Mi columna del lunes del SUR.
La austeridad no
debe ser un valor de la crisis, debe inspirar la gestión pública en todo
momento
Son tiempos de crisis, y entre otras cosas
ésta incorpora al lenguaje cotidiano, y en especial a la jerga institucional,
la utilización masiva de frases y términos que aparecen como talismán para
situar a quien las utiliza como alguien apegado al terreno; así no se les cae
de la boca a muchos representantes institucionales la manida afirmación de “en
época de crisis hay que ser austeros”. Siempre que la escucho o leo reacciono
de la misma manera, ¡no sólo en época de crisis, hay que ser austeros siempre,
con crisis o con bonanza”. Esta máxima, que un servidor defiende con total
convicción, se practica poco, y comprobamos como grandes excesos de otros
momentos, o se mantienen en el presente o incluso, con gran cinismo, se
utilizan como excusa para recortes a prestaciones sociales, decididos curiosamente
por los mismos que antes malgastaron.
La austeridad significa que hay que gastar
solo en la cuantía y en los conceptos que son necesarios para llevar una vida
digna, y como a nivel personal o como nación, no siempre contamos con la
garantía de unos recursos estables, todo el ahorro que acumulamos en los
momentos de más ingresos nos sirve para atender esas necesidades básicas en los
momentos de crisis. Por eso, la austeridad no puede ser un valor de la crisis,
debe ser un principio estructural presente en el día a día, y en especial entre
los que gestionan la cosa pública.
En lo individual, siempre he creído que las
necesidades personales, (sea cual sea el contexto de cada uno) tienen un
límite. Nunca defenderé que la solución pase por una generalización de la
miseria; será lícito el nivel de vida derivado del trabajo honesto de cada
cual. Sin embargo, considero inmoral los derroches que algunos mantienen, no
para atender sus necesidades (que las tiene más que cubiertas) sino por un “exhibicionismo
social” propio de los que han escondido su conciencia tan bien que ya no saben
donde la tienen. Medir la calidad de vida en consumir millonadas simplemente porque se lo pueden permitir, abofetea la dignidad de muchas personas que
podrían vivir mejor con esos recursos malgastados. Esos personajes no le dan “glamour” ni bienestar a ninguna ciudad o colectividad,
más al contrario lo que hacen es desprestigiar todo lo que tocan. Por otra
parte no hay que ser ingenuos, las riquezas de personajes (que, en muchos
casos, unen un escaso talento y laboriosidad a su profunda indecencia), no
siempre tienen un origen lícito y se corre el riego de acoger y potenciar
socialmente a una cuadrilla de delincuentes.
En el plano público, la austeridad debe ser
un mandato jurídico que inspire toda la actuación administrativa. Abogo por su
articulación legal, de tal modo que sea posible su control al igual que la
estabilidad presupuestaria o la disponibilidad de crédito en el Presupuesto.
Hoy en día, si se tiene consignación, se sigue el procedimiento y no se incurre
en un delito o en una manifiesta ilegalidad, se puede gastar todo lo que se
quiera y en lo que se quiera, y así nos encontramos aeropuertos sin aviones,
sueldos inmorales, museos que son un pozo sin fondo, cargos manifiestamente
innecesarios, viajes oficiales donde se apunta hasta el último mono, lujosas
ediciones que nadie lee y se acumulan en los almacenes, excesos en el protocolo
que no responden a la necesaria hospitalidad y dignidad del cargo, …; son
gastos formalmente legales pero que no respetan la necesaria austeridad. Esos
recursos malgastados son los que después faltan para políticas sociales,
aquellas que deberían convertirse en derechos irreversibles, sanidad, educación
o seguridad social. Paradójicamente, PP y PSOE cambiaron la Constitución para
consagrar la “estabilidad presupuestaria” (que, entre otras cosas, pone límites
a los gastos sociales).
Hay que convertir en operativo el artículo
31.2. de la Constitución ,
que dice: “El gasto público realizará una asignación equitativa de los recursos
públicos, y su programación y ejecución responderán a los criterios de
eficiencia y economía”; se trata de que los controles internos (jurídicos y
económicos) y el judicial puedan evitar derroches que superen con creces las
necesidades objetivas y legítimamente definidas en los programas políticos de
los que gobiernan. No se trata, ni mucho menos, de sustituir las prioridades en
el gasto que deben definir los elegidos (directa o indirectamente) por el
Pueblo, pero si evitar los gastos que no resistan un elemental contraste con la
equidad. En síntesis, planteo la necesidad de reformas para que no pueda ser
legal un gasto caprichoso e insostenible mientras millones de ciudadanos no
tienen cubiertas sus necesidades básicas.
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