jueves, 2 de mayo de 2013


MIS ANTERIORES COLUMNAS EN SUR.
 
 
 
UN GOBIERNO DE UNIDAD

 

Es necesario un Gobierno de unidad nacional que esté dispuesto a marcar una hoja de ruta de mínimos para conseguir una salida de la crisis, y que después las urnas vuelvan a hablar.

 

Septiembre de 1977, con las primeras elecciones democráticas recién celebradas, un país en crisis económica (la inflación desbocada y un paro que no paraba de aumentar) y un proceso constituyente que daba sus primeros pasos, el PCE, en boca de Carrillo, sus secretario general entonces, clamaba por un “Gobierno de concentración nacional”, como instrumento para superar la crisis económica sobre la base de un pacto político y económico; ni la UCD ni el PSOE entraron al trapo, y lo más cercano a esa idea fueron los famosos “pactos de la Moncloa”, que a 35 años vista, hay que reconocer que dotaron de un cierto grado de cohesión económica a una España que se movía en una incipiente democracia vigilada aún por los restos del franquismo en el aparato del Estado. Peor acabó en Italia el intento de compromiso histórico del PCI y la Democracia Cristiana, con Aldo Moro, uno de sus defensores junto a Berlinguer, asesinado. Como joven militante comunista entonces no tenía muy claro que un gobierno conjunto de centristas (presididos por uno de los últimos ministros del Movimiento, Adolfo Suárez), socialistas (con su explícito deseo de ocupar en solitario el espacio de la izquierda a costa del PCE) y los comunistas, fuera viable por la enorme distancia ideológica entre los tres partidos y por la clara convicción, que aun mantengo, de que el PCE tenía una legitimidad democrática muy por encima de los otros debido a su incuestionable papel en la lucha contra la dictadura. A estas alturas, creo que Carrillo tenía razón (este hombre tenía una gran lucidez institucional, en directa proporción a su autoritarismo interno en el partido).  

En la España de 2013, con más de 5 millones de parados, una crisis económica que devora amplios sectores productivos, una parte importante de la población en peligro de caer en la exclusión social, un desmantelamiento de los servicios públicos y donde no se escuchan más argumentos políticos que no sea el continuo reproche sobre los aberrantes casos de corrupción, me parece que es necesario un Gobierno de unidad nacional, un ejecutivo que esté dispuesto a marcar una hoja de ruta de mínimos para conseguir una salida de la crisis, y que después las urnas vuelvan a hablar. Se trata de elevar la política a su máxima expresión, ponernos de acuerdo en los elementos básicos que generen confianza interna y externa, y eso pasa por defender el programa social de la Constitución, la sociedad democrática avanzada que recoge el preámbulo de nuestra carta magna. La austeridad no puede implicar echar a la cuneta social a miles de personas con la privatización irresponsable de servicios básicos como la sanidad o con recortes brutales en educación; el aumento de ingresos públicos se consigue luchando contra el fraude fiscal y haciendo pagar a todos en proporción a la capacidad económica (art. 31 CE). La recuperación del empleo exige mayor inversión pública (lo tuvo claro Roosevelt con su New Deal), e incentivar la inversión empresarial, pero no con reformas laborales para facilitar y abaratar el despido. Y hay que erradicar la corrupción con mayores y mejores controles internos de las Administraciones y de los partidos políticos, y con un Poder Judicial con más recursos para poner coto a cualquier golfo que confunda su cuenta corriente con el dinero público.

A diferencia de algunos, a mi las Cortes Generales si me representan, y creo que deben hacer un esfuerzo por dotar al país de un gobierno de todos (PP, PSOE, IU, UPYD y nacionalistas), que tenga en cuenta los resultados electorales (el PP ganó las elecciones, aunque no me guste) y que en un periodo razonable y con esos mínimos comentados, pongan a España en la salida del túnel de la crisis, y después, que de nuevo el Pueblo decida con sus votos, y contrasten democráticamente las distintas opciones políticas. Pero sin engañarse, hablo de Política, de partidos como expresión del pluralismo político e instrumentos esenciales de participación de los ciudadanos en la cosa pública (art. 6 de la CE), no de un gobierno de “técnicos” a los que nadie ha elegido. Ahora a los tradicionales paladines contra la Política, los fascistas,  se unen algunos defensores a ultranza del mercado, no libre, sino desbocado, que aborrecen de cualquier intervención pública (si éstas defienden a los más débiles claro, si les dan una buena subvención a sus Bancos, no hay problema) porque se sienten muy cómodos en la “selva”, sin reglas, sin control; solo acatan una Ley, la del más fuerte, las otras les sobran.

 

 

 

      

 

 

 

 

 

 

 

14 de abril

 

La República vivió sus grandezas y sus miserias con la voluntad institucional de que convivieran todos lo españoles; el franquismo significó la eliminación del oponente mediante la muerte y el terror. Esa es la diferencia

 

82 años ofrecen suficiente perspectiva para valorar con serenidad el periodo de mayor intensidad política, social y cultural de nuestra historia contemporánea, apenas 8 años donde una generación de españoles de amplio espectro ideológico protagonizó un sincero cambio de rostro a un país agotado por una monarquía caduca y corrupta, que en sus últimos años no dudó en ofrecer la correspondiente cobertura institucional a una dictadura como la de Primo de Rivera; por eso, el advenimiento del nuevo sistema de gobierno contó con el decidido respaldo de la mayor parte los españoles de la época. Es más que conveniente desmontar tópicos insostenibles sobre la pretendida “ convulsión” institucional durante el régimen republicano, salvo que un manifiesto esfuerzo por modernizar el país, implantar una tímida reforma agraria o incrementar de forma espectacular los recursos destinados al Magisterio Nacional, deban ser consideradas como “peligrosas medidas” que al fin al cabo solo pretendían implantar elementales reglas de Justicia social en una España donde esas palabras sonaban a “subversivas”  consignas de Moscú. Otra machacona y simplona visión identifica la España de 1931 a 1939 con unos gobiernos títeres al servicio del comunismo internacional; con la República hubo gobiernos de centro izquierda, de derechas y un frente popular de amplia base política y hegemonía de izquierdas, todos ellos producto de las urnas, y por tanto españoles que aplicaron su programa político en una sociedad deprimida social y económicamente. A todos ellos cabe reproches sin lugar a dudas, ¡claro que hubo sombras!, pero si en la historia fuera posible el “experimento” propio de las ciencias naturales, sería muy significativo comprobar como los ahora civilizados y serenos españoles de 2013 nos comportaríamos en esa España clasista hasta lo indecente, y con una Iglesia a la que no adornaba precisamente la piedad y la solidaridad con los pobres sino más bien una identificación inquebrantable con las oligarquías de la época. Por eso, se puede comprender que la llamada “cuestión religiosa” era inevitable en esos momentos y la solución de la Constitución de 1931 era quizás la más equilibrada, aunque ahora nos pueda parecer muy radical; por supuesto la quema de Iglesias y la persecución y asesinatos de religiosos eran actos criminales y hay constancia histórica de que las autoridades republicanas lo  intentaron frenar con mayor o menor fortuna. El descontrol de ciertos elementos, que al amparo del ambiente de desconcierto provocado por la sublevación militar, cometieron desmanes de toda índole, son igualmente condenables y por justicia histórica hay que recordar uno de los partidos que más insistió en la necesaria disciplina y control de las milicias fue el PCE, aunque  todos los gobiernos del Frente Popular, en especial el de Negrín, adoptaron medidas en tal sentido.

Por eso, a 82 años vista, quiero rendir un homenaje a todos los españoles, a todos, sean de una ideología u otra, que en esas difíciles circunstancias, hicieron lo que entendían mejor para su país, inspirados en la asignatura pendiente desde siglos de regenerar una España con mucho cacique y herederos del Santo Oficio, y caminar  por el sendero de la cultura y la apertura al mundo exterior; basta comprobar como quedó nuestra Universidad, Institutos y escuelas después del asesinato, exilio y depuración de miles de docentes. Franco tenía claro quien era su enemigo.

A las luces y sombras de la República, le sucedió la oscuridad total de una rebelión militar, que a sangre y fuego sometió a nuestro país, instaurando un régimen inspirado en la moda de la época (nazis y fascistas), pero que a diferencia de éstos, duró mucho, demasiado en el poder, mediante la represión y la negación de todo lo que nuestra Constitución consagró a los 3 años de la muerte de Franco, la libertad, la igualdad, la justicia y el pluralismo político. Esa es la diferencia, queridos lectores, la República, vivió sus grandezas y sus miserias con la voluntad institucional de que convivieran todos lo españoles, sin embargo, para el franquismo sobraba el que no llevara bajo palio al dictador y significó la eliminación física del oponente político mediante la muerte y el terror planificado y ejecutado desde el Estado.

Por eso ayer, junto a otros ciudadanos, ofrecí mi modesto reconocimiento a los que hace 82 años creyeron que todos cabíamos en España.

 

 

 

 

 

Jaque mate

 

La irresponsabilidad penal del monarca prevista en la Constitución ha dado lugar a una sensación de impunidad para su persona y entorno familiar. No veo proclamada la República en España en los próximos años, es difícil, pero para las generaciones que vienen, no lo veo imposible sino más bien irreversible.

 

El Rey es el Jefe del Estado, “símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones, asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales..”, así comienza el artículo 56 de nuestra Constitución; el panorama que en los últimos años ha mostrado la institución, a través de sus protagonistas, el Rey y su familia, no permite augurar un brillante futuro a la Monarquía es nuestro País. Vayan por delante dos consideraciones. La primera es que, en mi opinión, los escándalos conocidos (los desconocidos duermen el sueño de los justos)  sobre el Rey y su entorno son producto de un diseño constitucional de la Corona cerrado en falso. La irresponsabilidad del monarca prevista en el apartado tercero del citado artículo, entendida de forma mayoritaria como la imposibilidad de persecución penal del Rey, ha dado lugar a una sensación de impunidad para su persona y entorno familiar, favorecida por una, hasta hace poco, protección mediática, social y política, que ha permitido situaciones nada edificante tanto en la actuación personal del monarca como de sus allegados.

La segunda es que estoy convencido que más allá de la honestidad de unas personas en concreto, el problema estriba en el anacronismo que significa el mantenimiento de una forma política basada en la Monarquía, en la que la Jefatura del Estado se determine por razones estrictamente genéticas, y con ausencia absoluta de legitimidad democrática en tan alta institución, a diferencia de países como Italia o Alemania, donde el Jefe del Estado, Presidente de la República en Italia y Presidente Federal en Alemania, son elegidos por asambleas parlamentarias, es decir por los representantes del Pueblo. El antecedente constitucional español anterior a la sublevación franquista de 1936, la segunda República, también nos permite concluir que el derecho comparado y nuestra historia constitucional puede fundamentar alternativas que permitan la reconciliación entre democracia y Jefatura del Estado en España. En esta línea iba mi propuesta personal de modificación de la Constitución publicada en las páginas de este mismo periódico hace unos meses, que, entre otros aspectos, implicaría un cambio de contenido y denominación del Título II de la Constitución relativo a la Corona, así como del artículo 1.3 en el sentido de consagrar a la República como la forma política o de gobierno  del Estado Español. Otros aspectos, como la naturaleza presidencialista o parlamentaria del nuevo sistema propuesto, merecen un comentario más detallado, pero cabe  adelantar que apuesto por un modelo parlamentario más en la línea de Italia, Alemania o nuestro precedente, la segunda República, y no tanto por el presidencialismo propio de Estados como Francia, algunos Estados Hispanoamericanos o  EEUU.

No piense el lector que, preso de un entusiasmo alocado e impropio de mi edad, vea proclamada la República en España en los próximos años. Sé que es difícil, muy difícil; sin embargo, no tanto para mi generación como para las que vienen, no lo veo imposible sino más bien irreversible. Hasta la presente, los argumentos principales para la defensa de la Monarquía eran el apoyo social a la institución y su consagración constitucional y consiguiente respaldo popular derivado del referéndum de la Constitución. El apoyo social tiene abierto fisuras importantes que se irán agrandando a medida que conozcamos más sobre una Casa Real opaca en su funcionamiento, y sobre la “legitimidad constitucional” de la institución, hay que ser claro, la Corona “iba en el paquete”. La alternativa en 1978 no era Monarquía o República, era Democracia o Dictadura, y los constituyentes, con buen criterio, apostaron por la Democracia aunque incluyera a una monarquía que, no nos olvidemos, hasta ese momento existía en virtud de la aceptación del actual Rey, mediante juramento ante el Dictador, de los principios fundamentales del Movimiento. Por tanto, posible es, y como antes he dicho también difícil. Los requisitos que exige la Constitución (artículo 168) para que la reforma prospere son duros, aprobación por mayoría de dos tercios de ambas Cámaras y ratificación popular por referéndum, pero son las reglas del juego. El amplio debate que lleve a un consenso será el camino, la serenidad y la valentía será el mejor pavimento de esa senda.

 

 

 

 

 

 

LA PROTESTA

 

Si la protesta se queda en el “derecho al pataleo”, el debate se limita a las “formas” y ya no se habla del fondo; como expresión de libertad,  está sometida al límite de la ley y el respeto a  los derechos de los demás, y en ese difícil equilibrio es donde se mide la madurez democrática de un Pueblo.

 

La protesta, ya sea social, laboral o política es incómoda en sí misma, sobre todo para los que protestan en la medida en que refleja desagrado, indignación o incluso desesperación, todo ello frente a unas medidas (o una ausencia de éstas) que les afecta de manera directa y que puede generar un movimiento de solidaridad del resto de la ciudadanía. Pero si la vulneración de derechos e intereses (desahucios, despidos, recortes),  es de por sí dura y dramática porque estás convencido de que tienes razón y se lesionan con esas medidas tu esfera vital básica, en mi opinión, la protesta no debe ser un mero cauce de desahogo sin mayor alcance, donde uno se limite a soltar todo lo que lleva dentro y la pésima opinión que te merece los gobernantes o los causantes directos de tus desgracias. Esa vertiente de la protesta es la que en fondo prefieren los destinatarios de las mismas, ruidos y pocas nueces, y mil excusas para esconder las verdaderas razones del conflicto; si se queda en el “derecho al pataleo”, el debate se limita a las “formas” y cuando te quieres dar cuenta, ya no se habla del fondo. ¿Quién gana en estos casos?, casi siempre los causantes de las medidas que provocan las protestas, salen airosos, se ha desviado el debate, y eso es lo que querían, solo se habla del asalto a supermercados, no del hambre que sufren muchas personas, no se profundiza en las leoninas e inmorales cláusulas de algunos contratos hipotecarios, sino en determinada “forma” de defender el derecho a la vivienda.

Es evidente que la protesta ha de tener repercusión mediática y social para ganar en efectividad, pero, ¿qué repercusión?; supongo que todos coincidiremos que la positiva, la que genera apoyos, la que permite difundir las razones de la protesta, y no la que desprestigia una causa justa por lo poco acertado de su defensa. No quiero decir con esto que la protesta deba reflejar el más depurado estilo del protocolo diplomático, ¡no!, no es esa la vida real, el conflicto es duro, las situaciones humanas de desesperación y sufrimiento no admiten remilgos, cuando se pierde el empleo en un ERE, cuando pierdes tu vivienda, cuando tus ahorros se han evaporado con las ”preferentes”, no hay margen para la exquisitez, sobre todo cuando ves que los culpables de esas situaciones  disfrutan de impunidad por sus fechorías. Cuando los huelguistas informan a sus compañeros que van a trabajar, les trasladan que ellos, los que ejercen el derecho a la huelga, están perdiendo salarios por defender los intereses de todos los trabajadores, y si consiguen sus reivindicaciones, lo que se gana lo disfrutarán todos, los que han arriesgado y los que no; es compresible que el diálogo en la puerta de los centros de trabajo en esos casos no sea siempre sereno, hay muchas emociones e indignación por medio.

La protesta, en un Estado de Derecho, es por definición legítima, se tenga o no razón (algo siempre opinable, en base a la libertad de conciencia), las hay con un fondo más que dudoso que han tenido éxito y apoyo popular, y al contrario, movilizaciones cargadas de justicia que nunca han conseguido el respaldo merecido. Pero las cosas son así, y deben ser así, no hay una “maquina de la verdad” que nos certifique que tal o cual manifestación es más o menos legítima, nuestra Constitución reconoce y ampara el derecho a la protesta en sus variadas vertientes (manifestación, libertad de expresión, huelga, derecho de petición) sin exigir una “prueba” de las razones, el mero hecho de querer mostrar el desacuerdo es suficiente. Por esto, la libertad de protestar, como todos los derechos, está sometida a límites, el más básico es el respeto a la ley y a los derechos de los demás, y en ese difícil equilibrio es donde se mide la madurez democrática de un Pueblo, y el nuestro, el español, ha demostrado en muchas ocasiones que tiene esta cualidad. Por eso, estimados/as lectores/as, no es lo mismo la legítima muestra de indignación para defender el derecho a la vivienda que la coacción directa a las personas; lo primero merece aplauso y apoyo, lo segundo es un delito. Y aunque todos tengamos derecho a la libertad de expresión, a los gobernantes hay que exigirles moderación para no caer en el disparate de vincular a la plataforma de afectados por las hipotecas con el mundo de ETA, perla que se le ocurrió a la Delegada del Gobierno en Madrid. Además existe el delito de calumnias.

 

 

 

 

 

 

 

EL PADRE, EL HIJO Y …

 

Cuando vienen, tus hijos se convierten en segundos en las personas más importantes de tu vida. Cada generación tiene su entorno cultural y social, y no puedes comprender siempre a tus hijos, al igual que ellos no se pueden poner en tu piel para compartir todo.

 

No busquen más, el Espíritu Santo tiene su ámbito, pero no opera para el común de los mortales, no hay terceros de envergadura que se puedan poner al mismo nivel en las relaciones paterno-filiales; madres, padres, hijas e hijos conforman una relación humana primaria y compleja a la vez, con obligaciones y derechos, que dependiendo de la antigüedad pasan de una naturaleza jurídica a una moral, pero que en general asumimos con naturalidad. No tomen los lectores la omisión de lo femenino en el título como una desconsideración, lo exigía la cita bíblica, como tampoco entiendan por descortesía el que en estas líneas se refleje el modelo más habitual de organización familiar (padre, madre e hijos/as), es el mío y el que por tanto conozco en primera persona, aunque entiendo que las reflexiones que siguen son comunes para las familias monoparentales  o cuando la pareja es del mismo sexo. Hay quien piensa que puede resultar perturbador para la crianza de los hijos el hecho de que sus progenitores compartan cuchilla de afeitar o rímel de los ojos, como si la libre orientación sexual fuera incompatible con la responsabilidad y el amor a los vástagos; sinceramente, creo que cometen gran injusticia los que quieren privar a los homosexuales de esta vertiente, ser padres y madres, que cuando se asume voluntariamente, es tan esencial en un ser humano, que no hay convenciones ni leyes que lo puedan impedir.

Esto de ser padres puede ser producto de una planificada definición de tu entorno afectivo, “ampliar la familia”, pero no faltan situaciones en que vienen los hijos “sin que se esperen”; da igual, en todos los casos se produce el fenómeno emotivo más rápido que podamos conocer, ya que con arrugas y vociferantes en el parto o en la foto para la adopción, se convierten en segundos en las personas más importantes de tu vida. Los padres que hemos tenido la suerte de asistir al nacimiento de nuestros hijos (las madres son de obligada y sufrida presencia) sabemos de este “flechazo” inmediato. En definitiva, mientras que el enamoramiento o la amistad exige, por lo general, un proceso gradual, los padres queremos a nuestros hijos en cuanto nacen (aunque por su edad, no nos den mucha conversación al principio; bueno, de mayores, a veces tampoco es que hablen mucho).

Pero si hay algo que caracteriza a la relación paterno-filial, es la intensidad. Salvo situaciones de ruptura extrema, los padres estamos dispuestos para hacer por nuestros hijos todo lo que se nos pida, incluso el máximo sacrificio; muy pocos padres o madres tardarían más de un segundo en poner en peligro su vida a cambio de mantener la de su retoño. No hay duda de que las mayores alegrías (y también las penas) vienen vinculadas a los hijos, sus éxitos  son los tuyos y sus fracasos a veces los interiorizas más que ellos mismos, al pensar que tendrías que haber hecho algo más para que tu hija o hijo no pasara por un mal trago. Y aquí viene una cuestión delicada,  ¿cómo compartir tus experiencias sin pasarte o quedarte corto?; confieso que como padre tengo una visión intervencionista en esta materia, moderada eso sí por la sabia contención de mi esposa, partidaria de un mayor grado de autonomía en el diseño del futuro de nuestros hijos. Aprovecho para explicar mi posición. Entiendo que los padres/madres tenemos el derecho y el deber de transferir a nuestras hijas e hijos nuestros valores y experiencias, las que nos han hecho mejores y en las que hemos metido la pata, y siempre con el objetivo de no ver reproducidos en tu descendencia los malos momentos o la pérdida de una oportunidad de ser felices. Hay que hacerlo con talento y talante, siendo consciente que cada generación tiene su entorno cultural y social, y que hay que admitir que, por mucho que leas, no puedes comprender siempre a tus hijos, al igual que ellos por muy maduros que sean, no se pueden poner en tu piel para compartir todo al 100%. En definitiva, que aunque nos queramos a rabiar, somos personas distintas. Como contrapeso a este “intervencionismo” paterno, está claro que los hijos tienen derecho a la “legítima defensa”, es decir a cribar, de acuerdo a su conciencia y experiencia, ese irrefrenable deseo que algunos tenemos de organizarles la vida hasta la jubilación. Yo ejercí con mis padres esa “legítima defensa”, y no hay palabras para decir como los quiero; ojalá nuestros hijos ejerzan similar derecho y con el mismo resultado.   

 

 

INTEGRISMO, NO GRACIAS

 

El integrista no necesita escuchar, lo sabe todo y es un consumado especialista del monólogo. El “blindaje” de las ideas no las convierte en mejores, las empobrece porque no respiran el aire del debate

 

El integrista no necesita escuchar, lo sabe todo; lo tiene fácil porque su universo del saber es cortito, 4 ó 5 frases bien aprendidas lo convierten en un consumado especialista del monólogo que no admite preguntas, ni las suyas propias. Es más, cuando el integrista se pregunta algo que se salga del guión, ¡malo!, hay señas de traición y debilidad mal vistas por sus compañeros de secta. Este fenómeno se alimenta de la ignorancia como dogma y de un mesianismo enfermizo, ambiente donde no hay fundada orientación, hay órdenes incuestionables en forma de consignas que “descubren”  todos los días el mediterráneo. El integrismo religioso y político a lo largo de la historia ha adoptado intensidades distintas, pero ninguna etapa se ha librado de ellos, tampoco la nuestra. Sabemos que las crisis económicas son caldo de cultivo propicio para que estos “dueños de la verdad” adquieran vocación de expansión, y es cuando el fanatismo (versión violenta del integrismo) engrasa sus máquinas para que la razón y la decencia se arrojen a la basura al hilo de los “gritos de rigor” que ahogan los gritos de dolor de los que no hicieron nada porque cuando iban a buscar a su vecino no estaban afectados, y cuando fueron a por ellos ya no quedaba nadie para defenderlos (¡ya lo decía Brecht!). No descubro nada si recuerdo el contexto económico en el que nazismo y fascismo tomaron las riendas de varios países (el nuestro entre ellos) para llevarlos a la ruina moral y política, con millones de personas como víctimas.

Me preocupa el auge de los movimientos fascistas (en sus diversas expresiones) en Estados vecinos, con su entrada en los Parlamentos, institución a la precisamente tienen tan poco apego; pero lo que realmente me inquieta es que estos sujetos pasen de la “fantochada” más o menos molesta, al sutil proceso de la “honorabilidad”, es decir, pasar por respetuosos con la Ley y la democracia, hasta que tienen la ocasión de pisotearlas con sus botas. La historia es buena consejera para no dejarnos engañar, y así recordar como los nazis y los fascistas se presentaron como lo que no eran y a la debilidad de algunos demócratas que les dejaron hacer por miedo, se añadió la complicidad de las oligarquías económicas que tan bien tratadas fueron durante los años del terror. España, afortunadamente, es una democracia asentada, con una opinión pública que seguro rechaza veleidades facciosas, pero también la nación europea donde gobernó y murió en la cama el último compinche de Hitler y Mussolini, en 1975, tarde, demasiado tarde. Yo he visto y sufrido en la transición a fascistas desbocados por la impunidad de la que gozaban, por eso el mejor antídoto contra esta enfermedad es el Estado de Derecho, la Ley, la policía, y la tolerancia cero. Los ataques a inmigrantes, a “sin techos”, en general a los que no piensan como ellos, no son hechos aislados sino reflejo de redes criminales inspiradas y financiadas por algunos de esos grupos que ahora quiere adquirir “respetabilidad” y dejan el trabajo sucio a brutos borrachos de violencia.

Pero termino por donde empecé, con el integrismo; creo que hace falta en España una decidida voluntad de arrinconar la retórica de las verdades absolutas, de las que no admiten matices y que convierte en enemigo a batir al adversario político. La confrontación es legítima y necesaria en una democracia, pero no debe impedir el intercambio de opiniones, incluso con el “peligro” de asumir que las del oponente no son tan descabelladas. El “blindaje” de las ideas no las convierten en mejores, al contrario, las empobrece porque no respiran el aire del debate. Y queridas/os lectoras/es, no creo que quien suscribe sea sospechoso de relativismo ideológico, 36 años de militancia comunista me sitúa claramente, dentro del escenario político, en el lugar donde quiero estar, una posición de izquierda en la tarea de trabajar por una sociedad más fraternal y justa, pero sin caer en la arrogancia de querer asumir el monopolio de esos valores. No me gusta lo que hace el gobierno del PP, creo que su política denota un integrismo neoliberal dañino para los españoles y quiero, democráticamente, sacarlos del poder, pero como no me considero integrista, no se me ocurre llamarlos fascistas, ofendiendo a personas honestas que no piensan como yo. Eso sí, como la canción de Serrat, con los corruptos y con los totalitarios,  “tengo algo personal”. 

 

 

 

 

NUESTROS MUERTOS

 

Todos conocemos casos del dolor más intenso que los humanos pueden padecer, sufrir como sus hijos se van antes que ellos. El tiempo es el mejor aliado y te permite convivir mejor con ese doloroso pesar de la ausencia de los que sigues queriendo sin estar.

 

No se despega de nosotros en ningún momento, y yo al menos, ni nombrarla quiero. Pero es inútil, con una lealtad perruna, no nos deja ni a sol ni a sombra, siempre al acecho. No podemos burlarla, nos conoce demasiado bien, es de hecho la única realidad humana (común no obstante a todo lo que vive) que en lo sustancial no ha cambiado desde los orígenes de nuestra especie. Con una paciencia infinita espera su oportunidad y a veces ésta viene demasiado pronto, y se lleva a vidas incipientes, pero que en días, meses o en pocos años han logrado que su mero recuerdo te provoque un latigazo en la columna porque piensas en como hubiera sido ese niño o ese joven si ésta, la innombrable, no se hubiera metido por medio a la temprana oportunidad que se le ofreció. Todos conocemos casos del dolor más intenso que los humanos pueden padecer, sufrir como su proyecto más vital, su hija o hijo, se van antes que ellos. A veces la parca  tiene más paciencia y te permite organizar un trayecto más dilatado en la vida, con éxitos y fracasos, y es frecuente y saludable que nos olvidemos de ella, aunque diariamente tenemos noticias de muchas de sus fechorías. El caso es que nunca actúa de motu propio, siempre cuenta con un cómplice que la convierte en consecuencia y no causa; en el mejor de los casos su aliado es el paso de los años, los seres vivos tenemos fecha de caducidad y siendo siempre doloroso, el final de un veterano se muestra más soportable. Nuestro propio cuerpo y sus patologías se lo pone fácil a pesar de las trincheras que todos los días defienden con su ciencia la profesión sanitaria, a ellos y ellas mi homenaje más sentido. Pero dejando a un lado la fatalidad de los accidentes, no nos engañemos, los principales compinches de esta indeseable compañía somos nosotros mismos, los seres humanos, la máquina más perfecta a la hora de dañar y matar a sus semejantes en los más depurados y diversos estilos que las mentes criminales han parido a lo largo de la historia.

Como se afronta lo inevitable es cosa individual y no admite reglas generales, pero estoy en una edad en la que ya no paso una semana sin visitar el cementerio para despedir a un semejante, y más de una neurona he gastado en intentar racionalizar la pérdida de un ser querido, esfuerzo inútil ya que en estos malos momentos  la emoción y los sentimientos encuentran su lugar en tu vida, es curioso, los mismos que te hacen felices en otras ocasiones, paradójico resulta que el llanto sirva en la alegría y en la  pena. En mi caso, y cuando me ha tocado el duro papel de recibir los pésames (en especial con mi hermano y mi padre) confieso que la fe ayuda ya que soy creyente, es más, siempre he admirado a los que sin creer que hay algo después de la vida, dan la suya por los demás sabiendo que sus propias convicciones no admiten una segunda oportunidad. Pero es el tiempo el mejor aliado (unos meses, unos años); te permite convivir mejor con ese doloroso pesar de la ausencia de los que sigues queriendo sin estar, convivencia que cada cual construye con recuerdos que al principio te dejan sin habla y con los ojos vidriosos pero que llega un momento (si todo va bien y la melancolía no te ataca) que te sirven para rememorar los días en los que la persona que falta te hizo reír y disfrutar con una mirada, palabra, o cualquier otra forma de expresar el cariño. Cuando el tiempo suaviza, y parece que los humanos estamos programados para que así sea, la vida se hace más soportable y conseguimos una pequeña victoria frente a la innombrable; nuestros muertos siguen en nuestro corazón con nombre y apellidos, y a veces consiguen que algunos intentemos ser mejores personas, con el deseo de que cuando nos toque (de esto no se libra nadie) te recuerden por algo más que una inscripción en el Registro Civil. La paz de los justos en vida hace que el descanso eterno sea algo más que una frase de consuelo.   

Convertir el dolor por su ausencia en bondad como homenaje a su recuerdo  es el mejor servicio que la persona puede dar en el último paso. Los que seguimos aquí podemos incrementar nuestro “patrimonio sentimental”, con más amistad y ternura en nuestro entorno y sin que el aumento del patrimonio convencional se convierta en nuestro único objetivo, ya que, como le pasaba al señor Scrooge (legendario personaje de Dickens), se corre el riego de convertirse en el más rico del cementerio.

 

 

 

 

 

 

 

DAMAS Y CABALLEROS

 

Lo reconozco, pertenezco a una secta a la que no le gusta ver a mujeres con miedo y con moratones producto de “amores” que matan

 

La cercanía del Día Internacional de la Mujer y la polémica suscitada por las declaraciones de un diputado-actor (por separado) me impulsa a dedicar estas notas a las mujeres, mitad de la población que en los últimos años ha protagonizado avances espectaculares en sus derechos, pero que aún no ha soltado lastre de siglos de minoría de edad, violencia, desprecio y desigualdad, losas que en mayor o menor medida hemos puesto la mayoría de los hombres, y que no se remueven sólo con leyes justas e igualitarias, necesarias pero insuficientes si no hay un profundo cambio de acciones y omisiones (convertidas en iconos de nuestra identidad masculina), reafirmando nuestra masculinidad en una visión más simple, más entrañable, y que no es otra que la de tratar a las mujeres de la forma que nos gustaría que nos trataran a nosotros. El día que nuestro desprecio por  la ausencia de escrúpulos o la ambición desmedida no tenga sexo (y no se incremente, por tanto, cuando tenga falda y maquillaje), daremos un pasito. Cuando consigamos que las diferencias biológicas y emotivas no se conviertan en amables excusas para un tramposo reparto de cargas, y el instinto materno o la sensibilidad femenina sean libres expresiones vitales y no asignación, en régimen de monopolio, del cuidado de hijos o ascendientes, seguro que daremos un gran paso. El ritmo en el cambio de mentalidad que tenemos que asumir los hombres irá en directa proporción al reconocimiento que hagamos de que casi todos participamos de esa losa machista, puede que difusa, puede que inconsciente, pero pesada e injusta. De nosotros depende que algún día para nuestras mujeres sea un mal recuerdo y para nuestras hijas una anécdota.

Se equivocó (espero que sea error y no convicción) el Sr. Cantó en sus declaraciones; confundió un hecho objetivo (el que puedan existir denuncias falsas de violencia de género), con un supuesto acoso a los hombres y que la culpa de ambas cosas la tienen las medidas legales contra la violencia machista, impulsadas, según parece, por un “peligroso lobby” de feministas radicales. Ahora resulta que dotarse de normas para erradicar el crimen machista es una expresión de sectarismo; pues bien, lo reconozco, pertenezco a esa secta, la que no le gusta ver a mujeres con miedo, con moratones producto de “amores” que matan, a niños que son testigos (y víctimas) de humillaciones diarias. Pero a los de mi secta también nos repugna que alguien utilice denuncias falsas, simulando lo que miles de mujeres sufren y haciendo pasar por delincuente a personas inocentes; es más, esas falsedades se erradicarán cuando se refuercen los medios para que jueces, fiscales y policías puedan investigar mejor y así depurar cualquier uso ilícito de la lucha institucional y ciudadana contra la violencia de género. Por todo esto, aún queda mucho que hacer para atajar la violencia de cobardes que solo sacan valentía para pegar a mujeres indefensas, criminales que convierten a sus parejas en dianas de sus frustraciones e insuficiencias, las mismas que los convierten en sumisos en otras facetas de la vida donde no cuentan con la impunidad del “secreto” doméstico. No es una lucha de hombres contra mujeres, sino de personas decentes frente a desaprensivos, y como en toda lucha, no todo vale, tampoco el uso fraudulento de la denuncia penal en situaciones que tienen como solución el acuerdo o en su caso la tutela civil de los tribunales.

Pero no todo es violencia, también está esa losa, más rígida o sutil dependiendo de los casos, que antes comentaba; frente a ésta, todas y todos, en especial nosotros, tenemos como campo de prueba la vida cotidiana, los gestos, las palabras, los silencios, las miradas, la convivencia entre la pasión en el  amor y la serenidad en el desamor. Ese “día a día” en la pareja hay que administrarlo desde el respeto mutuo y la deliberada voluntad de los varones en progresar adecuadamente en la difícil asignatura de la igualdad. Hay que conseguirlo consolidando los avances, censurando los retrocesos y con una amplia visión de lo que es importante: pasar de la igualdad formal a la real. Y si es posible, evitando que la necesaria presencia de lo femenino en la expresión oral y escrita se haga a costa de un castellano comprensible o no confundiendo la caballerosidad (vertiente de la cortesía) hacia las mujeres con un donjuanismo trasnochado.    

  

 

 

 

 

MI COLUMNA DE HOY EN SUR.

TRICORNIOS EN EL CONGRESO

 

 

La Democracia se la debemos a una generación digna, que no confundía la justicia con la venganza, que no envenenó a sus hijos con el odio.

 

Todo era muy confuso y poco creíble; la radio hablaba de guardias civiles que entraban en el Congreso, que puede que lo hicieran para defender a los diputados de un atentado de ETA. La evidencia de que aquello no era una anécdota me impulsa a que,  antes de que mi padre se entere de lo que realmente pasa, me quitara de en medio con la excusa de buscar unos apuntes a casa de un amigo. Tenía prisa y sabía que una vez que se supiera que aquello era un golpe de Estado, se decretaría concentración bajo llave en casa hasta que se aclarara el panorama. No había cumplido aún 17 años y mi militancia comunista había pasado de una clandestinidad familiar en los primeros años a una tolerada a regañadientes en el último, bajo promesa de prudencia extrema. La democracia era frágil en la España de esos años. Mi “búsqueda de apuntes” tenía un objetivo, poner a resguardo las fichas de afiliados ante un posible registro de las sedes del PCE, y llegando a la de calle Churruca, en el malagueño barrio de la Trinidad, me encuentro a un veterano militante, Fernando, hombre curtido en la clandestinidad y persona muy sensata que me intenta convencer de que volviera a casa, pero con el que  al final acuerdo repartir las fichas (él las del PCE y yo las de la UJCE) y que las conservaríamos, salvo peligro directo de requisa de los golpistas, en cuyo caso, ¡al fuego!. Noche de radio, de rumores, de prudencia y recuerdos de los que, como mi padre, habían sufrido la represión franquista (huérfano a los 13 años, con mi abuelo republicano abatido en el muro de S. Rafael), y noche también de rabia de una generación más joven que se juramentaba para que la democracia no fuera un efímero episodio, pero no caíamos en el pequeño detalle de que los tanques no se paraban a pedradas. Durante aquella  larga noche, me acordé de mi tío, oficial de la guardia civil, hombre entrañable y al que jamás me imaginaría secundando en sus tropelías a un loco como Tejero, y no olvidé a los guardias que asaltaron el Congreso,  y que alguno puede que se encontrara en el dilema de no obedecer alguna orden criminal de masacre de los secuestrados representantes del Pueblo. El golpe fracasa, la vida sigue, y el 24 hay examen de francés, un compañero de clase situado en la extrema derecha muestra una sincera alegría al verme, había pasado mala noche pensando en que me pudiera pasar algo.

 

Pasados 32 años desde aquello, pienso que mi microhistoria personal, junto a otras miles, ponen de manifiesto que 1981 no era 1936, que la mayoría de los españoles éramos capaces de defender la democracia y hacerlo desde el respeto a los demás, que a pesar de que habían humillado a la soberanía popular, uno era capaz de pensar en el futuro de esos guardias civiles que encañonaban a los diputados y en intentar encontrar una eximente a su criminal actuación (obediencia debida) y que incluso unos miserables como Tejero, Milans, Armada y otros de la cuadrilla de “salvapatrias”, merecían un juicio justo y en cualquier caso nunca un final a los pies de una tapia, destino que ellos sin embargo tenían reservado a los demócratas. Pero también era significativo que mi compañero de estudios, el “facha”, no participara de ese deseo demente de una “noche de los cuchillos largos” que después se demostró que tenían preparada bandas de fascistas (algunos aún en la policía y en el ejército), y que en Málaga tenía como objetivo una “lista negra” de militantes de izquierda, entre los que estaba mi añorado Leopoldo del Prado. Y si en la  España de 1981 la inmensa mayoría de los ciudadanos no estábamos dispuestos a matarnos (salvo los facciosos y los etarras), estoy convencido de que se lo debemos a una generación callada, digna, sin estridencias, que no confundía la justicia con la venganza, que no envenenó a sus hijos con el odio, que se alegraba de cada paso de la democracia porque se alejaba sus recuerdos de sangre y miedo, unos hombres y mujeres que querían para sus hijos lo que ellos no habían tenido. Una generación como la de mi padre, al que se le cambiaba la cara cuando veía a Franco en la tele, la misma cara que ponía ante los asesinatos terroristas; tenía la bondad y sabiduría de no distinguir, el dolor es el mismo para todos. Mi homenaje a esos padres, que fueron niños de una España negra, y que han permitido que para nuestros hijos el 23-F sea un lejano tema de la historia.      

 

 

 

 

 

 

 

 

TRICORNIOS EN EL CONCRESO

 

La Democracia se la debemos a una generación digna, que no confundía la justicia con la venganza, que no envenenó a sus hijos con el odio

 

Todo era muy confuso y poco creíble; la radio hablaba de guardias civiles que entraban en el Congreso, que puede que lo hicieran para defender a los diputados de un atentado de ETA. La evidencia de que aquello no era una anécdota me impulsa a que,  antes de que mi padre se entere de lo que realmente pasa, me quitara de en medio con la excusa de buscar unos apuntes a casa de un amigo. Tenía prisa y sabía que una vez que se supiera que aquello era un golpe de Estado, se decretaría concentración bajo llave en casa hasta que se aclarara el panorama. No había cumplido aún 17 años y mi militancia comunista había pasado de una clandestinidad familiar en los primeros años a una tolerada a regañadientes en el último bajo promesa de prudencia extrema. La democracia era frágil en la España de esos años. Mi “ búsqueda de apuntes” tenía un objetivo, poner a resguardo las fichas de afiliados ante un posible registro de las sedes del PCE, y llegando a la de calle Churruca, en el malagueño barrio de la Trinidad, me encuentro a un veterano militante, Fernando, hombre curtido en la clandestinidad y persona muy sensata que me intenta convencer de que volviera a casa, pero con el que  al final acuerdo repartir las fichas( él las del PCE y yo las de la UJCE) y que las conservaríamos, salvo peligro directo de requisa de los golpistas, en cuyo caso, ¡al fuego!. Noche de radio, de rumores, de prudencia y recuerdos de los que, como mi padre, habían sufrido la guerra civil (huérfano a los 13 años, con mi abuelo republicano abatido en el muro de S. Rafael), y noche también de rabia de una generación más joven que se juramentaba para que la democracia no fuera un efímero episodio, pero no caíamos en el pequeño detalle de que los tanques no se paraban a pedradas. Durante aquella  larga noche, me acordé de mi tío, oficial de la guardia civil, hombre entrañable y al que jamás me imaginaría secundando en sus tropelías a un loco como Tejero, y no olvidé a los guardias que asaltaron el Congreso,  y que alguno puede que se encontrara en el dilema de no obedecer alguna orden criminal de masacre de los secuestrados representantes del Pueblo. El golpe fracasa, la vida sigue, y el 24 hay examen de francés, un compañero de clase situado en la extrema derecha muestra una sincera alegría al verme, había pasado mala noche pensando en que me pudiera pasar algo.

 

Pasados 32 años desde aquello, pienso que mi microhistoria personal, junto a otras miles, ponen de manifiesto que 1981 no era 1936, que la mayoría de los españoles éramos capaces de defender la democracia y hacerlo desde el respeto a los demás, que a pesar de que habían humillado a la soberanía popular, uno era capaz de pensar en el futuro de esos guardias civiles que encañonaban a los diputados y en intentar encontrar una eximente a su criminal actuación (obediencia debida) y que incluso unos miserables como Tejero, Milans, Armada y otros de la cuadrilla de “salvapatrias”, merecían un juicio justo y en cualquier caso nunca un final a los pies de una tapia, destino que ellos sin embargo tenían reservado a muchos demócratas. Pero también era significativo que mi compañero de estudios, el “facha”, no participara de ese deseo demente de una “noche de los cuchillos largos” que después se demostró que tenían preparada bandas de fascistas (algunos aún en la policía y en el ejército), y que en Málaga tenía como objetivo una “lista negra” de militantes de izquierda, entre los que estaba mi añorado Leopoldo del Prado. Y si en la  España de 1981 la inmensa mayoría de los ciudadanos no estábamos dispuestos a matarnos (salvo los facciosos y los etarras), estoy convencido de que se lo debemos a una generación callada, digna, sin estridencias, que no confundía la justicia con la venganza, que no envenenó a sus hijos con el odio, que se alegraban de cada paso de la democracia porque se alejaban sus recuerdos de sangre y miedo, unos hombres y mujeres que querían para sus hijos lo que ellos no habían tenido. Una generación como la de mi padre, al que se le cambiaba la cara cuando veía a Franco en la tele, la misma cara que ponía ante los asesinatos terroristas; tenía la bondad y sabiduría de no distinguir, el dolor es el mismo para todos. Mi homenaje a esos padres, a todos, con o sin color político, que han permitido que para nuestros hijos el 23-F sea un lejano tema de la historia      

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LA VIVIENDA DE TU  VIDA

 

No podemos permanecer impasibles ante esta sangría de sufrimiento colectivo

La dación en pago evita que se prolongue la agonía económica de las familias después de perder su vivienda

 

La vivienda es el lugar de inicio y retorno en la noria diaria que es la vida, el espacio donde, reímos, lloramos, amamos, acumulamos recuerdos tangibles, soñamos nuestro futuro y el pasado reúne trienios que tu espejo refleja en esas arrugas que conviven con las fotos de juventud en una caja de zapatos,  junto a tus libros, los que has leído y los que quieres seguir leyendo en tu sillón. Hay que ponerse en la piel de quien recibe una notificación anunciándole que todo eso tiene fecha de caducidad, que le quedan meses para recoger y apurar imágenes en su cerebro del sitio del que te echan después de haber vivido ahí casi toda tu vida (literalmente en el caso de los niños). No recibes ese papel porque seas un gorrón o quieres derechos sin obligaciones; es más simple, te has quedado en paro, has caído enfermo o tu modesto negocio no aguanta esta crisis. No puedes  aguantar más las preguntas de tus hijos de por qué se tienen que cambiar de colegio o las tuyas, ¿en qué he fallado?. Y te quiebras como el cristal, cierras  los ojos a la esperanza y una cuerda en el cuello cierra tu vida. Hace unos meses José Miguel Domingo dio el paso del que no se vuelve; no podía con los recibos mensuales de la hipoteca y la angustia pudo más que la razón que nos impone el instinto de conservación; por desgracia después han venido varios suicidios más relacionados directamente con los desahucios.

 

Descansen en paz estos conciudadanos, pero por un mínimo ético no podemos permanecer impasibles ante esta sangría de sufrimiento colectivo que padece España  (paro, desahucios, recortes..). No soy dado a las explicaciones simplistas del maniqueísmo (buenos y malos); estoy seguro que ningún ser humano (salvo un demente o un criminal) desea que pasen estas cosas, pero tampoco soy neutral en la clara distinción que hay que hacer entre los  responsable de esta crisis y los que la padecen; conocen mis lectores (espero tener alguno) mis convicciones políticas de izquierdas. Además, como profesor de Derecho no me canso de señalar a mis alumnos que un valor esencial del ordenamiento jurídico español, junto a la libertad, igualdad y pluralismo político, es la JUSTICIA (art. 1 de la Constitución), y que España es un Estado Social de Derecho; por tanto la Justicia es social, o no es Justicia, y no se pueden diseñar, aprobar ni aplicar las Leyes sin tener presente ese dato. Bienvenida por tanto la Iniciativa legislativa Popular que a duras penas ha iniciado su trámite en el Congreso, y que debería culminar, en mi modesta opinión, con  una reforma de la legislación hipotecaria que recoja la dación en pago para  no prolongar la agonía económica de las familias después de perder su vivienda, y moratorias legales que sin perturbar la regla general del cumplimiento de las obligaciones asumidas, tenga en cuenta elementos objetivos como el paro y otras circunstancias socioeconómicas y permitan que el cumplimiento en plazo y sin dilaciones de las citadas obligaciones no se convierta en un anticipo de la “ muerte civil” de muchas personas (y a veces, como hemos comprobado, la física). Hay en definitiva que tener, en la creación y en la aplicación del Derecho, una visión social que permita compatibilizar la Seguridad Jurídica (principio constitucional, art. 9 CE) y la Justicia. El Legislador, los jueces, los poderes públicos y los ciudadanos en general debemos hacer comprender a las oligarquías económicas (que no crean riqueza y no hay que confundirlas con las verdaderas empresas) que no vamos a permanecer impasibles ante este ataque frontal a la soberanía nacional y al Estado de Derecho, y que frente al abuso de unos “mercados” (singular forma de denominar a unos chantajistas) que se creen por encima de todo y de  todos, vamos a poner en valor a la Constitución y al Derecho. Hay que afrontar esta realidad evitando que miles de personas  caigan en la cuneta de la exclusión social, y eso exige fuertes dispositivos públicos que garanticen unos mínimos de equidad social; más solidaridad social y menos “mano invisible” del mercado (Adam Smith), que al final parece en vez una mano, recordando a la película  “Torrente”, el brazo tonto del capitalismo.

 

Inicio con ilusión este encuentro semanal con los lectores de SUR; espero acertar en mi empeño de escribir lo que a mi gusta leer en los demás, un castellano correcto,  con una  línea expositiva en la cual emociones, sentimientos y argumentos convivan en sana armonía y donde el necesario rigor no se convierta en “rigor mortis”.

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