sábado, 25 de mayo de 2013


 Mi columna en SUR el lunes pasado

la niebla de ninguna parte

 Videla ha muerto, la indecencia y la maldad cuentan con un militante menos en este mundo.

 “¿Qué es un desaparecido?...mientras sea desaparecido no puede tener ningún tratamiento especial, es una incógnita, es un desaparecido, no tiene entidad, no está, ni muerto ni vivo, está desaparecido”. Esta declaración, cargada de maldad y desprecio por el sufrimiento humano, es del general Videla, de profesión criminal y Jefe de la primera Junta Militar durante la dictadura que asoló Argentina de 1976 a 1983; fusilamientos no, era mejor la desaparición, no dejaba rastro, él no iba a cometer el error de Pinochet, los vuelos de la muerte o las fosas clandestinas ahorraban muchas preguntas, y sobre todo evitaban toda respuesta. “¿Dar a conocer dónde están los restos? ¿Pero, qué es lo que podemos señalar? ¿En el mar, el Río de la Plata, el riachuelo? Se pensó, en su momento, dar a conocer las listas. Pero luego se planteó: si se dan por muertos, enseguida vienen las preguntas que no se pueden responder: quién mató, dónde, cómo”. No se crean ustedes  que estas frases las pronunció el recientemente fallecido dictador como un desahogo a su inexistente conciencia, se limitaba a describir su modus operandi, era un innovador, mataba con discreción, no como otros colegas matarifes de su misma calaña; lo suyo era más limpio, un coche con varios militares secuestraban a “peligrosos” subversivos, los llevan a centros clandestinos de detención, los torturaban con las refinadas técnicas aprendidas en la “Escuela de las Américas” (centro de formación militar de EEUU) y después, “van a la niebla de ninguna parte”, como dijo uno de los verdugos quizás recordando el "Decreto Noche y Niebla" que los nazis aplicaban a la resistencia en los países ocupados. Otro bandido, el  general Ibérico Saint Jean (Gobernador de la Provincia de Buenos Aires), resumía  en mayo de 1977 los objetivos de estos delincuentes, “Primero mataremos a todos los subversivos, luego mataremos a sus colaboradores, después... a sus simpatizantes, enseguida... a aquellos que permanecen indiferentes, y finalmente mataremos a los tímidos”. Ambición no les faltaba a esta cuadrilla de fascistas, trabajaban a destajo, sin descanso, hacían lo que más les gustaba, torturar, aterrorizar a personas indefensas, asesinar, y además les ponían sueldo por eso, y un bonito uniforme que lucían por el día, ya que por la noche, que es cuando de verdad trabajaban, se ponían ropa de faena, resistente para aguantar tanto lavado de sangre. Nada que ver con esos pringados que se dejaban la piel defendiendo a sus compatriotas (trabajo teórico de los militares), ¡no!, que vulgaridad, lo de estos matones era liquidar civiles, que es menos arriesgado. Lo tenía claro el capitán Alfredo Astiz, consumado torturador de la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada), rindiendo su posición en la guerra de las Malvinas sin pegar un solo tiro, ¡oiga!, que estos soldados ingleses te pueden hacer daño, no es lo mismo que patear hasta la muerte a un rojo, pensaría con buen criterio este “valiente”.
La dictadura argentina de 1976 a 1983 fue una más de las que han jalonado por desgracia la historia de la humanidad, homicidas que dan rienda suelta a su vocación asesina y que se organizan para tal fin mediante el terrorismo de Estado. En España tuvimos nuestra ración, con la diferencia de que Franco se murió en la cama y no en la cárcel como Videla. Lo de Argentina se incardinó en la llamada Operación Cóndor,  plan de coordinación de asesinatos organizado por las dictaduras militares del Cono Sur de América en los años 70, que contó con complicidad de la CIA, como demuestra documentos desclasificados de la Administración de EEUU. Estas bestias pardas aprendieron bien lo que les enseñaron, hasta el punto de que, como dice el senador demócrata Martin Meehan (Massachusetts), “Si la Escuela de las Américas decidiera celebrar una reunión de ex alumnos, reuniría algunos de los más infames e indeseables matones y malhechores del hemisferio”.
Videla ha muerto en la cárcel; no lo ejecutaron, no lo hicieron desaparecer (práctica tan querida por este miserable), tuvo un proceso justo y se respetaron sus derechos, a él, que tanto esfuerzo dedicó para pisotear los de los demás. Nunca me he alegrado de la muerte de nadie, pero hay que decir que la indecencia y la maldad cuentan con un militante menos en este mundo. Como dijo el fiscal Julio César Strassera en el juicio a las Juntas militares en 1985, “Señores jueces, quiero utilizar una frase que pertenece ya a todo el pueblo argentino: Nunca más.”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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