LISTAS ABIERTAS
Necesitamos representantes políticos con pasado y futuro, y con un
presente donde asuman el puesto institucional como un compromiso de servicio a
la sociedad y con fecha de caducidad para no convertirlo en su modus vivendi.
La política en una cuestión de
todos, sin exclusión, y continuar con una campaña de desprestigio, mezclando
corruptos con la inmensa mayoría que son decentes, es un grave error, aparte de
una enorme injusticia. Pero otro error igual de considerable sería mirar a otro
lado y no asumir que en la sociedad española se está instalando una desafección
preocupante hacía todo lo que huela a política e instituciones, y este último
error lo siguen cometiendo las direcciones de los partidos políticos, que
siguen actuando, en lo básico, con iguales formas y criterios a la hora de
hacer política y seleccionar a los candidatos en los distintos procesos
electorales, ofreciendo una imagen de más de lo mismo, personas que llevan
muchos años alejados de otra actividad que no sea vivir para y de la política,
y cuyos mensajes son de difícil aceptación porque los sostienen unos rostros,
unos nombres y apellidos, que no ofrecen ilusión y credibilidad, sino más bien
hastío ante lo permanente e inmutable de su cansina presencia en el panorama público,
una veces como concejal, como senador, diputado autonómico, diputado a Cortes
Generales, al Parlamento Europeo…, sirven para un roto y para un descosido. Por
desgracia estas malas prácticas están presentes, en mayor o menor medida, en
todas las fuerzas políticas.
Nada que objetar desde el punto
de vista de su legitimidad democrática, han sido elegidos en las urnas o han
sido designados ministros, consejeros, o altos cargos, por quienes tienen esa
legitimidad, pero, ¿hay que resignarse con esto? La solución no estriba en
renovar algunas caras con liderazgos mediáticos, sobrados de consignas y faltos
de trayectoria laboral, política y ciudadana, ya que se sigue cayendo en los
mismos hábitos, a corto o a largo plazo, que se pretendían superar. El marketing no me parece mal para mejorar la recepción
del mensaje político, pero no para maquillarlo haciendo que pasen por audaces e
innovadores cuando están huecos de contenido.
Las listas abiertas no son la
panacea, lo sé y no les otorgo la solución inmediata al problema, pero su
implantación, tras la debida reforma de la legislación electoral, ayudaría a
que la coherencia, el reconocimiento social, la credibilidad fundada en una
vida de trabajo y compromiso cívico, en fin, el currículum personal (que no es solo
académico), sean valores esenciales a la hora de elaborar una candidatura
electoral, ya que la libertad del votante a la hora de decidir hará que para
los partidos resulte temerario seguir en la línea de listas preñadas de
equilibrios internos y de nombres y apellidos de una fidelidad perruna, no a
las ideas y principios del partido, sino a las personas con capacidad para
incluirlos o sacarlos de la papeleta electoral.
Hay varios modelos en nuestra
historia electoral y en derecho comparado de listas abiertas, y de hecho, en el
Senado, es la fórmula desde 1977 en nuestra legislación vigente; por eso, no
basta con su inclusión en la norma, hace falta una cercanía de los ciudadanos a
la cosa pública, intentando que la sienta como algo suyo (y de hecho es así) y
no de una minoría profesionalizada. Pero
aviso a navegantes, la salida no es el populismo y el desprestigio de los que elegimos en las
urnas a favor de unos supuestos “salvadores” que la experiencia enseña que
confunden de forma delictiva sus intereses personales con los públicos (Gil
como ejemplo de libro). Y tampoco abogo por el
relativismo ideológico, la confrontación democrática es positiva, el
contraste de ideas y soluciones distintas nos involucra en la política porque
nos sentimos representados en tal o cual posición; no es lo mismo la izquierda
que la derecha, aunque no hay necesidad de fracturas irreconciliables con
insultos, crispación y diálogos de sordos.
No propongo, por tanto, gobiernos
tecnócratas, solución que casi siempre esconden el mantenimiento del status quo
con la excusa de soluciones aparentemente neutrales, pero que siempre defienden
los mismos intereses de minorías poderosas frente a las mayorías sociales, pero
tampoco resulta aceptable que la formación, el prestigio profesional y la
independencia de criterios a veces
resulten un desmérito en la elaboración de las listas electorales o en la
designación de gestores públicos.
Necesitamos representantes
políticos con pasado y futuro distintos al cargo a desempeñar, con profesión u
oficio, con trayectoria humana, vital y laboral. Necesitamos hombre y mujeres
que asuman el puesto político institucional, sea de la naturaleza que sea, como
un compromiso de servicio a la sociedad y con fecha de caducidad para no
convertirlo en su modus vivendi. Y los necesitamos ya, 2015 está a la vuelta de
la esquina.
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