Mi columna en SUR del pasado lunes
La pobreza no se puede esconder debajo de la
alfombra.
Se llamaba Piertr Piskozub, un ciudadano
polaco que vivía en las calles de Sevilla; terminó su corta trayectoria en este
mundo en un albergue municipal, tumbado en un sofá, parecía dormido, pero su
cuerpo no daba más de sí. No se conoce las causas directas de su muerte, y un
Juzgado las está investigando, pero el joven presentaba síntomas de
deshidratación y desnutrición. Estos son los hechos objetivos, que hay que
valorar con toda la sensibilidad y prudencia de este mundo, la primera para que
no vuelva a ocurrir y la segunda para evitar disparar al aire antes de contar
con más datos sobre este caso extremo de exclusión social. Para decirlo con más
claridad, quiero creer que nadie en su sano juicio ha omitido prestaciones
sanitarias o sociales básicas que pudieran evitar la muerte directa del joven
Piertr. No participaré en ninguna caza de médicos ni trabajadores sociales, y
confío en que la investigación judicial lo aclare todo.
Pero algo ha fallado. Los dispositivos
públicos que tendrían que evitar que un ser humano caiga en situaciones tan
sangrantes de pobreza, no son suficientes
para evitar que en nuestras calles el hambre sea una realidad cotidiana para
muchas miles de personas, niños incluidos. El hambre, pasado un umbral, provoca
la muerte, pero también mata la autoestima y la dignidad de muchos padres que
no saben ya lo que hacer para que sus hijos puedan comer tres veces al día. Por
eso no se puede entender que un alto dirigente del partido del Gobierno culpe a
los padres de la desnutrición de sus hijos, y clama al cielo que un periodista
que trabaja en la cadena de la conferencia episcopal se tome a guasa la medida
de las autoridades andaluzas que pretende garantizar comidas a los niños en los comedores
escolares. No se puede deformar la realidad, ni España es una novela de Dickens,
con niños harapientos y explotados poblando las calles, pero hay centenares de
miles de hogares donde hay hambre y pobreza, y como señala José Esquinas,
ingeniero agrónomo que ha trabajado 30 años en la FAO (Organización de Naciones
Unidas para la Agricultura
y la Alimentación ),"España
está viviendo un retroceso brutal en términos de hambre y sobre todo en
malnutrición infantil", recordando que alrededor de nosotros los índices
de malnutrición señalan que uno de cada cuatro niños no recibe una alimentación
adecuada, según el último informe de Unicef.
Tiramos una parte importante de la comida que
se compra a la basura, y según la
FAO se produce alimentos como para alimentar hasta a un 70%
más de la población mundial actual. Unos 842 millones de personas, cerca de uno
de cada ocho habitantes del planeta, padecieron hambre crónico en 2011-13,
según la misma agencia internacional. Para que se nos caiga la cara de
vergüenza, por la parte que nos toca, y por mantener un sistema socioeconómico
tan inmoral e inhumano. Para que de una vez se les caiga el chiringuito a los
desalmados que ponen por encima sus intereses económicos frente al sufrimiento
de tantas personas. Lo del mundo se arreglará con menos gastos militares, más
cooperación internacional y ante todo con una estructura económica
internacional radicalmente distinta a la que da lugar a esta desigual
distribución de la riqueza en nuestro planeta.
En España, que logremos erradicar el hambre
(que no es otra cosa que la expresión más dramática de la pobreza y la
exclusión social), dependerá de que sepamos mantener los sistemas de protección
social (sanidad, educación, seguridad social y servicios sociales) con
suficientes recursos humanos y materiales para asegurar una vida digna a los
ciudadanos, no hay otra alternativa, amigos y amigas. La solidaridad personal,
familiar, las asociativas, las de la Iglesia Católica y demás
Confesiones son de vital importancia, pero no pueden ni deben sustituir la
obligación de los poderes públicos de remover los obstáculos para la igualdad
sea real y efectiva entre todas las personas. La bondad y la voluntad de ayudar
nos dignifica como personas, pero es la justicia social el instrumento de la
colectividad para garantizar que nadie
se quede en la cuneta porque en su casa el paro en entrado para no salir. Con
lo que está cayendo, hay gente que sigue creyendo en la mano invisible del mercado y
que repudian cualquier intervención pública en el mismo; allá ellos, pero la
pobreza no se puede esconder debajo de la alfombra.
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