lunes, 27 de mayo de 2013


 

"LAS BATAS BLANCAS", mi columna de hoy en SUR

 Cuando esté enfermo quiero ver una bata blanca y no una del color del dinero

 Normalmente es lo primero que nos encontramos cuando nacemos (aunque eso nos lo cuentan, que entre berridos no estamos para muchos recuerdos) y lo último que veamos en el paso final; sí, hablo de las batas blancas, el  uniforme de ese peculiar ejército que para iniciar su oficio juran, apelando al griego Hipócrates, que defenderán la vida y salud de sus pacientes, de todos nosotros, que de una manera u otra lo seremos a largo de la vida. También la bandera blanca permite el cese, aunque temporal, de las hostilidades dentro del llamado derecho humanitario en los conflictos armados. Es un color que denota paz y ayuda a los semejantes, y ahora salen a la calle, como una marea blanca, para confluir con el color verde de los que se dedican al noble oficio de la enseñanza y el naranja que reúne a los profesionales del Trabajo Social y que día a día se dejan la piel para evitar que muchos conciudadanos caigan a la cuneta de la exclusión social. Estas mareas, junto a otras de similar naturaleza, quieren ponerle color a la indignación de un País que no se resigna a que la cuenta de resultados de unos especuladores internacionales se ponga por encima de la salud, la educación y el bienestar social de la gente.

He tenido el honor de asistir a varios actos donde jóvenes licenciados en Medicina se incorporaban a la práctica de su profesión mediante la incorporación al Colegio de Médicos; procuraba fijarme en sus caras y gestos, chicas y chicos que llevaban ya una mochila de mucho flexo y pestañas quemadas con el “Harrison”, el “Lehninger” y otros mamotretos similares, mucho laboratorio, y exámenes MIR; y lo que tenían por delante, años de formación sanitaria, y cuando se quieren dar cuentan, se acercan los 40 y aún no le han dado la oportunidad de demostrar su valía para un puesto fijo en la sanidad pública porque se congelan las oposiciones. Pero ese día eso no importa, son ya médicos y juran defendernos frente a la enfermedad y convertir nuestra salud en su batalla diaria. Cada uno lo hará en su especialidad, ya que son muchos los frentes que tienen por delante porque los seres humanos somos de cristal y nuestros cuerpos y mentes sufren muchos ataques, tantos que la ciencia no da abasto para responder al cien por cien. ¡Qué vulnerable somos ante la enfermedad!, desde el maldito tumor que tratan de parar los oncólogos a esa chica preciosa que cae en la anorexia porque su mente le deforma lo que el espejo le dice y destroza su cuerpo ante el terror de seres querido. Los médicos, junto a los profesionales de la Enfermería, Farmacia, Odontología, y de otras actividades sanitarias, lo que piden es que los recortes y la privatizaciones no les obliguen a rendirse frente a la enfermedad, que al menos tengan la oportunidad de plantar cara al dolor humano, de evitarlo o al menos atenuarlo y si la cosa no tiene remedio, que nos ayuden a irnos  con dignidad. No se puede perder ni un día, cada batalla ganada a la enfermedad es esperanza y vida, cada derrota suele ser irreversible para el enfermo afectado y hay que procurar que al menos no sean producto de la falta de recursos.

“La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”, este ambicioso principio es el primero que recoge el texto de la Constitución de la Organización Mundial de la Salud, organismo especializado de Naciones Unidas que en julio de 1946 ya lo proclamaba, antes incluso de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. De eso se trata precisamente, de entender que la protección de la salud (artículo 43 de la Constitución) es un derecho humano esencial, muy por encima del negocio y la rapiña. No soy un integrista del estatalismo, creo que la iniciativa privada tiene su legítimo papel, pero éste nunca puede ser el desmantelamiento de los dispositivos públicos que garantizan la igualdad y equidad para aumentar el negocio de algunos a costa de la salud de las personas. No nos engañemos, en esa espiral una parte importante de la población (con los inmigrantes a la cabeza) será carne de cañón, y ahí está el sistema sanitario de EEUU para comprobarlo, sin olvidar, por supuesto, que los recursos son escasos y que hay que utilizarlos con sentido común y sin derroches.

En resumen, cuando esté enfermo quiero ver una bata blanca en el diagnóstico y  tratamiento, en el cuidado de enfermería y para expedir los medicamentos, blanca, insisto, y no del color del dinero.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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