martes, 28 de enero de 2014


EL BUEN ESTILO

Mi columna de hoy en SUR

Hay múltiples ejemplos de que se puede ser un bandido con unos modales exquisitos 

Hoy les quiero hablar del estilo, esa aptitud ante los demás y también ante uno mismo que permite reconocerte y ser reconocido por tus semejantes en atención a la forma en que los tratas y en consecuencia, lo que se espera de uno en el complejo mundo de las relaciones sociales (que por otra parte ocupan la mayor parte de nuestro tiempo, salvo cuando dormimos o estamos ensimismados). Cuando hablo de estilo me refiero a la vertiente propia de los usos sociales, los que no están regulados por normas jurídicas imperativas como la forma en los procedimientos y actos jurídicos. Tampoco toca ahora abordar la extralimitaciones en el trato a los demás que vulneran las leyes establecidas para preservar la dignidad y el honor de las personas y que pueden incluso tener repercusión penal como en el caso de los delitos de injurias o calumnias.

Lo de esta columna tiene que ver más bien con lo que tradicionalmente se ha venido a llamar buena educación, urbanidad, buenos modales, elegancia, ser un señor o una dama o “tener clase”, expresión esta última que no me gusta utilizar porque denota un cierto clasismo cuando sin embargo estoy convencido que todo esto poco tiene que ver con la posición económica y social de cada uno; he conocido a personas que son la encarnación de la buena educación trabajando en una obra, sirviendo en un bar o llevando portes en un motocarro y a verdaderos “carne con ojos” de rancio linaje de pijolandia, enfundados en trajes y en vestidos que son “el último chillido”, pero que en cuanto abren la boca emiten sonidos más parecidos al rebuzno que a la expresión oral humana. Pero bueno, lo del término es lo de menos, cada cual lo llame como quiera.

Creo que un primer rasgo del buen estilo se expresa en como te diriges a los demás, tanto en el tratamiento como en el contenido. Con tratamiento no me refiero a los rituales añejos y jerarquizados del tenor de reverencia, ilustrísimo o magnífico, más propio y admisible cuando se refiere a las instituciones pero que entiendo que sobran cuando nos referimos a personas físicas. Lo que planteo es más elemental, el uso del usted, el don o el señor, y en esto, como todo en la vida, conviene ni pasarte ni quedarte corto. En el tuteo o no a la hora de dirigirte a otra persona, debe prevalecer el consenso interpersonal, es decir, se usa el tratamiento que ambas personas de forma explícita (lo menos frecuente) o implícita acuerden como el más adecuado y con el que se sienten más cómodos ambos; ante la duda (por desconocimiento de la persona en cuestión) pues se habla de usted y todo el mundo contento. Hay supuestos en los que por el contexto (personas que comparte profesión, por edad u otras relaciones de similar naturaleza) se da por asumido el tuteo. Por otra parte, hay determinadas ocasiones en las que por su solemnidad o importancia protocolaria lo adecuado es dirigirte a tu interlocutor de usted aunque sea tu mejor amigo, ya que en este caso prevalece el plano institucional más allá de tus relaciones privadas. En un pleno municipal, en una sesión en las Cortes o en una clase en la Universidad no encaja el compadreo propio de una cena de navidad; frente a lo que puede parecer, no se trata de marcar distancia sino más bien de respeto al hecho de que hay elementos en esos actos por encima de la mera relación personal cuyo despliegue entiendo que tiene otros ámbitos más propios.

Respecto a la forma de dirigirte a los demás más allá del tratamiento, las consideraciones antes realizadas son plenamente aplicables, aunque cabe añadir que conviene utilizar expresiones adecuadas a cada momento e interlocutor, y por tanto ser consciente que tanta desconsideración implica hablar a un auditorio adulto y versado en una materia como si les estuvieras enseñando a leer, como regodearte en expresiones muy técnicas o simplemente ajenas al común de los mortales cuando el público al que te diriges es de composición más amplia. En cualquier caso hay que evitar los gritos, ademanes groseros y las expresiones malsonantes en general pero sobre todo en los actos colectivos, aunque sin llegar a la cursilería de decir “cáspita, que contrariedad” cuando un mastodonte te pisa un juanete, para eso se me ocurren otras frases más contundentes y que seguro que el lector tiene en su mente. Y ni que decir tiene que un saludo al coincidir y dejar paso al acompañante son gestos que nunca sobran.

Sobre el vestir, doctores tiene la Iglesia, y el que suscribe se declara incompetente (como en otras cosas) para hablar con propiedad de esto, pero mis cortas entendederas en estos menesteres no me impiden percibir que dentro del más escrupuloso respeto a los gustos personales, hay momentos y lugares que determinan que por sentido común no se debe acudir a una boda o a una clase en chanclas y camiseta ni tampoco a la playa con el traje y los gemelos.

Siendo todo lo anterior mi modesta opinión, y por tanto opinable, lo que si considero un dogma inatacable es que un admirable estilo deviene en charlatanería artificial si no va acompañado de un buen fondo, honestidad, laboriosidad y bondad. Hay múltiples ejemplos de que se puede ser un bandolero con unos modales exquisitos.

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