EL TRISTE PROFESIONAL
El optimismo no es una cinta que nos cierra los ojos frente a la
realidad, es la capacidad de encontrar una oportunidad para la felicidad
Hace poco volví a ver la película
“La vida de Brian”, del grupo inglés
Monty Python, una obra maestra del humor, en cuya escena final un grupo de
crucificados en las últimas, acaban cantando una pegadiza “Always Look on the
Bright Side of Life” (Mira siempre el lado bueno de la vida); la verdad es que
esta divertida e inteligente parodia del mesianismo me ha llevado a dedicar la
columna de esta semana al optimismo y a su más enconado enemigo, el triste
profesional. Conviene aclarar desde un principio que no cabe confundirlos con
las personas que han sufrido graves y dramáticas situaciones que les provoca
una inevitable amargura, ellas merecen apoyo y compresión; tampoco me refiero a
los que son tímidos, prudentes o simplemente serios de carácter, aunque en muchos casos tengan un sentido del
humor muy apreciable. No, queridos/as lectores/as, hablo de los que consideran
una herejía las más mínima concesión a la relajación, al humor, o al optimismo;
son imperialistas, no solo tienen una cara de palo estructural sino que
pretenden con tozudez que todos participemos de su particular representación
cotidiana de la lorquiana casa de Bernarda Alba; nunca es el momento de la
ironía, solo hay un monotema, la parte negra de la vida, la individual y la
colectiva, y solo cabe una legítima reacción, el lamento cansino y con una
constancia militante, desayuno, merienda, cena, mañana, tarde y noche.
Convierten la razonable preocupación por la grave crisis que sufrimos en una
oda a la tristeza, son plañideras sin retribuir que no dejan resquicio a la
esperanza. Y el optimismo es su enemigo, ya que lo consideran una muestra de
debilidad, de ausencia de realismo y de resignación. ¡Qué gran error cometen
estos tristones!
La debilidad precisamente estriba
en entregarse a la autoflagelación, hay que ser muy fuerte para responder con
ánimo a las adversidades, son débiles los que crean un círculo vicioso de
esperanzas quebradas que imposibilitan cambiar las cosas a mejor. El optimismo
no es ni mucho menos una cinta que nos cierra los ojos frente a la realidad, es
la capacidad de encontrar una oportunidad para tu felicidad y la de los demás
(es muy difícil ser feliz en solitario, salvo que seas un egoísta consumado) y
dedicar las máximas energías en mejorar tu vida y tu entorno, y no a machacar a
tus semejantes con una descripción masoquista de lo que todos sabemos y
padecemos.
El realismo no exige renunciar a
que podamos cambiar la duras circunstancias que nos ha tocado vivir, eso es
resignación, precisamente lo que nos reprochan a los optimistas. Hay que temer
a los tristes profesionales cuando te dan su receta mágica, el “sangre, sudor y
lágrimas” de Churchill (pero sin II guerra mundial por medio), y como las malas
películas del oeste, con tantos tiros que al final muere hasta el apuntador. Me
queda la duda de qué harían estos tristones en el caso de que embargados del
ardor guerrero que predican, el común de los mortales nos lanzáramos a la carga
como aguerridos kamikazes para asaltar palacios de invierno; me temo que como
el “capitán araña”, siempre estarían en la retaguardia, tranquilitos y seguros
para seguir dando la matraca.
Por eso soy optimista queridos
lectores, porque no renuncio a cambiar esta injusta sociedad; Hay motivos más
que sobrados para la preocupación, pero nunca para la resignación, ésta sería
el triunfo de los miserables que nos han puesto el pie en el cuello para que
nuestra cabeza sólo nos sirva en los gestos de sumisión que esperan de nosotros.
Conozco personas de mucha edad que han vivido tiempos mucho peores, y nosotros
estamos aquí porque ellos no se rindieron, plantaron cara a los querían que los
niños de 10 años trabajaran en las minas o a las bestias pardas que asolaron el
mundo y querían que todos desfiláramos al ritmo del paso de la oca. Y lo
hicieron, como el bueno de Antonio Gramsci (comunista italiano y teórico de
talla universal), sacando optimismo de la voluntad a pesar de que la
inteligencia nos presenta un panorama desolador.
Si me permiten un consejo,
mientras acumulamos fuerzas para sacudirnos de esta crisis y de sus culpables,
vale la pena practicar, e incluso cantar, la melodía mencionada al principio de
la columna, “mira siempre el lado bueno de la vida”, es más divertido y eficaz
que hacerlo con el lado malo de la vida, ¡éste ya nos mira a nosotros por su
cuenta!
No hay comentarios:
Publicar un comentario