martes, 27 de agosto de 2013


VIEJOS

Mi columna de ayer en SUR.
Los mayores no comprenden el porqué se les arrincona en un presente que han construido con su esfuerzo.
Viejos, mayores, tercera edad, veteranos, todas estas formas de llamarlos me sirven, siendo la mejor la que te haga sentir más cercano a ellos y la peor la que se diga con desdén, indiferencia o paternalismo simplón. Los que están incluidos en este grupo es cuestión opinable, y muy dada por cierto a los tópicos, que como casi siempre tienen algo de verdad; una aptitud jovial, una vitalidad envidiable, unas enormes ganas de vivir, son buenos indicadores de bienestar personal, pero no te quitan los años, ¡ni falta que hace!. Uno tiene los años que tiene, con lo bueno y lo malo acumulado en un saco de experiencias que cada cual gestiona como puede o como le dejan. Para concretar, y partiendo de que la determinación puede ser arbitraria, la virtud que tiene los números es que otorgan certeza; podemos partir de que uno es una persona mayor cuando el Estado asume la obligación de facilitar a las personas unas rentas (jubilación) que sustituyan a las que, hasta determinada edad, debemos todos procurarnos mediante nuestro trabajo, con el derecho a disfrutar de ese dinero de forma vitalicia; el momento en que adquirimos ese derecho es algo sobre lo que hasta ahora existía consenso social y legal, 65 años, aunque las últimas reformas lo están retrasando hasta los 67, incentivando el retraso en la edad de jubilación mediante el eufemismo del “envejecimiento activo”, en román paladino, que mientras el viejo trabaja se alivia la tesorería de la Seguridad Social, porque hasta donde yo sepa, se puede envejecer jubilado, con tu pensión, y de forma muy activa, toda la que uno quiera y el cuerpo aguante. No se debe retorcer el sentido de las cosas y pretender que la relevancia de una persona mayor depende de que esté de alta en la Seguridad Social como trabajador en activo; disponer de tiempo para el ocio (en el más amplio sentido de la palabra), la familia, amigos, para uno mismo, es un parámetro de bienestar cuya duración debemos ampliar en el tiempo, no reducirlo con criterios meramente económicos. Quien quiera seguir en activo en el mercado de trabajo lo puede hacer (recordemos que es un derecho, no una obligación salvo contados supuestos), pero me parece lamentable que en un país con 6 millones de parados, las reformas legales estén dirigidas a prolongar la actividad laboral de quienes, recordemos, se han ganado su pensión de jubilación con sus cotizaciones y por tanto con el trabajo de muchos años.
A lo anterior cabe añadir que el relevo laboral (siempre necesario), exige una disposición de vacantes que permitan la incorporación al mercado de trabajo a los que han adquirido su formación y quieren su autonomía personal y económica, sin olvidar, con lo que está cayendo, a los millones de trabajadores que han perdido su empleo y cuya vuelta al mundo laboral debe ser prioridad de cualquier medida gubernamental.
Por lo que conozco de cómo viven y piensan los mayores (tengo la fortuna de tener a muchos en mi familia y entre mis amigos), la inmensa mayoría son o quieren ser activos, es decir, si su salud se lo permite, se apuntan a un “bombardeo”, y desde luego no se sienten tristes y melancólicos por no fichar de lunes a viernes en el curro. Pero si he percibido que les causa indignación la cortedad de sus pensiones, a lo que cabe añadir su pesar y dolor por algunas muestras de indiferencia que sufren en su vida cotidiana. Asumen, porque son viejos pero no tontos, que el futuro es de los que vienen detrás, pero no comprenden el porqué se les relega y arrincona en un presente que han construido con su esfuerzo.
Los mayores tienen en común su edad y que las necesidades comunes a todos los seres humanos, adquieren en ellos un perfil singular por el desgaste de los años y la disponibilidad de tiempo, pero a partir de ahí, cada uno es como es, único e irrepetible. No hay que hablar a gritos con todos porque algunos escuchan mejor que nosotros, no hay que explicarles las cosas como niños porque la inmensa mayoría nos pueden dar cincuenta vueltas en conocimientos y en experiencias, a unos les gusta el dominó, a otros leer, el cine, pasear, hablar, viajar…., vivir en definitiva. Y sentir que los que hasta hace poco cuidaban para hacerlos hombres y mujeres del presente, tienen un pensamiento, una llamada, un gesto, un recuerdo, con ellos y para ellos.
Devolver a nuestros mayores, con gratitud y ternura, todo lo bueno que han dado por nosotros, depende de cada uno, y mal camino llevamos si nos alejamos de ese deber moral. De los Poderes Público será la responsabilidad de que ninguna norma ni actuación administrativa se adopte sin contar con la opinión y las necesidades específicas de las generaciones veteranas.

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