió en la necesaria disciplina y control de las milicias fue el PCE, aunque  todos los gobiernos del Frente Popular, en especial el de Negrín, adoptaron medidas en tal sentido.

Por eso, a 82 años vista, quiero rendir un homenaje a todos los españoles, a todos, sean de una ideología u otra, que en esas difíciles circunstancias, hicieron lo que entendían mejor para su país, inspirados en la asignatura pendiente desde siglos de regenerar una España con mucho cacique y herederos del Santo Oficio, y caminar  por el sendero de la cultura y la apertura al mundo exterior; basta comprobar como quedó nuestra Universidad, Institutos y escuelas después del asesinato, exilio y depuración de miles de docentes. Franco tenía claro quien era su enemigo.

A las luces y sombras de la República, le sucedió la oscuridad total de una rebelión militar, que a sangre y fuego sometió a nuestro país, instaurando un régimen inspirado en la moda de la época (nazis y fascistas), pero que a diferencia de éstos, duró mucho, demasiado en el poder, mediante la represión y la negación de todo lo que nuestra Constitución consagró a los 3 años de la muerte de Franco, la libertad, la igualdad, la justicia y el pluralismo político. Esa es la diferencia, queridos lectores, la República, vivió sus grandezas y sus miserias con la voluntad institucional de que convivieran todos lo españoles, sin embargo, para el franquismo sobraba el que no llevara bajo palio al dictador y significó la eliminación física del oponente político mediante la muerte y el terror planificado y ejecutado desde el Estado.

Por eso ayer, junto a otros ciudadanos, ofrecí mi modesto reconocimiento a los que hace 82 años creyeron que todos cabíamos en España.

 

 

 

 

 

Jaque mate

 

La irresponsabilidad penal del monarca prevista en la Constitución ha dado lugar a una sensación de impunidad para su persona y entorno familiar. No veo proclamada la República en España en los próximos años, es difícil, pero para las generaciones que vienen, no lo veo imposible sino más bien irreversible.

 

El Rey es el Jefe del Estado, “símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones, asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales..”, así comienza el artículo 56 de nuestra Constitución; el panorama que en los últimos años ha mostrado la institución, a través de sus protagonistas, el Rey y su familia, no permite augurar un brillante futuro a la Monarquía es nuestro País. Vayan por delante dos consideraciones. La primera es que, en mi opinión, los escándalos conocidos (los desconocidos duermen el sueño de los justos)  sobre el Rey y su entorno son producto de un diseño constitucional de la Corona cerrado en falso. La irresponsabilidad del monarca prevista en el apartado tercero del citado artículo, entendida de forma mayoritaria como la imposibilidad de persecución penal del Rey, ha dado lugar a una sensación de impunidad para su persona y entorno familiar, favorecida por una, hasta hace poco, protección mediática, social y política, que ha permitido situaciones nada edificante tanto en la actuación personal del monarca como de sus allegados.

La segunda es que estoy convencido que más allá de la honestidad de unas personas en concreto, el problema estriba en el anacronismo que significa el mantenimiento de una forma política basada en la Monarquía, en la que la Jefatura del Estado se determine por razones estrictamente genéticas, y con ausencia absoluta de legitimidad democrática en tan alta institución, a diferencia de países como Italia o Alemania, donde el Jefe del Estado, Presidente de la República en Italia y Presidente Federal en Alemania, son elegidos por asambleas parlamentarias, es decir por los representantes del Pueblo. El antecedente constitucional español anterior a la sublevación franquista de 1936, la segunda República, también nos permite concluir que el derecho comparado y nuestra historia constitucional puede fundamentar alternativas que permitan la reconciliación entre democracia y Jefatura del Estado en España. En esta línea iba mi propuesta personal de modificación de la Constitución publicada en las páginas de este mismo periódico hace unos meses, que, entre otros aspectos, implicaría un cambio de contenido y denominación del Título II de la Constitución relativo a la Corona, así como del artículo 1.3 en el sentido de consagrar a la República como la forma política o de gobierno  del Estado Español. Otros aspectos, como la naturaleza presidencialista o parlamentaria del nuevo sistema propuesto, merecen un comentario más detallado, pero cabe  adelantar que apuesto por un modelo parlamentario más en la línea de Italia, Alemania o nuestro precedente, la segunda República, y no tanto por el presidencialismo propio de Estados como Francia, algunos Estados Hispanoamericanos o  EEUU.

No piense el lector que, preso de un entusiasmo alocado e impropio de mi edad, vea proclamada la República en España en los próximos años. Sé que es difícil, muy difícil; sin embargo, no tanto para mi generación como para las que vienen, no lo veo imposible sino más bien irreversible. Hasta la presente, los argumentos principales para la defensa de la Monarquía eran el apoyo social a la institución y su consagración constitucional y consiguiente respaldo popular derivado del referéndum de la Constitución. El apoyo social tiene abierto fisuras importantes que se irán agrandando a medida que conozcamos más sobre una Casa Real opaca en su funcionamiento, y sobre la “legitimidad constitucional” de la institución, hay que ser claro, la Corona “iba en el paquete”. La alternativa en 1978 no era Monarquía o República, era Democracia o Dictadura, y los constituyentes, con buen criterio, apostaron por la Democracia aunque incluyera a una monarquía que, no nos olvidemos, hasta ese momento existía en virtud de la aceptación del actual Rey, mediante juramento ante el Dictador, de los principios fundamentales del Movimiento. Por tanto, posible es, y como antes he dicho también difícil. Los requisitos que exige la Constitución (artículo 168) para que la reforma prospere son duros, aprobación por mayoría de dos tercios de ambas Cámaras y ratificación popular por referéndum, pero son las reglas del juego. El amplio debate que lleve a un consenso será el camino, la serenidad y la valentía será el mejor pavimento de esa senda.

 

 

 

 

 

 

LA PROTESTA

 

Si la protesta se queda en el “derecho al pataleo”, el debate se limita a las “formas” y ya no se habla del fondo; como expresión de libertad,  está sometida al límite de la ley y el respeto a  los derechos de los demás, y en ese difícil equilibrio es donde se mide la madurez democrática de un Pueblo.

 

La protesta, ya sea social, laboral o política es incómoda en sí misma, sobre todo para los que protestan en la medida en que refleja desagrado, indignación o incluso desesperación, todo ello frente a unas medidas (o una ausencia de éstas) que les afecta de manera directa y que puede generar un movimiento de solidaridad del resto de la ciudadanía. Pero si la vulneración de derechos e intereses (desahucios, despidos, recortes),  es de por sí dura y dramática porque estás convencido de que tienes razón y se lesionan con esas medidas tu esfera vital básica, en mi opinión, la protesta no debe ser un mero cauce de desahogo sin mayor alcance, donde uno se limite a soltar todo lo que lleva dentro y la pésima opinión que te merece los gobernantes o los causantes directos de tus desgracias. Esa vertiente de la protesta es la que en fondo prefieren los destinatarios de las mismas, ruidos y pocas nueces, y mil excusas para esconder las verdaderas razones del conflicto; si se queda en el “derecho al pataleo”, el debate se limita a las “formas” y cuando te quieres dar cuenta, ya no se habla del fondo. ¿Quién gana en estos casos?, casi siempre los causantes de las medidas que provocan las protestas, salen airosos, se ha desviado el debate, y eso es lo que querían, solo se habla del asalto a supermercados, no del hambre que sufren muchas personas, no se profundiza en las leoninas e inmorales cláusulas de algunos contratos hipotecarios, sino en determinada “forma” de defender el derecho a la vivienda.

Es evidente que la protesta ha de tener repercusión mediática y social para ganar en efectividad, pero, ¿qué repercusión?; supongo que todos coincidiremos que la positiva, la que genera apoyos, la que permite difundir las razones de la protesta, y no la que desprestigia una causa justa por lo poco acertado de su defensa. No quiero decir con esto que la protesta deba reflejar el más depurado estilo del protocolo diplomático, ¡no!, no es esa la vida real, el conflicto es duro, las situaciones humanas de desesperación y sufrimiento no admiten remilgos, cuando se pierde el empleo en un ERE, cuando pierdes tu vivienda, cuando tus ahorros se han evaporado con las ”preferentes”, no hay margen para la exquisitez, sobre todo cuando ves que los culpables de esas situaciones  disfrutan de impunidad por sus fechorías. Cuando los huelguistas informan a sus compañeros que van a trabajar, les trasladan que ellos, los que ejercen el derecho a la huelga, están perdiendo salarios por defender los intereses de todos los trabajadores, y si consiguen sus reivindicaciones, lo que se gana lo disfrutarán todos, los que han arriesgado y los que no; es compresible que el diálogo en la puerta de los centros de trabajo en esos casos no sea siempre sereno, hay muchas emociones e indignación por medio.

La protesta, en un Estado de Derecho, es por definición legítima, se tenga o no razón (algo siempre opinable, en base a la libertad de conciencia), las hay con un fondo más que dudoso que han tenido éxito y apoyo popular, y al contrario, movilizaciones cargadas de justicia que nunca han conseguido el respaldo merecido. Pero las cosas son así, y deben ser así, no hay una “maquina de la verdad” que nos certifique que tal o cual manifestación es más o menos legítima, nuestra Constitución reconoce y ampara el derecho a la protesta en sus variadas vertientes (manifestación, libertad de expresión, huelga, derecho de petición) sin exigir una “prueba” de las razones, el mero hecho de querer mostrar el desacuerdo es suficiente. Por esto, la libertad de protestar, como todos los derechos, está sometida a límites, el más básico es el respeto a la ley y a los derechos de los demás, y en ese difícil equilibrio es donde se mide la madurez democrática de un Pueblo, y el nuestro, el español, ha demostrado en muchas ocasiones que tiene esta cualidad. Por eso, estimados/as lectores/as, no es lo mismo la legítima muestra de indignación para defender el derecho a la vivienda que la coacción directa a las personas; lo primero merece aplauso y apoyo, lo segundo es un delito. Y aunque todos tengamos derecho a la libertad de expresión, a los gobernantes hay que exigirles moderación para no caer en el disparate de vincular a la plataforma de afectados por las hipotecas con el mundo de ETA, perla que se le ocurrió a la Delegada del Gobierno en Madrid. Además existe el delito de calumnias.

 

 

 

 

 

 

 

EL PADRE, EL HIJO Y …

 

Cuando vienen, tus hijos se convierten en segundos en las personas más importantes de tu vida. Cada generación tiene su entorno cultural y social, y no puedes comprender siempre a tus hijos, al igual que ellos no se pueden poner en tu piel para compartir todo.

 

No busquen más, el Espíritu Santo tiene su ámbito, pero no opera para el común de los mortales, no hay terceros de envergadura que se puedan poner al mismo nivel en las relaciones paterno-filiales; madres, padres, hijas e hijos conforman una relación humana primaria y compleja a la vez, con obligaciones y derechos, que dependiendo de la antigüedad pasan de una naturaleza jurídica a una moral, pero que en general asumimos con naturalidad. No tomen los lectores la omisión de lo femenino en el título como una desconsideración, lo exigía la cita bíblica, como tampoco entiendan por descortesía el que en estas líneas se refleje el modelo más habitual de organización familiar (padre, madre e hijos/as), es el mío y el que por tanto conozco en primera persona, aunque entiendo que las reflexiones que siguen son comunes para las familias monoparentales  o cuando la pareja es del mismo sexo. Hay quien piensa que puede resultar perturbador para la crianza de los hijos el hecho de que sus progenitores compartan cuchilla de afeitar o rímel de los ojos, como si la libre orientación sexual fuera incompatible con la responsabilidad y el amor a los vástagos; sinceramente, creo que cometen gran injusticia los que quieren privar a los homosexuales de esta vertiente, ser padres y madres, que cuando se asume voluntariamente, es tan esencial en un ser humano, que no hay convenciones ni leyes que lo puedan impedir.

Esto de ser padres puede ser producto de una planificada definición de tu entorno afectivo, “ampliar la familia”, pero no faltan situaciones en que vienen los hijos “sin que se esperen”; da igual, en todos los casos se produce el fenómeno emotivo más rápido que podamos conocer, ya que con arrugas y vociferantes en el parto o en la foto para la adopción, se convierten en segundos en las personas más importantes de tu vida. Los padres que hemos tenido la suerte de asistir al nacimiento de nuestros hijos (las madres son de obligada y sufrida presencia) sabemos de este “flechazo” inmediato. En definitiva, mientras que el enamoramiento o la amistad exige, por lo general, un proceso gradual, los padres queremos a nuestros hijos en cuanto nacen (aunque por su edad, no nos den mucha conversación al principio; bueno, de mayores, a veces tampoco es que hablen mucho).

Pero si hay algo que caracteriza a la relación paterno-filial, es la intensidad. Salvo situaciones de ruptura extrema, los padres estamos dispuestos para hacer por nuestros hijos todo lo que se nos pida, incluso el máximo sacrificio; muy pocos padres o madres tardarían más de un segundo en poner en peligro su vida a cambio de mantener la de su retoño. No hay duda de que las mayores alegrías (y también las penas) vienen vinculadas a los hijos, sus éxitos  son los tuyos y sus fracasos a veces los interiorizas más que ellos mismos, al pensar que tendrías que haber hecho algo más para que tu hija o hijo no pasara por un mal trago. Y aquí viene una cuestión delicada,  ¿cómo compartir tus experiencias sin pasarte o quedarte corto?; confieso que como padre tengo una visión intervencionista en esta materia, moderada eso sí por la sabia contención de mi esposa, partidaria de un mayor grado de autonomía en el diseño del futuro de nuestros hijos. Aprovecho para explicar mi posición. Entiendo que los padres/madres tenemos el derecho y el deber de transferir a nuestras hijas e hijos nuestros valores y experiencias, las que nos han hecho mejores y en las que hemos metido la pata, y siempre con el objetivo de no ver reproducidos en tu descendencia los malos momentos o la pérdida de una oportunidad de ser felices. Hay que hacerlo con talento y talante, siendo consciente que cada generación tiene su entorno cultural y social, y que hay que admitir que, por mucho que leas, no puedes comprender siempre a tus hijos, al igual que ellos por muy maduros que sean, no se pueden poner en tu piel para compartir todo al 100%. En definitiva, que aunque nos queramos a rabiar, somos personas distintas. Como contrapeso a este “intervencionismo” paterno, está claro que los hijos tienen derecho a la “legítima defensa”, es decir a cribar, de acuerdo a su conciencia y experiencia, ese irrefrenable deseo que algunos tenemos de organizarles la vida hasta la jubilación. Yo ejercí con mis padres esa “legítima defensa”, y no hay palabras para decir como los quiero; ojalá nuestros hijos ejerzan similar derecho y con el mismo resultado.   

 

 

INTEGRISMO, NO GRACIAS

 

El integrista no necesita escuchar, lo sabe todo y es un consumado especialista del monólogo. El “blindaje” de las ideas no las convierte en mejores, las empobrece porque no respiran el aire del debate

 

El integrista no necesita escuchar, lo sabe todo; lo tiene fácil porque su universo del saber es cortito, 4 ó 5 frases bien aprendidas lo convierten en un consumado especialista del monólogo que no admite preguntas, ni las suyas propias. Es más, cuando el integrista se pregunta algo que se salga del guión, ¡malo!, hay señas de traición y debilidad mal vistas por sus compañeros de secta. Este fenómeno se alimenta de la ignorancia como dogma y de un mesianismo enfermizo, ambiente donde no hay fundada orientación, hay órdenes incuestionables en forma de consignas que “descubren”  todos los días el mediterráneo. El integrismo religioso y político a lo largo de la historia ha adoptado intensidades distintas, pero ninguna etapa se ha librado de ellos, tampoco la nuestra. Sabemos que las crisis económicas son caldo de cultivo propicio para que estos “dueños de la verdad” adquieran vocación de expansión, y es cuando el fanatismo (versión violenta del integrismo) engrasa sus máquinas para que la razón y la decencia se arrojen a la basura al hilo de los “gritos de rigor” que ahogan los gritos de dolor de los que no hicieron nada porque cuando iban a buscar a su vecino no estaban afectados, y cuando fueron a por ellos ya no quedaba nadie para defenderlos (¡ya lo decía Brecht!). No descubro nada si recuerdo el contexto económico en el que nazismo y fascismo tomaron las riendas de varios países (el nuestro entre ellos) para llevarlos a la ruina moral y política, con millones de personas como víctimas.

Me preocupa el auge de los movimientos fascistas (en sus diversas expresiones) en Estados vecinos, con su entrada en los Parlamentos, institución a la precisamente tienen tan poco apego; pero lo que realmente me inquieta es que estos sujetos pasen de la “fantochada” más o menos molesta, al sutil proceso de la “honorabilidad”, es decir, pasar por respetuosos con la Ley y la democracia, hasta que tienen la ocasión de pisotearlas con sus botas. La historia es buena consejera para no dejarnos engañar, y así recordar como los nazis y los fascistas se presentaron como lo que no eran y a la debilidad de algunos demócratas que les dejaron hacer por miedo, se añadió la complicidad de las oligarquías económicas que tan bien tratadas fueron durante los años del terror. España, afortunadamente, es una democracia asentada, con una opinión pública que seguro rechaza veleidades facciosas, pero también la nación europea donde gobernó y murió en la cama el último compinche de Hitler y Mussolini, en 1975, tarde, demasiado tarde. Yo he visto y sufrido en la transición a fascistas desbocados por la impunidad de la que gozaban, por eso el mejor antídoto contra esta enfermedad es el Estado de Derecho, la Ley, la policía, y la tolerancia cero. Los ataques a inmigrantes, a “sin techos”, en general a los que no piensan como ellos, no son hechos aislados sino reflejo de redes criminales inspiradas y financiadas por algunos de esos grupos que ahora quiere adquirir “respetabilidad” y dejan el trabajo sucio a brutos borrachos de violencia.

Pero termino por donde empecé, con el integrismo; creo que hace falta en España una decidida voluntad de arrinconar la retórica de las verdades absolutas, de las que no admiten matices y que convierte en enemigo a batir al adversario político. La confrontación es legítima y necesaria en una democracia, pero no debe impedir el intercambio de opiniones, incluso con el “peligro” de asumir que las del oponente no son tan descabelladas. El “blindaje” de las ideas no las convierten en mejores, al contrario, las empobrece porque no respiran el aire del debate. Y queridas/os lectoras/es, no creo que quien suscribe sea sospechoso de relativismo ideológico, 36 años de militancia comunista me sitúa claramente, dentro del escenario político, en el lugar donde quiero estar, una posición de izquierda en la tarea de trabajar por una sociedad más fraternal y justa, pero sin caer en la arrogancia de querer asumir el monopolio de esos valores. No me gusta lo que hace el gobierno del PP, creo que su política denota un integrismo neoliberal dañino para los españoles y quiero, democráticamente, sacarlos del poder, pero como no me considero integrista, no se me ocurre llamarlos fascistas, ofendiendo a personas honestas que no piensan como yo. Eso sí, como la canción de Serrat, con los corruptos y con los totalitarios,  “tengo algo personal”. 

 

 

 

 

NUESTROS MUERTOS

 

Todos conocemos casos del dolor más intenso que los humanos pueden padecer, sufrir como sus hijos se van antes que ellos. El tiempo es el mejor aliado y te permite convivir mejor con ese doloroso pesar de la ausencia de los que sigues queriendo sin estar.

 

No se despega de nosotros en ningún momento, y yo al menos, ni nombrarla quiero. Pero es inútil, con una lealtad perruna, no nos deja ni a sol ni a sombra, siempre al acecho. No podemos burlarla, nos conoce demasiado bien, es de hecho la única realidad humana (común no obstante a todo lo que vive) que en lo sustancial no ha cambiado desde los orígenes de nuestra especie. Con una paciencia infinita espera su oportunidad y a veces ésta viene demasiado pronto, y se lleva a vidas incipientes, pero que en días, meses o en pocos años han logrado que su mero recuerdo te provoque un latigazo en la columna porque piensas en como hubiera sido ese niño o ese joven si ésta, la innombrable, no se hubiera metido por medio a la temprana oportunidad que se le ofreció. Todos conocemos casos del dolor más intenso que los humanos pueden padecer, sufrir como su proyecto más vital, su hija o hijo, se van antes que ellos. A veces la parca  tiene más paciencia y te permite organizar un trayecto más dilatado en la vida, con éxitos y fracasos, y es frecuente y saludable que nos olvidemos de ella, aunque diariamente tenemos noticias de muchas de sus fechorías. El caso es que nunca actúa de motu propio, siempre cuenta con un cómplice que la convierte en consecuencia y no causa; en el mejor de los casos su aliado es el paso de los años, los seres vivos tenemos fecha de caducidad y siendo siempre doloroso, el final de un veterano se muestra más soportable. Nuestro propio cuerpo y sus patologías se lo pone fácil a pesar de las trincheras que todos los días defienden con su ciencia la profesión sanitaria, a ellos y ellas mi homenaje más sentido. Pero dejando a un lado la fatalidad de los accidentes, no nos engañemos, los principales compinches de esta indeseable compañía somos nosotros mismos, los seres humanos, la máquina más perfecta a la hora de dañar y matar a sus semejantes en los más depurados y diversos estilos que las mentes criminales han parido a lo largo de la historia.

Como se afronta lo inevitable es cosa individual y no admite reglas generales, pero estoy en una edad en la que ya no paso una semana sin visitar el cementerio para despedir a un semejante, y más de una neurona he gastado en intentar racionalizar la pérdida de un ser querido, esfuerzo inútil ya que en estos malos momentos  la emoción y los sentimientos encuentran su lugar en tu vida, es curioso, los mismos que te hacen felices en otras ocasiones, paradójico resulta que el llanto sirva en la alegría y en la  pena. En mi caso, y cuando me ha tocado el duro papel de recibir los pésames (en especial con mi hermano y mi padre) confieso que la fe ayuda ya que soy creyente, es más, siempre he admirado a los que sin creer que hay algo después de la vida, dan la suya por los demás sabiendo que sus propias convicciones no admiten una segunda oportunidad. Pero es el tiempo el mejor aliado (unos meses, unos años); te permite convivir mejor con ese doloroso pesar de la ausencia de los que sigues queriendo sin estar, convivencia que cada cual construye con recuerdos que al principio te dejan sin habla y con los ojos vidriosos pero que llega un momento (si todo va bien y la melancolía no te ataca) que te sirven para rememorar los días en los que la persona que falta te hizo reír y disfrutar con una mirada, palabra, o cualquier otra forma de expresar el cariño. Cuando el tiempo suaviza, y parece que los humanos estamos programados para que así sea, la vida se hace más soportable y conseguimos una pequeña victoria frente a la innombrable; nuestros muertos siguen en nuestro corazón con nombre y apellidos, y a veces consiguen que algunos intentemos ser mejores personas, con el deseo de que cuando nos toque (de esto no se libra nadie) te recuerden por algo más que una inscripción en el Registro Civil. La paz de los justos en vida hace que el descanso eterno sea algo más que una frase de consuelo.   

Convertir el dolor por su ausencia en bondad como homenaje a su recuerdo  es el mejor servicio que la persona puede dar en el último paso. Los que seguimos aquí podemos incrementar nuestro “patrimonio sentimental”, con más amistad y ternura en nuestro entorno y sin que el aumento del patrimonio convencional se convierta en nuestro único objetivo, ya que, como le pasaba al señor Scrooge (legendario personaje de Dickens), se corre el riego de convertirse en el más rico del cementerio.

 

 

 

 

 

 

 

DAMAS Y CABALLEROS

 

Lo reconozco, pertenezco a una secta a la que no le gusta ver a mujeres con miedo y con moratones producto de “amores” que matan

 

La cercanía del Día Internacional de la Mujer y la polémica suscitada por las declaraciones de un diputado-actor (por separado) me impulsa a dedicar estas notas a las mujeres, mitad de la población que en los últimos años ha protagonizado avances espectaculares en sus derechos, pero que aún no ha soltado lastre de siglos de minoría de edad, violencia, desprecio y desigualdad, losas que en mayor o menor medida hemos puesto la mayoría de los hombres, y que no se remueven sólo con leyes justas e igualitarias, necesarias pero insuficientes si no hay un profundo cambio de acciones y omisiones (convertidas en iconos de nuestra identidad masculina), reafirmando nuestra masculinidad en una visión más simple, más entrañable, y que no es otra que la de tratar a las mujeres de la forma que nos gustaría que nos trataran a nosotros. El día que nuestro desprecio por  la ausencia de escrúpulos o la ambición desmedida no tenga sexo (y no se incremente, por tanto, cuando tenga falda y maquillaje), daremos un pasito. Cuando consigamos que las diferencias biológicas y emotivas no se conviertan en amables excusas para un tramposo reparto de cargas, y el instinto materno o la sensibilidad femenina sean libres expresiones vitales y no asignación, en régimen de monopolio, del cuidado de hijos o ascendientes, seguro que daremos un gran paso. El ritmo en el cambio de mentalidad que tenemos que asumir los hombres irá en directa proporción al reconocimiento que hagamos de que casi todos participamos de esa losa machista, puede que difusa, puede que inconsciente, pero pesada e injusta. De nosotros depende que algún día para nuestras mujeres sea un mal recuerdo y para nuestras hijas una anécdota.

Se equivocó (espero que sea error y no convicción) el Sr. Cantó en sus declaraciones; confundió un hecho objetivo (el que puedan existir denuncias falsas de violencia de género), con un supuesto acoso a los hombres y que la culpa de ambas cosas la tienen las medidas legales contra la violencia machista, impulsadas, según parece, por un “peligroso lobby” de feministas radicales. Ahora resulta que dotarse de normas para erradicar el crimen machista es una expresión de sectarismo; pues bien, lo reconozco, pertenezco a esa secta, la que no le gusta ver a mujeres con miedo, con moratones producto de “amores” que matan, a niños que son testigos (y víctimas) de humillaciones diarias. Pero a los de mi secta también nos repugna que alguien utilice denuncias falsas, simulando lo que miles de mujeres sufren y haciendo pasar por delincuente a personas inocentes; es más, esas falsedades se erradicarán cuando se refuercen los medios para que jueces, fiscales y policías puedan investigar mejor y así depurar cualquier uso ilícito de la lucha institucional y ciudadana contra la violencia de género. Por todo esto, aún queda mucho que hacer para atajar la violencia de cobardes que solo sacan valentía para pegar a mujeres indefensas, criminales que convierten a sus parejas en dianas de sus frustraciones e insuficiencias, las mismas que los convierten en sumisos en otras facetas de la vida donde no cuentan con la impunidad del “secreto” doméstico. No es una lucha de hombres contra mujeres, sino de personas decentes frente a desaprensivos, y como en toda lucha, no todo vale, tampoco el uso fraudulento de la denuncia penal en situaciones que tienen como solución el acuerdo o en su caso la tutela civil de los tribunales.

Pero no todo es violencia, también está esa losa, más rígida o sutil dependiendo de los casos, que antes comentaba; frente a ésta, todas y todos, en especial nosotros, tenemos como campo de prueba la vida cotidiana, los gestos, las palabras, los silencios, las miradas, la convivencia entre la pasión en el  amor y la serenidad en el desamor. Ese “día a día” en la pareja hay que administrarlo desde el respeto mutuo y la deliberada voluntad de los varones en progresar adecuadamente en la difícil asignatura de la igualdad. Hay que conseguirlo consolidando los avances, censurando los retrocesos y con una amplia visión de lo que es importante: pasar de la igualdad formal a la real. Y si es posible, evitando que la necesaria presencia de lo femenino en la expresión oral y escrita se haga a costa de un castellano comprensible o no confundiendo la caballerosidad (vertiente de la cortesía) hacia las mujeres con un donjuanismo trasnochado.    

  

 

 

 

 

MI COLUMNA DE HOY EN SUR.

TRICORNIOS EN EL CONGRESO

 

 

La Democracia se la debemos a una generación digna, que no confundía la justicia con la venganza, que no envenenó a sus hijos con el odio.

 

Todo era muy confuso y poco creíble; la radio hablaba de guardias civiles que entraban en el Congreso, que puede que lo hicieran para defender a los diputados de un atentado de ETA. La evidencia de que aquello no era una anécdota me impulsa a que,  antes de que mi padre se entere de lo que realmente pasa, me quitara de en medio con la excusa de buscar unos apuntes a casa de un amigo. Tenía prisa y sabía que una vez que se supiera que aquello era un golpe de Estado, se decretaría concentración bajo llave en casa hasta que se aclarara el panorama. No había cumplido aún 17 años y mi militancia comunista había pasado de una clandestinidad familiar en los primeros años a una tolerada a regañadientes en el último, bajo promesa de prudencia extrema. La democracia era frágil en la España de esos años. Mi “búsqueda de apuntes” tenía un objetivo, poner a resguardo las fichas de afiliados ante un posible registro de las sedes del PCE, y llegando a la de calle Churruca, en el malagueño barrio de la Trinidad, me encuentro a un veterano militante, Fernando, hombre curtido en la clandestinidad y persona muy sensata que me intenta convencer de que volviera a casa, pero con el que  al final acuerdo repartir las fichas (él las del PCE y yo las de la UJCE) y que las conservaríamos, salvo peligro directo de requisa de los golpistas, en cuyo caso, ¡al fuego!. Noche de radio, de rumores, de prudencia y recuerdos de los que, como mi padre, habían sufrido la represión franquista (huérfano a los 13 años, con mi abuelo republicano abatido en el muro de S. Rafael), y noche también de rabia de una generación más joven que se juramentaba para que la democracia no fuera un efímero episodio, pero no caíamos en el pequeño detalle de que los tanques no se paraban a pedradas. Durante aquella  larga noche, me acordé de mi tío, oficial de la guardia civil, hombre entrañable y al que jamás me imaginaría secundando en sus tropelías a un loco como Tejero, y no olvidé a los guardias que asaltaron el Congreso,  y que alguno puede que se encontrara en el dilema de no obedecer alguna orden criminal de masacre de los secuestrados representantes del Pueblo. El golpe fracasa, la vida sigue, y el 24 hay examen de francés, un compañero de clase situado en la extrema derecha muestra una sincera alegría al verme, había pasado mala noche pensando en que me pudiera pasar algo.

 

Pasados 32 años desde aquello, pienso que mi microhistoria personal, junto a otras miles, ponen de manifiesto que 1981 no era 1936, que la mayoría de los españoles éramos capaces de defender la democracia y hacerlo desde el respeto a los demás, que a pesar de que habían humillado a la soberanía popular, uno era capaz de pensar en el futuro de esos guardias civiles que encañonaban a los diputados y en intentar encontrar una eximente a su criminal actuación (obediencia debida) y que incluso unos miserables como Tejero, Milans, Armada y otros de la cuadrilla de “salvapatrias”, merecían un juicio justo y en cualquier caso nunca un final a los pies de una tapia, destino que ellos sin embargo tenían reservado a los demócratas. Pero también era significativo que mi compañero de estudios, el “facha”, no participara de ese deseo demente de una “noche de los cuchillos largos” que después se demostró que tenían preparada bandas de fascistas (algunos aún en la policía y en el ejército), y que en Málaga tenía como objetivo una “lista negra” de militantes de izquierda, entre los que estaba mi añorado Leopoldo del Prado. Y si en la  España de 1981 la inmensa mayoría de los ciudadanos no estábamos dispuestos a matarnos (salvo los facciosos y los etarras), estoy convencido de que se lo debemos a una generación callada, digna, sin estridencias, que no confundía la justicia con la venganza, que no envenenó a sus hijos con el odio, que se alegraba de cada paso de la democracia porque se alejaba sus recuerdos de sangre y miedo, unos hombres y mujeres que querían para sus hijos lo que ellos no habían tenido. Una generación como la de mi padre, al que se le cambiaba la cara cuando veía a Franco en la tele, la misma cara que ponía ante los asesinatos terroristas; tenía la bondad y sabiduría de no distinguir, el dolor es el mismo para todos. Mi homenaje a esos padres, que fueron niños de una España negra, y que han permitido que para nuestros hijos el 23-F sea un lejano tema de la historia.      

 

 

 

 

 

 

 

 

TRICORNIOS EN EL CONCRESO

 

La Democracia se la debemos a una generación digna, que no confundía la justicia con la venganza, que no envenenó a sus hijos con el odio

 

Todo era muy confuso y poco creíble; la radio hablaba de guardias civiles que entraban en el Congreso, que puede que lo hicieran para defender a los diputados de un atentado de ETA. La evidencia de que aquello no era una anécdota me impulsa a que,  antes de que mi padre se entere de lo que realmente pasa, me quitara de en medio con la excusa de buscar unos apuntes a casa de un amigo. Tenía prisa y sabía que una vez que se supiera que aquello era un golpe de Estado, se decretaría concentración bajo llave en casa hasta que se aclarara el panorama. No había cumplido aún 17 años y mi militancia comunista había pasado de una clandestinidad familiar en los primeros años a una tolerada a regañadientes en el último bajo promesa de prudencia extrema. La democracia era frágil en la España de esos años. Mi “ búsqueda de apuntes” tenía un objetivo, poner a resguardo las fichas de afiliados ante un posible registro de las sedes del PCE, y llegando a la de calle Churruca, en el malagueño barrio de la Trinidad, me encuentro a un veterano militante, Fernando, hombre curtido en la clandestinidad y persona muy sensata que me intenta convencer de que volviera a casa, pero con el que  al final acuerdo repartir las fichas( él las del PCE y yo las de la UJCE) y que las conservaríamos, salvo peligro directo de requisa de los golpistas, en cuyo caso, ¡al fuego!. Noche de radio, de rumores, de prudencia y recuerdos de los que, como mi padre, habían sufrido la guerra civil (huérfano a los 13 años, con mi abuelo republicano abatido en el muro de S. Rafael), y noche también de rabia de una generación más joven que se juramentaba para que la democracia no fuera un efímero episodio, pero no caíamos en el pequeño detalle de que los tanques no se paraban a pedradas. Durante aquella  larga noche, me acordé de mi tío, oficial de la guardia civil, hombre entrañable y al que jamás me imaginaría secundando en sus tropelías a un loco como Tejero, y no olvidé a los guardias que asaltaron el Congreso,  y que alguno puede que se encontrara en el dilema de no obedecer alguna orden criminal de masacre de los secuestrados representantes del Pueblo. El golpe fracasa, la vida sigue, y el 24 hay examen de francés, un compañero de clase situado en la extrema derecha muestra una sincera alegría al verme, había pasado mala noche pensando en que me pudiera pasar algo.

 

Pasados 32 años desde aquello, pienso que mi microhistoria personal, junto a otras miles, ponen de manifiesto que 1981 no era 1936, que la mayoría de los españoles éramos capaces de defender la democracia y hacerlo desde el respeto a los demás, que a pesar de que habían humillado a la soberanía popular, uno era capaz de pensar en el futuro de esos guardias civiles que encañonaban a los diputados y en intentar encontrar una eximente a su criminal actuación (obediencia debida) y que incluso unos miserables como Tejero, Milans, Armada y otros de la cuadrilla de “salvapatrias”, merecían un juicio justo y en cualquier caso nunca un final a los pies de una tapia, destino que ellos sin embargo tenían reservado a muchos demócratas. Pero también era significativo que mi compañero de estudios, el “facha”, no participara de ese deseo demente de una “noche de los cuchillos largos” que después se demostró que tenían preparada bandas de fascistas (algunos aún en la policía y en el ejército), y que en Málaga tenía como objetivo una “lista negra” de militantes de izquierda, entre los que estaba mi añorado Leopoldo del Prado. Y si en la  España de 1981 la inmensa mayoría de los ciudadanos no estábamos dispuestos a matarnos (salvo los facciosos y los etarras), estoy convencido de que se lo debemos a una generación callada, digna, sin estridencias, que no confundía la justicia con la venganza, que no envenenó a sus hijos con el odio, que se alegraban de cada paso de la democracia porque se alejaban sus recuerdos de sangre y miedo, unos hombres y mujeres que querían para sus hijos lo que ellos no habían tenido. Una generación como la de mi padre, al que se le cambiaba la cara cuando veía a Franco en la tele, la misma cara que ponía ante los asesinatos terroristas; tenía la bondad y sabiduría de no distinguir, el dolor es el mismo para todos. Mi homenaje a esos padres, a todos, con o sin color político, que han permitido que para nuestros hijos el 23-F sea un lejano tema de la historia      

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LA VIVIENDA DE TU  VIDA

 

No podemos permanecer impasibles ante esta sangría de sufrimiento colectivo

La dación en pago evita que se prolongue la agonía económica de las familias después de perder su vivienda

 

La vivienda es el lugar de inicio y retorno en la noria diaria que es la vida, el espacio donde, reímos, lloramos, amamos, acumulamos recuerdos tangibles, soñamos nuestro futuro y el pasado reúne trienios que tu espejo refleja en esas arrugas que conviven con las fotos de juventud en una caja de zapatos,  junto a tus libros, los que has leído y los que quieres seguir leyendo en tu sillón. Hay que ponerse en la piel de quien recibe una notificación anunciándole que todo eso tiene fecha de caducidad, que le quedan meses para recoger y apurar imágenes en su cerebro del sitio del que te echan después de haber vivido ahí casi toda tu vida (literalmente en el caso de los niños). No recibes ese papel porque seas un gorrón o quieres derechos sin obligaciones; es más simple, te has quedado en paro, has caído enfermo o tu modesto negocio no aguanta esta crisis. No puedes  aguantar más las preguntas de tus hijos de por qué se tienen que cambiar de colegio o las tuyas, ¿en qué he fallado?. Y te quiebras como el cristal, cierras  los ojos a la esperanza y una cuerda en el cuello cierra tu vida. Hace unos meses José Miguel Domingo dio el paso del que no se vuelve; no podía con los recibos mensuales de la hipoteca y la angustia pudo más que la razón que nos impone el instinto de conservación; por desgracia después han venido varios suicidios más relacionados directamente con los desahucios.

 

Descansen en paz estos conciudadanos, pero por un mínimo ético no podemos permanecer impasibles ante esta sangría de sufrimiento colectivo que padece España  (paro, desahucios, recortes..). No soy dado a las explicaciones simplistas del maniqueísmo (buenos y malos); estoy seguro que ningún ser humano (salvo un demente o un criminal) desea que pasen estas cosas, pero tampoco soy neutral en la clara distinción que hay que hacer entre los  responsable de esta crisis y los que la padecen; conocen mis lectores (espero tener alguno) mis convicciones políticas de izquierdas. Además, como profesor de Derecho no me canso de señalar a mis alumnos que un valor esencial del ordenamiento jurídico español, junto a la libertad, igualdad y pluralismo político, es la JUSTICIA (art. 1 de la Constitución), y que España es un Estado Social de Derecho; por tanto la Justicia es social, o no es Justicia, y no se pueden diseñar, aprobar ni aplicar las Leyes sin tener presente ese dato. Bienvenida por tanto la Iniciativa legislativa Popular que a duras penas ha iniciado su trámite en el Congreso, y que debería culminar, en mi modesta opinión, con  una reforma de la legislación hipotecaria que recoja la dación en pago para  no prolongar la agonía económica de las familias después de perder su vivienda, y moratorias legales que sin perturbar la regla general del cumplimiento de las obligaciones asumidas, tenga en cuenta elementos objetivos como el paro y otras circunstancias socioeconómicas y permitan que el cumplimiento en plazo y sin dilaciones de las citadas obligaciones no se convierta en un anticipo de la “ muerte civil” de muchas personas (y a veces, como hemos comprobado, la física). Hay en definitiva que tener, en la creación y en la aplicación del Derecho, una visión social que permita compatibilizar la Seguridad Jurídica (principio constitucional, art. 9 CE) y la Justicia. El Legislador, los jueces, los poderes públicos y los ciudadanos en general debemos hacer comprender a las oligarquías económicas (que no crean riqueza y no hay que confundirlas con las verdaderas empresas) que no vamos a permanecer impasibles ante este ataque frontal a la soberanía nacional y al Estado de Derecho, y que frente al abuso de unos “mercados” (singular forma de denominar a unos chantajistas) que se creen por encima de todo y de  todos, vamos a poner en valor a la Constitución y al Derecho. Hay que afrontar esta realidad evitando que miles de personas  caigan en la cuneta de la exclusión social, y eso exige fuertes dispositivos públicos que garanticen unos mínimos de equidad social; más solidaridad social y menos “mano invisible” del mercado (Adam Smith), que al final parece en vez una mano, recordando a la película  “Torrente”, el brazo tonto del capitalismo.

 

Inicio con ilusión este encuentro semanal con los lectores de SUR; espero acertar en mi empeño de escribir lo que a mi gusta leer en los demás, un castellano correcto,  con una  línea expositiva en la cual emociones, sentimientos y argumentos convivan en sana armonía y donde el necesario rigor no se convierta en “rigor mortis”.