lunes, 4 de agosto de 2014

COMO EN BOTICA

COMO EN BOTICA

Mi columna de hoy en diario SUR

Prefiero a un D. Hilarión con oficina abierta y sabiduría en su trabajo antes que medicamentos vendidos como un “todo a 100”.

D. Hilarión, en “ La verbena de la Paloma”, dedicaba sus inútiles esfuerzos de galanteo a las jóvenes Susana y Casta. Pero además era boticario, un profesional sanitario que a veces pasa desapercibido en la batalla diaria contra la enfermedad; es el que investiga, fabrica y facilita las “municiones” que en vez matar, salvan vidas, que en vez producir dolor, lo elimina o atenúa. Podemos tener los mejores médicos, enfermeros y demás profesionales sanitarios, que dan con la tecla de lo que tenemos, que nos diseñan un tratamiento, que nos operan, que nos cuidan con un magnífico trabajo de enfermería o rehabilitación, pero si faltan los medicamentos y los productos sanitarios, la eficacia de esas prestaciones se reduce drásticamente.

El medicamento de uso humano (dejando a un lado productos sanitarios o los cosméticos) es toda sustancia o combinación de sustancias con propiedades para el tratamiento o prevención de enfermedades en seres humanos o que sirve al fin de restaurar, corregir o modificar las funciones fisiológicas. Alguien tiene que investigar para que esas sustancias se organicen de forma científica, se verifique su eficacia y alcancen las propiedades que nos hagan la vida más saludable. Otros tendrán que invertir, fabricar y distribuir estos medicamentos para contar con existencias suficientes. Es la farmacéutica una industria muy importante a la que, salvando excepciones, le sobran intereses económicos (legítimos dentro de un orden) y le falta corazón. Es razonable que para que sea viable, planifiquen la investigación y la producción en términos de rentabilidad, pero, como todo en la vida, lo deberían hacer dentro de un orden y con unos límites para hacer compatible su propia existencia con la alta función social que tienen sus productos. En otras palabras, los formidables beneficios de los grandes laboratorios justifica más que sobradamente que dentro de su política de inversiones existan líneas de trabajo de marcado carácter social (enfermedades raras, rebaja de precios para colectivos o países empobrecidos) más allá del exitoso cuadro de resultados económicos. Hasta la presente la autorregulación o las recomendaciones han dado pocos resultados, por lo que ha llegado la hora las regulaciones imperativas nacionales e internacionales con el objeto de que exista un sano equilibrio entre los millones de dólares en productos para embellecer a ricos y los dedicados a medicamentos para salvar la vida de millones de pobres.

El farmacéutico de a pie, el boticario de toda la vida, es el que día a día abre su farmacia para prestar un servicio esencial para la comunidad. Quiero hablar de los que estudian, no para “vender” medicamentos (eso lo puede hacer igual o mejor un buen comercial) sino para realizar el acto profesional de la dispensación, poner un medicamento a disposición del paciente de acuerdo con la prescripción médica mediante receta y con sistemas personalizados para mejorar el cumplimiento terapéutico en los tratamientos. En muchos casos el boticario se conoce al dedillo los avatares clínicos de sus clientes, que confían en su saber y orientación. Es el que trabaja en un hospital pero en especial el que tenemos en nuestros barrios, al que acudimos cuando nos hace falta y que tanto se echa de menos cuando está cerrado o nos pilla lejos. Las oficinas de farmacia tienen la consideración de establecimientos sanitarios privados de interés público, y esto es así no solo porque lo diga la ley, que lo dice, sino porque sin ese híbrido de base privada de interés general no tendría sentido alguno su existencia. Por decirlo de otra forma, es un negocio, pero no es un negocio cualquiera. No todo puede ser la cuenta del resultados ya que el interés público condiciona de manera directa la regulación y práctica de esta actividad profesional. El farmacéutico titular de la oficina de farmacia es la persona con la licenciatura (y ahora grado) de Farmacia para la cual se autoriza la instalación y funcionamiento de la mencionada actividad. Formación, control público, agentes necesarios del sistema sanitario, presencia de oficinas en todo el territorio, reserva de actividad, todo esto existirá si los boticarios mantienen en sus farmacias la esencial tarea de garantizarnos a todos los medicamentos que necesitamos con dedicación y eficacia. Seguro que la inmensa mayoría lo hacen, pero “hay de todo, como en botica”.

Los enemigos de los boticarios no son ni los controles públicos ni las regulaciones (que siempre se podrán mejorar o rectificar); lo será un mercado desbocado que no atienda a nada que no sea el dinero rápido y fácil y al que le encantaría que los grandes almacenes pronto contaran con una planta de farmacia y el servicio “liberalizado” a mayor gloria de la libertad de empresa. Yo prefiero a un D. Hilarión con oficina abierta y sabiduría en su trabajo, antes que medicamentos vendidos como un “todo a 100”.

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