lunes, 11 de agosto de 2014

A GOLPE DE IGUALDAD


A GOLPE DE IGUALDAD

Mi columna de hoy en SUR

La igualdad a golpe de educación, para parar la desigualdad a golpes de dolor y sangre.

Otra vez. Se llamaba Ana María. Siempre espero no repetirlo, que sea la última mujer asesinada por su “compañero sentimental”, sea ex o el monstruo esté en activo. ¡Menudos compañeros y menudos sentimientos! Una vidas por delante, unas vidas que parece molestaban a los  descerebrados que las mataron. A veces hay hijos por medio, testigos y víctimas y con toda una vida por delante para sufrir por una madre asesinada y por un padre asesino. Una mujer más, otra vida a la cuneta de la muerte, otro nombre a esa lista siniestra de dolor, a esa lista que acumulan los malos bichos que solo se sienten bien pegando, humillando,….matando. Otro ser humano que ya no será porque a un indeseable se le va la mano ante la ausencia de cabeza y corazón, pero una gran acumulación de malas tripas.

El machismo no es una “gracieta” inocente. Nace en las cabezas huecas y en los corazones helados, se reproduce con la bilis acumulada, los complejos no resueltos y no muere si no se erradica con educación y con conciencia social. Y cuando menos te lo esperas, mata. Esto es cosa de todos, de todos los decentes. Los indecentes son los creen que las mujeres son de su propiedad, para “uso” y “abuso”. En teoría no tendría que pasar. Una sociedad civilizada, un Estado de Derecho, una opinión pública cada vez más concienciada frente a la violencia machista, un tejido asociativo activo y con capacidad de respuesta ante esta lacra. Unas autoridades que incluyen en sus agendas públicas la prevención y reacción para poner coto a la violencia de genero. Pero pasa.

Todos los años hacemos recuento del dramático listado de mujeres asesinadas y nos juramentamos para que el que viene esa  relación de vidas truncadas se reduzca o desaparezca. He participado en muchísimas, en demasiadas manifestaciones para protestar contra la violencia de género. En todas se leen manifiestos, hablan víctimas, familiares y representantes de sus  asociaciones; veo caras de mujeres, de hombres, de niños que ojalá cuando sean mayores no necesiten manifestarse por esto. Me encuentro con personas muy diversas, que votan a opciones muy dispares, que rezan a Dios con distintos rituales, con nombres diferentes, o simplemente no practican religión alguna. Todos y todas guardamos minutos de silencio y nos sentidos atacados ante ese titular terrible que pone nombre y apellidos a historias de golpes, humillaciones, de denuncias o de silencios. Quiero creer que casi toda la sociedad se retuerce ante estos crímenes, ¿por qué falla la prevención?

Aún no hemos soltado lastre de siglos y siglos de minoría de edad, violencia, desprecio y desigualdad. Es verdad que en la actualidad no queda resquicio alguno en nuestras leyes de aquellos ominosos años de capacidad jurídica limitada de la mujer, y aquellas escenas de policías recomendando paciencia a las mujeres machacadas a palos por el marido cuando se atrevían a denunciar son ya propias de documentales. Pero los hombres, en nuestras cabezas, en nuestros hábitos necesitamos un profundo cambio de acciones y omisiones, reafirmando nuestra masculinidad en una visión más simple, más entrañable, y que no es otra que la de tratar a las mujeres de la forma que nos gustaría que nos trataran a nosotros. Lo he escrito y repito ahora, cuando consigamos que las diferencias biológicas y emotivas no se conviertan en amables excusas para un tramposo reparto de cargas, y el instinto materno o la sensibilidad femenina sean libres expresiones vitales y no asignación, en régimen de monopolio, del cuidado de hijos o ascendientes, seguro que daremos un gran paso. El ritmo en el cambio de mentalidad que tenemos que asumir los hombres irá en directa proporción al reconocimiento que hagamos de que casi todos participamos de esa losa sobre las mujeres, puede que difusa, puede que inconsciente, pero pesada e injusta. De nosotros depende que algún día para nuestras mujeres sea un mal recuerdo y para nuestras hijas una anécdota. Pero el sufrimiento no tiene fronteras ni color, y mientras una mujer en el mundo sufra ablación, matrimonios forzados o asesinatos “por honor”, tenemos que tomarnos su defensa como algo personal ni queremos seguir llamándonos seres humanos.

La igualdad jurídica entre hombre y mujer ha constituido un paso formidable, es imprescindible pero no es suficiente. La solución estará en no desaprovechar ningún instrumento para logra la igualdad real y efectiva, la que nos haga a los hombres tratar a las mujeres como iguales no por miedo a la sanción sino por un imperativo moral asumido en nuestra identidad como varones. La desigualdad genera, en mayor o menor medida, violencia, la necesaria para mantenerla. La igualdad a golpe de educación, para parar la desigualdad a golpes de dolor y sangre.

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