jueves, 9 de enero de 2014

EL DINERO DE LA GUERRA

Mi columna  en SUR. 6-1-2014

Aquí hay algo que no cuadra, como en las cuentas del Gran Capitán.

Barro, ratas, miedo, muerte; esta era la vida cotidiana de miles de soldados cuando despertaban de la pesadilla soñada para entrar de lleno en el infierno real en unas trincheras donde se agazapaban para evitar que un francotirador les volaran la cabeza antes de tiempo; pero esto n...o era lo peor, no, era música celestial para ellos. Lo malo llegaba cuando un oficial aullaba que tenían que saltar esas tumbas en vida para buscar, al trote y bayoneta calada, al enemigo, con todas las papeletas de encontrar otra tumba, pero esta vez definitiva; si milagrosamente lograban llegar a las posiciones enemigas, aterrorizado por ver como a su alrededor han masacrado a sus camaradas de trinchera, la alternativa era sobrevivir después de un cuerpo a cuerpo con otro soldado, tan aterrorizado como él, y que pugna por clavar en las costillas antes que el otro la bayoneta; en fin, una orgía de muerte y brutalidad en nombre de la patria.

Esta descripción no es, claro está, producto de mi experiencia; no he sido combatiente en ninguna guerra, pero son miles los testimonios desgarradores recogidos en libros, artículos, documentales o recreados en películas legendarias; hay que verlos, hay que leerlos, pero sobre todo hay que hacer un esfuerzo mental para intentar sentir el uno por ciento de la angustia, el miedo, el pánico de estos semejantes, para que nos entre urticaria ante la palabra guerra y conjurarnos a que estos asesinatos patrióticos se erradiquen de la tierra. Este año, en julio para ser más exacto, hará 100 años del inicio de la primera guerra mundial, una sangría de casi 10 millones de muertos, que junto a su hermana más joven, el conflicto 39-45, han encabezado el listado siniestro de matanzas del pasado siglo, donde los españoles también nos llevamos una parte de este venenoso pastel en la guerra de Marruecos o en la guerra iniciada en 1936 por el golpe militar de unos fascistas que añoraban el “orden” y consiguieron la paz de los cementerios. En los siglos anteriores, este “jinete del Apocalipsis” no ha dejado de atormentar a la humanidad, y en el siglo que ahora vivimos, por desgracia sigue en activo como se demuestra en las guerras que asolan algunos países africanos o la matanza en Siria.

¿Acaso los humanos estamos diseñados para matarnos con esta constancia perruna? De lo que he podido leer sobre sociología y antropología de la guerra, parece que en las personas predomina el deseo de paz y convivencia frente a la violencia y la rapiña de la guerra, pero claro, siempre ha existido un listo que ha convertido su deseo de riqueza y poder en una bandera con la que mandar a la muerte a carne de cañón al golpe de tambor e himnos patrióticos. Cuando tocaba enterrar a los muertos, siempre había alguno que contaba sus ganancias, indiferente al panorama de miseria y luto que caracteriza a las postguerras. No digo con esto que todos los que se dejaban la piel en las guerras defendían lo mismo; no se podrá nunca confundir a los que provocan las guerras que a los que se defienden, y sin el sacrificio de millones de jóvenes que pararon los pies a los ejércitos nazi-fascistas, este mundo sería ahora mucho peor. Pero tengo claro que junto a las bestias pardas que adoraban a Hitler, estaban los que adoraban los espectaculares beneficios que estos les proporcionaban, y así las castas alemanas de las finanzas y de la industria del armamento alimentaron la maquinaria de guerra y a sus propias cuentas corrientes y, casualidades de la vida, no fueron condenadas o recibieron penas muy benignas en los famosos juicios de Nuremberg. Hermann Abs , uno de los banqueros personales de Hitler, nunca fue juzgado, y los industriales Friedrich Flick y Alfried Krupp (unos pájaros que se enriquecieron utilizando mano de obra esclava de los campos de concentración) fueron pronto liberados a instancia de J. McCloy, el Alto Comisionado de la Alemania ocupada. Sonaban los tambores de la guerra de Corea y ahora los grandes capitalistas encontraban un enemigo común, el comunismo, y había que superar viejas rencillas olvidando la responsabilidad de los que ganaron mucho dinero a costa de de millones de muertos.

La defensa y la seguridad colectiva son necesarias para evitar que cualquier miserable pueda poner al mundo a sus pies, y eso exige, con la debida proporción, una estructura profesional que las garanticen a través de la fuerzas armadas. Pero creo que ha llegado la hora de revisar la máxima “Si vis pacem, para bellum” (si quieres la paz, prepara la guerra). En una sociedad internacional en la que de acuerdo a la Carta de Naciones Unidas, como regla general, está prohibido el uso de la fuerza por los Estados, no es racional ni moral seguir dedicando ingentes cantidades de recursos a preparar la guerra. Aquí hay algo que no cuadra, como en las cuentas del Gran Capitán.

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