viernes, 11 de octubre de 2013



 
HAMBRE SIN FRONTERAS

 

Mi columna en SUR del pasado lunes
 
La pobreza no se puede esconder debajo de la alfombra.

 

Se llamaba Piertr Piskozub, un ciudadano polaco que vivía en las calles de Sevilla; terminó su corta trayectoria en este mundo en un albergue municipal, tumbado en un sofá, parecía dormido, pero su cuerpo no daba más de sí. No se conoce las causas directas de su muerte, y un Juzgado las está investigando, pero el joven presentaba síntomas de deshidratación y desnutrición. Estos son los hechos objetivos, que hay que valorar con toda la sensibilidad y prudencia de este mundo, la primera para que no vuelva a ocurrir y la segunda para evitar disparar al aire antes de contar con más datos sobre este caso extremo de exclusión social. Para decirlo con más claridad, quiero creer que nadie en su sano juicio ha omitido prestaciones sanitarias o sociales básicas que pudieran evitar la muerte directa del joven Piertr. No participaré en ninguna caza de médicos ni trabajadores sociales, y confío en que la investigación judicial lo aclare todo.

 

Pero algo ha fallado. Los dispositivos públicos que tendrían que evitar que un ser humano caiga en situaciones tan sangrantes de pobreza,  no son suficientes para evitar que en nuestras calles el hambre sea una realidad cotidiana para muchas miles de personas, niños incluidos. El hambre, pasado un umbral, provoca la muerte, pero también mata la autoestima y la dignidad de muchos padres que no saben ya lo que hacer para que sus hijos puedan comer tres veces al día. Por eso no se puede entender que un alto dirigente del partido del Gobierno culpe a los padres de la desnutrición de sus hijos, y clama al cielo que un periodista que trabaja en la cadena de la conferencia episcopal se tome a guasa la medida de las autoridades andaluzas que pretende garantizar  comidas a los niños en los comedores escolares. No se puede deformar la realidad, ni España es una novela de Dickens, con niños harapientos y explotados poblando las calles, pero hay centenares de miles de hogares donde hay hambre y pobreza, y como señala José Esquinas, ingeniero agrónomo que ha trabajado 30 años en la FAO (Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación),"España está viviendo un retroceso brutal en términos de hambre y sobre todo en malnutrición infantil", recordando que alrededor de nosotros los índices de malnutrición señalan que uno de cada cuatro niños no recibe una alimentación adecuada, según el último informe de Unicef.

 

Tiramos una parte importante de la comida que se compra a la basura, y según la FAO se produce alimentos como para alimentar hasta a un 70% más de la población mundial actual. Unos 842 millones de personas, cerca de uno de cada ocho habitantes del planeta, padecieron hambre crónico en 2011-13, según la misma agencia internacional. Para que se nos caiga la cara de vergüenza, por la parte que nos toca, y por mantener un sistema socioeconómico tan inmoral e inhumano. Para que de una vez se les caiga el chiringuito a los desalmados que ponen por encima sus intereses económicos frente al sufrimiento de tantas personas. Lo del mundo se arreglará con menos gastos militares, más cooperación internacional y ante todo con una estructura económica internacional radicalmente distinta a la que da lugar a esta desigual distribución de la riqueza en nuestro planeta.

 

En España, que logremos erradicar el hambre (que no es otra cosa que la expresión más dramática de la pobreza y la exclusión social), dependerá de que sepamos mantener los sistemas de protección social (sanidad, educación, seguridad social y servicios sociales) con suficientes recursos humanos y materiales para asegurar una vida digna a los ciudadanos, no hay otra alternativa, amigos y amigas. La solidaridad personal, familiar, las asociativas, las de la Iglesia Católica y demás Confesiones son de vital importancia, pero no pueden ni deben sustituir la obligación de los poderes públicos de remover los obstáculos para la igualdad sea real y efectiva entre todas las personas. La bondad y la voluntad de ayudar nos dignifica como personas, pero es la justicia social el instrumento de la colectividad  para garantizar que nadie se quede en la cuneta porque en su casa el paro en entrado para no salir. Con lo que está cayendo, hay gente que sigue  creyendo en la mano invisible del mercado y que repudian cualquier intervención pública en el mismo; allá ellos, pero la pobreza no se puede esconder debajo de la alfombra.

 

 

 

 

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